19.

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Ese manchón gris en traje deportivo que pasó fugaz como una estrella de verano volvió su andar hasta quedarse en frente de los faroles del carro que me había olvidado de apagar. Cuán inmensa fue mi sorpresa cuando vi la gran sonrisa del sheriff mientras se acercaba a mi ventana. Parecía que el tipo vivía feliz y darme cuenta de que aquel pensamiento envenenado por la envidia había nacido en mí, me hizo sentir asqueada con el tipo de persona en que me había convertido.

—¡Buenos días, señorita Pond! —Golpeó el cristal como si no lo hubiese visto ya acercándose a mí.

—Oh, buenos días, sheriff. Que me diga Megan le he dicho. ¿Me quiere hacer sentir como una anciana o qué? —le reproché a modo de saludo sin poder evitar formar un puchero con mis labios. Algo raro pasaba conmigo ese día; nunca era tan abierta y menos con tipos a los que conocía poco y nada.

—Lo lamento, Megan —se disculpó, posando la mano en su nuca y sacando la lengua, inmaduro. Se ve que no era la única rara allí—. ¿Otra vez ha tenido terrores nocturnos?

—¿Lo dice porque me encuentro aquí a las seis y cuarto de la mañana?

—Eso y su cara de susto, parece como si hubiera visto a un fantasma.

—Algo mucho peor. —Me achiqué de hombros y su expresión cambió de curiosidad a preocupación.

—¿Te gustaría hablar? —preguntó mientras yo destrababa el coche en silencio así él podía ingresar.

Saqué mi termo lleno de té del asiento del acompañante y le convidé callada mientras él aceptaba, se encontraba muy sudado y encendí la calefacción en el mínimo para que no tuviese frío ni se enfermara. No me presionó en ningún momento, se limitó a tomar la taza con las dos manos —supongo que para ayudar un poco a su calor corporal— y esperó paciente a que le contara lo que yo quisiera, sin forzar ni exigir nada. Al principio conté algunas cosas, las mínimas y necesarias como para poder escaparme de aquel momento de debilidad en que él me había atrapado, pero a medida que articulaba una oración otra salía disparada detrás. Sus ojos eran como confidentes sin presunciones y sin ideas preconcebidas capaces de hacerme sentir en confianza con su dueño, quien si bien era un desconocido se sentía como un compañero.

Por un extraño momento quedé en silencio mirándole fijo a los ojos. Sus pupilas eran agradables y comprensivas. Se sintió como si no fuese la primera vez que confiaba en él mis mayores temores. Me invadía un bizarro sentimiento de pertenencia, como de déjà vu. Él se recostó de costado enfrentándose a mí ignorando así el frente donde se posaba mi hermoso lago. Tener toda su atención me puso nerviosa y me reprimí en forma de notas mentales pues ya estaba grande para esas mariposas en el estómago.

Deshaciendo la conexión invisible que se había creado entre nuestras miradas, Austin Bale bajó la de él sonriendo. A pesar de la naturalidad con que lo hizo, su gesto fue de impotencia, una combinación rara entre no saber qué decir ni qué hacer. Pasó la mano por su cabello demostrando frustración y volvió a mirarme esta vez avergonzado. ¿Por qué se había puesto así? ¿Y por qué me parecía que cada uno de sus gestos me atrapaba y me intrigaba más y más?

—Lo lamento, pero nunca en mi vida he pasado por algo así y no soy capaz de imaginarme lo que estás sufriendo; me siento inútil, un inservible.

—No, para nada —le interrumpí antes de que siguiera criticándose—. Me ayudaste más de lo que te imaginas; no le había contado a nadie sobre qué trataban mis pesadillas, al menos no con lujo de detalles como lo he hecho contigo. Si te tengo que ser honesta me siento mucho más tranquila ahora. Me sentí tan tonta contándote lo que mi cabeza maquinó que ahora se me hace imposible que vaya a pasar en la vida real.

—Eso está bien, muy bien al decir verdad. Pero, Megan... —Me llamó la atención tomándome firme de la mano y no supe cómo interpretar ese gesto tan humano pero aterrador—. Ten cuidado, mucho cuidado, y estate atenta; estos episodios son una maquinación de tu propia mente que quiere que abras los ojos. Hay algo que se te está escapando o algo que estás calculando mal, si no tu subconsciente jamás te haría pasar por esto. En mi opinión, él cree que esta es la única forma que tiene de que lo escuches.

Asentí sin más y nos quedamos sumidos en un impenetrable silencio. Creo que la impresión de pertenencia, de tranquilidad era tan palpable y mutua que ninguno de los dos quería arruinarlo con meras palabras. Sin darme cuenta cerré mis ojos sintiendo cómo el cansancio volvía a atraparme y caí, llena de impotencia, en sus brazos malignos. No quería dormirme, en verdad no quería, pero tampoco era algo de lo que me podría librar a fuerza de voluntad.

A las siete y cuarto sentí la mano de Austin intentando despertarme. Sus ojos brillaban de una manera difícil de interpretar de manera objetiva y su sonrisa se había borrado de los labios, como un mensaje que escribes en la arena y la marea se ocupa de secuestrar en las inmensidades del olvido.

—Lo lamento, pero son las siete y cuarto y debo salir corriendo a ducharme si quiero llegar a tiempo a la comisaria.

—¿No quieres que te arrime? —propuse enderezándome para encender el coche, la vergüenza era tal que no podía siquiera disculparme por mi modo de actuar.

—No, muchas gracias, vivo a dos cuadras de aquí. Estaba volviendo cuando te vi. Megan, recuerda que tienes mi número para lo que sea que precises, ¿sí? Oh, y felicitaciones por tu mini siesta sin pesadillas. —Guiñó el ojo de manera cómplice mientras se bajaba para salir una vez más corriendo, esta vez sin mirar ni volver atrás.

Encendí el motor pensando que ya era una hora razonable para ir a trabajar e inicié el camino hacia la biblioteca. Para cuando llegué, el lugar parecía lúgubre y opacado. No había vida ni felicidad alguna en aquel gris edificio y sentí la necesidad de darle un shock de carácter. Abriendo la puerta con la llave que se me había confiado comencé a abrir las ventanas y a prender las luces hasta que el cielo se despejara y permitiera que la luminosidad del sol alumbrase todo con su toque de energía. No llevaba mucho tiempo acomodando las cosas que habían quedado del día anterior cuando una malhumorada Melinda hizo su acto de presencia. Se notaba que no era una persona madrugadora y aquello me hizo reír por lo bajo sin poder evitarlo.

—¿Y tú de qué te ríes? —bufó aterradora y salí corriendo a esconderme detrás del monitor de la computadora antes de que me arrancara la cabeza con los dientes.


A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora