02.

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Para cuando las cinco horas de viaje se cumplieron aún me faltaba un poco para poder llegar a mi destino. Venía manejando con lentitud y tranquila pues por la ruta no había siquiera un alma que me hiciese compañía. Todo parecía desolado, el paisaje se encontraba bien cuidado y los árboles que se dejaban ver a los lados del camino eran bellos y misteriosos, pero aun así se denotaban pizcas de tristeza por donde fuese que posase la mirada.

Las nubes comenzaron a comprimirse en el cielo y no pude sacudirme de la cabeza una preocupación latente: el firmamento se había convertido en cuestión de segundos en el mismo cielo que el de mi sueño. Bajé un poco el vidrio del acompañante notando que me comenzaba a sentir ahogada y la brisa gélida que entró al coche me hizo creer que todo había mejorado al menos un poco. ¿Qué me pasaba? Me estaba entrando pánico de tan solo pensar en mi pesadilla, pero no podía aún discernir con claridad a qué le tenía tanto pavor. ¿Sería al hecho de que Max no me amaba? ¿Que a Lucy siempre se le daba todo lo que ella quería? ¿A ahogarme en el mar y ser abandonada como un recuerdo que nadie quería en verdad tener presente, como si fuese en verdad un arrepentimiento? ¿A qué le tenía tanto miedo?

No podía comprender nada de lo que cavilaba pues mis pensamientos eran una maraña imposible de desenredar; como cuando le das un ovillo de lana a un gato pequeño y él comienza a jugar hasta llegar al punto que la hebra ya no sirve pues está demasiado anudada en sí misma. ¡Ya toda la situación me estaba sacando de quicio! De ser una mujer inteligente e independiente me había pasado al completo opuesto, me convertí en un ente vacío sin ideas claras ni objetivos queriendo escapar de todo y de todos por el simple hecho de que una relación no me había salido bien... demonios, me había convertido en un cliché.

¿Saben qué es era peor de convertirse en un cliché por más de que no lo quería? Pues que no te das cuenta... ¿En qué momento le di tanto poder a mi necesidad de tener pareja como para desmoronarme en una situación como esta? ¡Dios! Me estaba odiando a mí misma por ser tan básica, ¿tan poco había dentro de mí que tener un hombre al lado era lo que me definía como ser humano?

Al rato me vi obligada a frenar el coche debido a la épica tormenta que se desató delante de mis ojos. Acomodé el vehículo a la derecha de la ruta, prendí las luces intermitentes como una precaución obligatoria y me saqué el cinturón de seguridad que me estaba asfixiando. ¡Me había convertido en una idiota! En el tipo de mujer hueca y sin sentido que solo encuentra la felicidad o la definición de sí misma al estar al lado de alguien que le hiciera sentir "valiosa".

Oh sí, Max y Lucille tenían mucha culpa por haber sido infieles; no obstante, la mayor culpable había sido yo por caer en aquel insípido camino. Ahora todo estaba más claro, como si se tratase de una epifanía hecha a medida. Todo lo que me había pasado era más que necesario para abrir los ojos, tenía que darme cuenta a la fuerza que mi vida debía ser algo más que la mera necesidad de encontrar la felicidad solo dentro de una pareja.

Después de todo, ¿qué había pasado con la mujer emocionada por su carrera de docente que había comenzado con tanto ahínco sus estudios? Se había dejado estar, trabajando en el negocio familiar —porque era lo más inmediato y requería menos esfuerzo—, logrando obtener lo suficiente como para vivir bien y mantener feliz a su prometido pues el hombre de la relación era el que debía ganar más.

—¿Cómo pude dejarme estar de esta manera? —me reproché sintiendo asco por esa persona extraña y patética en la que me había convertido.

Salí disparada del coche sin que siquiera me importara empaparme y quizá agarrar neumonía. Precisaba respirar. Me hacía falta calarme hasta los huesos y que el gélido viento hiciera recordarles a mis células que todavía estaba viva, que aún había un alma dentro de aquel cuerpo; un alma aletargada que se había marchado un rato a sucumbir bajo los latidos adormecidos de un ser en medio de su hibernación sin reparar en que la vida seguiría adelante sin ella.

Las gotas pronto comenzaron a chocar contra mi piel y el dolor que la baja temperatura de aquel día me propiciaba me hizo sentir bien. Que doliera significaba que aún estaba viva, que aún tenía chances como para remediar todas mis malas decisiones. Noté que en aquel páramo solo me encontraba yo y mi alma; por primera vez en la vida me decidí a hacer el intento y respirando hondo, o al menos tanto como podía debido al llanto que me atacaba sin miramiento alguno, dejé que de mis pulmones y mi garganta saliera el grito más desgarrador y fuerte que lancé en la vida. Los ojos me ardían y la garganta me comenzaba a escocer, pero yo cada vez me sentía mejor; irónico, ¿no?

Grité de nuevo, esta vez acomodando mis manos cerca de mi boca como para intensificar el sonido, sintiendo como si cada uno de esos alaridos me fuese cargando las baterías agotadas de mi corazón. Algunos pájaros, se ve que asustados por la loca que en medio de la ruta se había puesto a gritar, salieron volando en bandada. La lluvia había cedido un poco, aunque a lo lejos se dejó escuchar un trueno. Volví a sentarme en el asiento del conductor y acomodé con lentitud el cinturón de seguridad sobre mi pecho. Sonriendo sin tapujos me dije "qué demonios", me desaté de mi prisión y saltando al asiento trasero comencé a desnudarme para poder ponerme ropa seca antes de emprender de nuevo el viaje.

Jamás habría hecho algo semejante de haber estado en mis previas condiciones, pero ahora me sentía más suelta, liviana, libre. ¿Quién podría verme si en aquella ruta solo nos encontrábamos mis desdichas y yo? ¿A quién le importaría ver a una mujer en ropa interior detrás de la ventanilla cambiándose de prendas? Mis limitaciones se habían echado a la fuga en el momento más indicado, pues precisaba deshacerme de ellas por un rato para poder volver a encontrarme como persona.

Podría parecer raro, fuera de eje o sin sentido, pero por primera vez en mucho tiempo me sentí en verdad feliz. Estaba en uno de los peores momentos de mi existencia y aun así me sentía bendecida de estar pasando por todo aquello. Prendí la radio a todo volumen y regresé al asiento del conductor para volver a manejar. Creo que aquel día una nueva versión de Megan Pond había nacido.


A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora