24.

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A pesar de que la mañana y la tarde habían terminado bien pues Ethan se había decidido por tomarse el día en la ferretería para ayudarnos, para las ocho de la noche recibí un mensaje inesperado. Todd, el cual había desaparecido de mi cabeza por un buen rato, me comentó que Aaron estaba de vuelta en su casa y que él ya no podría vigilarlo.

Sus escuetas palabras explicaron que el adolescente y el "borracho", como Todd se llamaba a sí mismo, habían peleado. Debía de haber sido de manera muy fuerte dado que el que se suponía era el adulto no quería saber nada sobre el asunto.

Le pedí que por favor cuidara de Aaron por un tiempo más, aunque no pude convencerlo sin dejarle saber todo lo que sabía hasta el momento sobre los Flicks. Por supuesto que fallé, no pude darle pase directo al horrible secreto que guardaba bajo mis labios cocidos hasta el punto de sangrar. ¿Qué podría hacer? Todd era muy volátil, impredecible y cambiante, sin siquiera mencionar que había vuelto a tomar y estaba deprimido por el rechazo del chico. ¿Qué lo había hecho cambiar de opinión a Aaron? ¿Por qué alejarlo si él mismo le había mandado a llamar?

Cerré los ojos mientras mi cerebro comenzaba a girar logrando así que me dieran náuseas. ¿Alguna vez han sentido mareo debido a que su oído interno trabaja mal? Se debe a que lo que ustedes ven y lo que sienten debajo de sus pies no concuerdan, eso es lo que causa el mareo. Así me encontraba al terminar la llamada, con las piernas blandas y sintiendo mis pies sobre las nubes. De seguir así pronto terminaría en el suelo, desmayada.

—¿Megan? ¿Estás bien, querida? —sondeó Melinda volviendo al comedor pues se había ido a servir los platos de pasta que cenaríamos aquella noche.

—Sí, claro. —Fingir mi mejor sonrisa no fue difícil y eso la tranquilizó.

No sabía cómo, pero había convencido a mis neuronas para que dejasen de pelear entre ellas y comenzaran a trabajar en equipo. James andaba suelto por quién sabe dónde, sediento de venganza y sin nada que perder. Aaron y su abuelo, Ben, se encontraban en la casa familiar. Solos y desprotegidos, un anciano con pocas fuerzas ya para vivir y un adolescente depresivo que con suerte reaccionaría a la arremetida. ¿Qué debía hacer?

Llamar al sheriff aún no era una opción pues no había nada concreto por lo que contactarlo, solo especulaciones. Su número estaba agendado ya en mi móvil y hasta en marcado rápido, así que de necesitarlo tendría todas las herramientas para hacerlo. A pesar de que tenía el plan B cocinado, ningún designio A satisfactorio se diagramaba en mi cabeza.

Comí poco y en pocas cantidades pues la noticia de que había perdido un aliado –borracho y todo, pero un aliado en fin– me había quitado cualquier esbozo de hambre que hubiese podido sentir. Al rato me despedí de una cansada Melinda y me interné en la habitación de su hija a sopesar las posibilidades.

¿Qué podría hacer si en verdad me decidía por ir? Porque, siendo honesta, estaba demasiado aterrorizada por lo que podría pasarme si iba hasta aquella vieja casona. Sin embargo, no podía dejarlos solos e indefensos al poder de un hombre en busca de su sangre, no importaba cuán contradictorias fuesen mis emociones al respecto. El conocimiento era un arma de doble filo difícil de controlar. Si algo llegó a tu conocimiento y no hiciste nada para prevenir lo que sabías podía suceder, parte de la culpa era tuya.

Como siempre lo hacía apreté las manos en contra de mis sienes, obligándome a pensar en alguna solución rápida y efectiva. Estaba en el medio de mis maldiciones mentales cuando lo vi. Al costado del ropero, se encontraba apoyado un bate de béisbol, esos de metal. Se podía ver a simple vista que se le había dado bastante uso, pero que hacía ya tiempo nadie lo tocaba pues algunas manchas de óxido se dejaban salpicar por toda la superficie del objeto. No era mi amado atizador, pero algo era algo.

El bate me brindó una esperanza que no me sabía capaz de concebir. Me desnudé tan rápido como pude y coloqué sobre mi piel un conjunto deportivo de calza y musculosa negras. Me calcé las zapatillas deportivas, acomodé mi cabello en una cola alta de caballo y me abrigué con mi campera roja rompe viento. Sí, por supuesto que iba a ir cómoda si me estaba esperando una posible pelea física con alguien, ¿es que esperaban que me pusiese un vestido corto de salir o algo así? Tenía neuronas dentro del cerebro aún. Tomando con una mano el bate y con la otra las llaves del coche me di a la fuga de la casa de Melinda sin darme cuenta de que mi plan todavía no estaba del todo claro.

Al estacionar el coche cerca del añejo hogar de los Flicks pude notar cómo mi corazón se aceleraba de manera precipitada. Mis manos se sentían imposibles de controlar incluso aferradas al manubrio, el temblequeo de mis extremidades se hacía más intenso si intentaba refrenarlo. Si pasaba del conjunto de árboles a mi derecha terminaría en la puerta principal de aquella familia que tanto me aterrorizaba, el camino era sencillo. Abrir la puerta y comenzar a caminar para confrontar mi destino, eso era todo lo que tenía que hacer mas no conseguía las agallas suficientes para moverme siquiera un ápice.

—Deja de temblar, deja de temblar, idiota. Ellos dependen de ti, el conocimiento es un arma peligrosa y tú posees una noticia que no puedes ignorar: ahora te toca actuar —fui diciendo a medida que intentaba motivarme a moverme de una vez por todas.

Tal vez me estaba imaginando todo, tal vez el intento de suicidio nada tenía que ver con el escape de James, tal vez Aaron era un pobre adolescente deprimido y su padre se encontraba a kilómetros y kilómetros de distancia disfrutando de aquella libertad que le habían arrebatado. Tal vez... tal vez todo era una simple coincidencia, un resultado de mi retorcida mente que debería encontrarse un hobby mejor, pero seamos honestos, las chances de que aquello no estuviera pasando eran mínimas, así que me resigné a buscar apoyo.

—¿Querías que confiara en ti? —Fue el saludo que mi interlocutor recibió apenas contestó la llamada.

El silencio que secundó mi primer contacto fue la señal que yo esperaba para poder confiar mi secreto en alguien que pudiese actuar, por fin. Respiré hondo intentando no apretar tan fuerte el celular en mi mano y me limpié el sudor de la otra con mi campera, luego, abrí mis labios y escupí toda la información que pude.

—Aaron intentó suicidarse el mismo día que el escape de su padre se publicó en las noticias. No te voy a contar cómo fue que lo descubrí, pero James Flick no fue encarcelado porque le atraparon robando a mano armada. Él fue enviado a prisión porque mató a su mujer en frente del chico. Aaron fue el que lo delató y creo que está en problemas. Mientras estuviera en el hospital, estaría a salvo, pero ahora que le dieron el alta...

¿Y Todd? ¿Dónde está Todd? —La voz masculina se escuchó algo alejada y con interferencia, haciéndome sentir como si en verdad se encontrase a millones de años luz de distancia.

—Me llamó borracho para decirme que él y Aaron se habían peleado, que no servía para nada y ya no lo cuidaría. No sé qué demonios pasó entre ellos, pero ya no nos está ayudando.

¿Dónde estás?

—Estacioné mi coche en frente de los árboles que te dejan llegar a la puerta de entrada, tengo un bate de acero como arma, pero no sé hasta qué punto me servirá. ¿Vienes?

Por supuesto que sí.

—Tal vez esto no sea nada, así que no llamaremos a Bale hasta estar seguros de que James Flick está dentro de aquella casa, ¿quedó claro?

Como el agua. Estoy en camino, no entres sin mí. —Se despidió sin muchas palabras, por supuesto que yo le haría oídos sordos a su última orden.

Si bien salí del coche intentando mantener la calma, mis brazos habían decidido hacerme la contra en aquel momento tan inoportuno. Acomodé detrás de mi oreja un mechón que se había salido del agarre de la banda elástica y revisé el reloj. Eran las once menos veinte de la noche. Recé por primera vez al Dios en el que creía, pero que había dejado de lado por mucho tiempo, pidiéndole por protección y ayuda. Di unos pasos buscando eliminar la distancia que me separaba de esa vieja casa que lucía como morada del demonio debido al paso del tiempo y la falta de mantenimiento, no sin antes cerrar mis ojos y respirar con toda la capacidad que mis pulmones tenían. Había llegado la hora, ese era el momento para actuar y me encontraba en mi camino hacia una de las peores noches que hubiese vivido jamás.


A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora