14.

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Al volver después del almuerzo Melinda me recibió con terribles noticias. Había aparecido el cuerpo carente de vida del otro Romeo en el bosque durante esa escasa hora y media que me había tomado. A la intemperie por unos días, suponían —por la descomposición— que había fallecido más o menos al mismo tiempo que el otro pobre chico.

No se sabía bien aún quién era el asesino, pero la cosa era segura: ambos habían sido ultimados a sangre fría. Marcas de ataduras en brazos y piernas, heridas por haber intentado defenderse y ropas en mal estado se habían hecho presente en la nueva víctima; igual que el pobre chico que había aparecido flotando en el agua del lago.

Tanto los Jackson como los Jefferson estaban aterrados y destrozados por las noticias. Ambas familias sufrían, no solo porque los chicos habían decidido escaparse de sus lazos familiares sino también por la tragedia en que se habían convertido sus cortas vidas. Por lo que se decía en el pueblo, los únicos felices por cómo sus hijos se habían marchado sin mirar atrás eran los jefes de familia. Por supuesto les dolía, mas también comprendían que era un paso necesario pues las familias no estaban listas para ese amor y terminarían destruyéndolos. Jamás se pensaron que los hechos se darían de esa forma y desde la noticia del primer fallecido, ambos linajes habían decretado una tregua perpetua pues sabían que ninguno de los dos jóvenes tenía madera de asesino como para quitarle la vida a un ser amado; para ellos era más que obvio que habían resultado víctimas de todo ese asunto. Con toda esa información dentro del cráneo no pude evitar preguntarme: ¿cómo harían para encontrar al culpable?

A su vez me sentí aterrorizada pues los asesinatos en las grandes ciudades eran como noticias de cosas que pasaban en otros países, ningunos sucedía tan cerca de uno como para vivir con miedo. En Cloverwood todo era diferente. ¿Qué hacía a estos chicos más desprotegidos que uno mismo? ¿Cómo se podía estar tan seguro que no seríamos las siguientes víctimas?

Ethan apareció veinte minutos antes de que cerráramos la biblioteca y llevaba un fuego en los ojos característico de alguien que había tomado una decisión y se mantendría fiel a ella. Aquella seguridad, la cual emanaba incluso en su forma de andar, me hizo saber que esa noche yo no tendría ni voz ni voto en lo que sucedería a continuación y si bien no tenía suficientes fuerzas después de las noticias de ese día, debía frenarlo o al menos intentar.

—Te vienes conmigo esta noche, de vuelta al cuarto de invitados. —Me dijo serio intentando demostrar su mejor cara de póker pues sabía que si demostraba debilidad yo me escurriría de alguna forma.

—Los dos sabemos que no es una habitación de huéspedes y no puedo hacerlo, no puedo profanar lo que fue el santuario de tu difunta mujer.

—Ashley —remarcó con fuerza—, nunca le vuelvas a decir "mi difunta mujer" porque por culpa de un distanciamiento como ese es que olvidamos a nuestros seres queridos; y créeme, yo no tengo intención alguna de que se olviden de mi mujer.

—Lo lamento... ¿ves? Ni siquiera puedo hacer bien esto, debería por lo menos poder hablar de ella como se debe, pero de más está decir que he fallado. No soy digna de pasar otra noche allí.

—De haber estado con nosotros Ash hubiese insistido hasta hacerte volver, se habrían convertido en aliadas, ¿sabes? A ella siempre le fascinó proteger al prójimo cuando este no podía defenderse a sí mismo, ustedes podrían haberse convertido hasta en amigas. Si lograste dormir bien anoche y te sentiste protegida por su presencia, ¿por qué no hacerlo de vuelta? Hazlo hasta que te vuelvas a sentir bien, hazlo hasta que dejes de mirar sobre el hombro en busca de personas que intentan matarte a sangre fría.

—Está bien. —Al final terminé aceptando sintiéndome como una niña pequeña la cual acababa de ser sermoneada por comportarse de manera caprichosa.

A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora