15. Which side are you on, honey?

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Abrí los ojos y miré a mi alrededor, me di cuenta que estaba sola en la cama, la toqué un par de veces y la sentí más fría de lo habitual. No parecía que hubiera estado acompañada anoche. Comencé a buscar a Travis con la mirada. Pero no estaba. Me senté en la cama y me froté los ojos, tratando de despertarme por completo.

—¿Travis?—grité con desesperación, pero no escuché alguna respuesta. Me levanté de la cama y comencé a buscar alguna pista de él.

Pero al salir de la recámara me di cuenta que todo permanecía en quietud, la sombra de algunos cuadros se marcaban en la pared, mis pertenencias no estaban en su lugar, una sensación extraña comenzó a invadirme.

¿Qué demonios?

—¿TRAVIS?— el miedo comenzó a llenarse en la habitación, me sentía sola.

Al bajar a la sala me encontré con lo mismo, mis pertenencias no estaban.

¿Me habían robado? ¿Le habían hecho algo a Travis?

Comencé a caminar pero no avanzaba en ninguna dirección y la habitación se alargaba frente a mí, miraba en todas direcciones en busca de algo que no podía identificar.

Pero nada...

Luego, como una película de terror, mis pertenencias habían regresado y estaban envueltas en llamas, mientras que otras permanecían intactas.

Me di cuenta que estaba en mi antigua casa, estaba en Londres.

Quería rescatar mis pertenencias pero me quedé paralizada, no podía moverme. Simplemente todas mis cosas se convirtieron en cenizas.

—¡AYÚDENME!— grité, pero nadie me escuchó.

La casa se estaba derrumbando a mi alrededor, pero yo no podía moverme.

De repente, él apareció en medio de la habitación, con una expresión triste y desesperada. Parecía estar enojado pero a la vez deprimido.

—¿Joe?— pregunté, con la voz temblorosa.

Él no respondió. Simplemente me miró con sus ojos llenos de dolor.

—¿Qué estás haciendo aquí?— pregunté, asustada.

En un gesto impactante, arrancó su corazón del pecho y extendió su mano hacia mí, ofreciéndomelo.

Estaba horrorizada. No podía creer lo que estaba viendo.

—JOE ¡NO!— grité con desesperación.

Pero él no parecía escucharme. Él seguía extendiéndome su corazón, con una expresión de desesperación en su rostro.

—Joe, por favor— dije, llorando— No lo hagas.

Quería ayudarlo a que lo regresara a su lugar, pero él permanecía inmóvil, llorando y extendiéndome su corazón, mientras la sangre roja fluía por su mano y caía sobre la alfombra.

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