30.

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—Así que es la hermana de Megan.

El matrimonio, mientras Lucy tomaba una siesta forzosa, revisaba su cartera en busca de un nombre. Saberla como una persona con trabajo, familia y seres queridos —en vez de una simple "presa"—, les hacía disfrutar de su caza incluso un poco más.

—Qué billetera tan bonita y mira la foto de las dos.

Sarah Jenkins le señaló la imagen a su marido mientras él apreciaba a las dos chicas recostadas en el césped, cerca la una de la otra y felices de estar en compañía mutua. En ese recuerdo del pasado, Arnold pudo apreciar que Megan aún tenía el cabello de color marrón oscuro.

—Es una lástima, pues Megan me caía muy bien. —La voz del hombre le hizo saber a su mujer que en su mente un nuevo plan se estaba maquinando, y oh, cómo le gustaban a ella sus planes.

—¿En qué estás pensando? —escudriñó sin poder aguantarse pues sus ansias eran demonios torturando su ser, dejándola sedienta de más sufrimiento ajeno.

—Pues, en invitar a Megan por fin a cenar. Sabes que hemos sido pésimos vecinos, no la hemos agasajado propiamente.

—Pero Lucille está aquí. —Sarah no podía entender por qué su marido estaba empeñado con arriesgarse de forma tan innecesaria.

—Oh, no te preocupes por ella, querida. ¿Recuerdas cómo el año pasado remodelé todo el comedor? Pues hice una trampilla debajo de la mesa, es imperceptible y te engañé al poner la alfombra arriba. Es un pequeño espacio de dos metros de largo y unos setenta centímetros de ancho; lugar diseñado solo para recibir a nuestros... huéspedes.

—Eso quiere decir que podremos invitar a Megan y hacerle cenar sobre su hermana antes de que la matemos. ¡Oh, Arnold! ¡Es por esto que me casé contigo! —El comentario de la mujer le hizo saber a su marido el tamaño de su felicidad y se besaron con pasión para luego comenzar a diagramar todo lo que necesitarían para esa noche.

La señora Jenkins se quedó dentro de su cocina a preparar feliz los manjares que se disfrutarían más tarde mientras que el señor Jenkins se dirigió a la casa vecina a invitar a Megan. Cuando llegó al portal de su vecina, la puerta se abrió dándole lugar al sheriff que se retiraba del recinto. Los tres, quedándose parados en el pórtico, comenzaron a charlar.

Arnold Jenkins explicó que se había enterado de los últimos acontecimientos y que no se sentía cómodo sabiendo que Megan recibiría la noche sola en su hogar. ¿Qué clase de vecinos serían si no la invitaban al menos a cenar? La sonrisa en el rostro del sheriff le hizo saber al hombre que él estaba de su lado y cuando la chica comprendió que excusarse sería en vano usó a Bale de comodín para no quedar sola en el compromiso.

—Está bien... pero solo si tú vienes conmigo, Austin.

Ese comentario lo sacó de foco a Jenkins por un segundo, mas la adrenalina que le producía imaginar la situación lo llevó a aceptar la propuesta sin analizarlo mucho más. No solo engañarían a Megan haciéndola cenar arriba de su hermana sin siquiera saber que podría haberla salvado, sino que también ridiculizarían al sheriff y al poder de la policía.

Oh, las cosas poco a poco se iban desencadenando de una manera que jamás habría imaginado, pero que lo satisfacían sobremanera. Sería la mejor velada que Sarah y él habrían pasado en sus vidas y pensaba sacarle el mayor provecho posible.

Jenkins procedió a disculparse confesando que debería ir al supermercado a comprar los ingredientes que faltaban en la casa o su mujer jamás se lo perdonaría: ella era una perfeccionista a la que le fascinaba cocinar cosas deliciosas para sus invitados.

A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora