25.

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Esa noche se convirtió en un caleidoscopio de recuerdos que desde ese momento en más se entrelazaron y mezclaron entre ellos. Hoy por hoy se me hace algo complicado recordar todo con lujo de detalles por el sufrimiento que toda esa época de mi vida me causa. Al meterme entre los árboles que cubrían escondiendo así la fachada de la casa de los Flick, una rama endemoniada se cruzó por mi camino sin que la notara y lastimó mi mejilla dejándome un tajo. Recuerdo con sumo detalle ese momento en particular. Más que nada porque durante las semanas que siguieron no pude verme al espejo sin que algún flash de esa fatídica experiencia me visitara para torturarme.

La manta de hojas verde oscuro que se dejaba caer sobre mi cabeza tapaba la luz de luna que luchaba por filtrarse por cualquier recóndito hueco en que cupiese. La leve brisa hacía que ese frío poco característico de otoño cortara mis manos y una raíz salida en el suelo logró hacerme tropezar. No sé qué tenían los árboles en mi contra esa vez, pero ya me estaban cabreando. Una tratando de hacer lo correcto y la naturaleza empecinada con hacerla tropezar tantas veces como pudiese antes de llegar a destino. Por supuesto, esa solo fue la primera de las tantas veces que me tropecé antes de llegar al umbral.

En esa noche plutónica que amenazaba con devorarme el alma junto a mis miedos, que como fantasmas recorrían el camino a mi lado, el satélite brillaba lleno sin estrellas que lo custodiaran. El astro parecía solitario y aislado, curioso ya que las cuatro noches anteriores podrías haberte convertido en anciano tratando de contar las estrellas en el firmamento. ¿Qué me estaba queriendo decir esa hermosa esfera amarilla que me miraba condescendiente desde la lejanía? No sabía bien por qué, pero la escena me hizo sentir diminuta e ignorante; había tanto que aún no sabía, tanto aún por aprender y vivir. La impotencia, con manos transparentes y crueles, me tomó del cuello ahogándome hasta el punto de llenarme de lágrimas. Me sentía paralizada y con ganas de tirarme al suelo a llorar como niña pequeña, así de mucho valoraba mi vida que hasta dudaba entre seguir o no.

Para cuando llegué a la puerta principal mis manos se crisparon sobre el bate y una gota de sudor se dejó deslizar por el lado derecho de mi rostro. La puerta, que se encontraba pintada de blanco, pero con muchas porciones descascaradas, me saludó entreabierta confirmando de cierto modo mis temores más profundos.

Los engranajes dentro de mi cabeza, la cual se encontraba inundada de aprensiones, comenzaron a maquinar a la velocidad de la luz múltiples escenarios en los que todos terminábamos muertos... lo cual no era para nada positivo. Sacudí esas horrendas y sangrientas ideas de mi cabeza y tomé, no antes sin dudarlo, el frío picaporte; ese era el peor momento para sentirme Shakespeare. Respirando profundo me adentré al recinto no sin antes gritar los nombres de Aaron y Ben. Tal vez eso no fuese lo más inteligente que había hecho en mi vida, pero no quería lastimar a un pobre viejo por entrar haciéndome la kamikaze silenciosa, ¿y si todo era un error? Además, de ser que el asaltante tuviese un arma, estaba jodida de todas formas, por lo menos iba a entrar dejándoles saber que estaba allí. Intentar jugar el as del factor sorpresa dadas las circunstancias se me hacía estúpido.

—¿Aaron? ¿Ben? —cuestioné mientras que mis lentos pasos hacían que la madera bajo mi cuerpo crujiera.

—A-aquí.

Se notaba a la legua lo aterrorizado que se encontraba y no dudé siquiera un segundo en salir corriendo a su encuentro. Pasando en medio de la oscuridad por el living, llegué pronto a una cocina poco iluminada. La imagen que me recibió dentro del lugar me dejó helada del terror pues Aaron se encontraba tirado en el piso junto a un paralizado Ben Flick.

Sus encantadoras orbes verdes, que nada tenían que envidiarles a las esmeraldas, quisieron comunicarme con la vista el temor que experimentaba en esos momentos. A medida que me acercaba a ellos sus ojos comenzaron a abrirse hasta el máximo de capacidad y se grabaron en el baúl de mis recuerdos de por vida.

A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora