08.

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Esa semana me fui a dormir con la imagen de Aaron Flick en la cabeza. No sabía bien el por qué, mas se había convertido en el único pensamiento coherente que tenía al principio y al final de cada jornada. Todas las tardes cuando su cuerpo delgado y escuálido se dejaba pasar por la entrada principal, mi corazón daba un vuelco debido al alivio y por fin podía trabajar tranquila. Con Melinda nos cruzábamos miradas disimuladas haciéndole saber la una a la otra que no se notaban cambios significantes en el chico, ni para bien ni para mal.

—Te ves agotada y es tan solo tu primera semana, te dije que sería un trabajo duro —comentó resignada Melinda ese mediodía mientras nos sentábamos en la mesa regular a esperar nuestro almuerzo ligero.

—Lo sé. Sí, es verdad que hay chicos problemáticos con sus inquietudes y sus rebeldías, con sus ganas de pertenecer a un grupo y que los adultos no los controlen, a ellos los tenía en mis planes; ahora, no tenía en mis pronósticos cruzarme con alguien como Aaron Flick. Es que no puedo dejar de pensar en lo que está pasando y cómo hace para seguir adelante cada día, ¿comprendes?

—Sí, muchas veces me pasa lo mismo. El chico ha tenido una vida muy dura, eso es seguro. —Melinda tenía intenciones de seguir la conversación, pero Ethan Noble nos abordó con una gran sonrisa dibujada en los labios. Si bien fue un hermoso gesto sus ojos tristes aún no estaban listos para acompañarlo con honestidad.

—Buen provecho, ¿cómo están hoy? ¿Los puedo acompañar a almorzar? Mi sobrino me dejó clavado por una cita romántica. —Guiñó un ojo de manera cómplice señalando con disimulo al ala derecha del restaurante donde el chico de la otra vez se encontraba charlando amenamente con una chica que ya había visto aparecer varias veces por la biblioteca.

—Por supuesto, Ethan, sabes que eres siempre más que bienvenido —lo recibió con gusto Melinda mientras le dejaba un lugar a su lado.

—¿Entonces se puede saber por qué esas caras de preocupación?

—Aaron Flick —respondió con simpleza Melinda y se encogió de hombros, parecía que todo el mundo estaba al tanto de la situación.

—Oh, sí, pobre chico y pobre señor Flick también. De tan grande tener que ser responsable de otra persona debe ser muy duro. El otro día vino a la ferretería y se encontraba muy preocupado y triste; me contó que no podía llegar al chico y que cada vez que lo rechazaba pensaba que volvería a cometer los mismos errores que con su padre. ¿Se imaginan? ¿Tener que criar de nuevo a alguien, pero pensando en que no lo hiciste bien la primera vez y que la historia se va a repetir?

—Pobre hombre. —Sacudí mi cabeza volviendo a sentirme compungida debido a la preocupación.

A la tarde cuando lo volví a ver en la biblioteca pude notar que los ojos marrones de Aaron se encontraban más opacos que otras veces. Aquel día venía vestido de jeans y una playera negra con la letra de la canción de una banda a la que no conocía. Se denotaba más pálido de lo normal y su andar era poco certero, dubitativo; como si no supiese en verdad si su pie debiese seguir al otro para llegar a alguna parte.

Lo saludé tratando ser amable cuando su rostro se acercó a recepción y le comenté que había encontrado un libro medio perdido en la sección de policiales que tal vez le gustase. Era "El misterio del cuarto amarillo", escrito por Gastón Leroux.

—¿Es bueno? —indagó mostrando su lado tímido a la vez que una leve mueca, simulando una sonrisa, se asomaba por las comisuras de su boca.

—A mí me gustó mucho cuando lo leí y el final es hiperintrigante. ¿Quieres darle una oportunidad?

—¿Por qué no? No tengo nada mejor que leer —respondió tranquilo y tomó el libro entre sus manos para luego alejarse con lentitud mientras yo lo examinaba con pensamiento crítico y exhaustivo. Se notaba que era un chico brillante y con ideas propias, pero también era fácil darse cuenta de que su mente era un mar enfurecido y lleno de tormentas que lo dejaban incapaz de encontrar un rayo de sol.

A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora