21.

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Por más de que la tarde desencadenó luego de la hora del almuerzo una terrible tormenta, ninguno de los chicos faltó a nuestro encuentro para el taller de escritura. El cielo, tan gris y lluvioso como nunca lo había visto allí, parecía estar desgarrándose como un lienzo frágil sin resistencia. Los truenos no se dejaron estar haciendo acto su de presencia y la luz se cortó a media tarde.

Pronto varias velas se encendieron y los chicos utilizaron sus aplicaciones de linterna. En vez de usar computadoras volvieron al tradicional bolígrafo y papel, ya que, por lo que se podía ver, nada podía detener su motivación. Mientras con Melinda nos íbamos dividiendo para atender los llamados de los jóvenes que destilaban entusiasmo, intentábamos disfrazar nuestra sorpresa pues las ideas que emergían de aquellas cabezas jóvenes eran muy interesantes. El punto no era evitar apreciar sus trabajos, sino dejarlos para que ellos terminasen de expresarse sin verse condicionados por la opinión de un adulto.

Despecho, desolación, amistades falsas, primeras impresiones, conocimiento, ignorancia, personalidades complejas, integración, etc. Todos aquellos temas estaban siendo tratados con una profundidad y una seriedad tan maravillosas que no pude evitar sentirme orgullosa de lo que habíamos ayudado a promover. Esos chicos tenían todo lo que se necesitaba en el interior, nosotros lo único que hicimos fue darles un empujoncito. A pesar de saber lo poco que en verdad estábamos haciendo, Melinda y yo no pudimos evitar sentirnos orgullosas de formar parte de algo muchísimo más grande que nosotras mismas.

—Quiero hablar del arrepentimiento, pero no sé cómo comenzar —me indicó Lauren, una chica de cabello azul con mirada chispeante.

—Pues depende de cómo quieres afrontarlo, ¿vas a tratarlo desde el punto de vista de hacer algo malo y tener la entereza para arrepentirte del hecho? ¿O quieres tratarlo desde el punto de vista que no importa por cuantas cosas complicadas hayas pasado, no debes arrepentirte del camino recorrido porque es el que te hace quien eres hoy? ¿Cuál es tu perspectiva?

—Por hoy quiero tratarlo desde el punto de cómo puedes hacer algo malo, pero al darte cuenta, redimirte. Quiero decir que no está bien hacer todo lo que se te da la gana, pero que puedes intentar hacer cosas luego. No para mejorarlo porque el daño hecho, hecho está, mas ahora estás en la posición de hacer algo para minimizar el daño que causaste.

—¿Has pasado por algo como eso?

—Todos nos sentimos mal por lo que le hicimos a Aaron, siempre le hicimos el vacío por ser diferente. Tal vez si hubiésemos estado más presentes, él no hubiera intentado suicidarse —la chica confesó bajando la mirada, pude apreciar, por el temblor en su voz, que intentaba no llorar, aunque el cargo de conciencia por el que estaba pasando se lo hacía difícil.

—Ahora no tiene sentido carcomerse en la culpa, como tú dices, la vida a veces da segundas oportunidades y debes aprovecharlas. No pierdas tu tiempo llorando sobre leche derramada, ve y límpiala.

—Me gusta, me gusta —susurró, ensimismada en sus propios pensamientos y volvió a su labor. Era increíble, pero el dolor era uno de los combustibles que más movía al corazón humano.

Cerca de las siete de la tarde, que era casi nuestra hora de cierre, despedimos a los chicos y le prometimos que nos volveríamos a encontrar en la siguiente sesión así dábamos los últimos retoques y mandábamos todo a publicar. Ethan apareció justo cuando Melinda daba la última vuelta de llave y nos invitó a cenar en el restaurante de siempre. Contentas aceptamos y orgullosas mostramos los textos en puño y letra de "nuestros chicos".

—¿Ellos escribieron esto? —La sorpresa de nuestro acompañante era palpable y entendible pues ni nosotras podíamos terminar de creerlo.

—Los chicos solo precisan sentirse guiados, pero nosotros no hicimos nada, ha sido todo de ellos. —Melinda mostró sus dientes en una sonrisa radiante que era atípica en ella.

—Es increíble... lo que están logrando es extraordinario, chicas, mis felicitaciones. Me quito el sombrero. —Largó la última oración cómica a la vez que nos reverenciaba.

Para cuando llegué una hora y media más tarde a la cabaña que se había convertido en mi hogar, encontré un sobre blanco sobresaliendo debajo de la alfombra de bienvenida. Me pregunté asombrada quién podría ser el autor de ese mensaje que estaba húmedo mas no empapado. Eso significaba solo una cosa: quien fuese el responsable la había dejado allí hacía poco. Abrí la puerta sin atreverme aún a husmear en el contenido del sobre pues un mal presentimiento me atacaba desde la médula. Cerré con llave no sin antes mirar por detrás de la cortina en busca de alguien que se encontrara por allí fuera monitoreándome, por supuesto no pude discernir nada en la oscuridad que me rodeaba.

Me había convertido en una paranoica, pero, si debía ser cien por ciento honesta, la situación lo ameritaba. ¿Qué tenía ese pueblo? Al principio me había engañado por completo haciéndome creer que era un pequeño reflejo del cielo en la tierra, sin embargo, poco a poco comenzó a mostrar sus multifacéticas características tétricas que no me gustaban, no me gustaban en lo más mínimo.

La carta que encontré dentro del sobre era sencilla y al grano. Una frase escueta se encontraba escrita en el centro del papel y quien fuera que la hubiese escrito tenía una letra horrible. No todo es lo que parece; estate atenta, ten cuidado. ¿Quién había mandado semejante advertencia? Y ¿Por qué no era más específico? ¡Estaba hasta la coronilla con esos enigmas que se metían hasta por debajo de la sabana, ¿por qué las cosas no podían ser más sencillas? ¿Por qué tanto melodrama? Además, ¿eso era una advertencia o una amenaza?

Me serví una copa de vino, pues precisaba pasar el mal trago que la carta me había dejado de alguna forma e inicié el mecanismo mental de especular quién podría haber sido el hijo de su gran madre. Aun así, salí de semejante osadía cognitiva con las manos vacías, pues todo el mundo me parecía buena gente. Todos menos Todd, por supuesto, pero eso se debía a que el tipo tenía sus propios demonios.

—¿Hola? —contesté confundida y aterrorizada cuando el teléfono de línea de la cabaña comenzó a sonar de la nada misma.

—... —Un largo silencio seguido de estática se dejó escuchar y alguien cortó la comunicación desde el otro lado.

¡Suficiente! Toda esa situación había sido la gota que derramó mi vaso de autocontrol. Corriendo a agarrar el atizador de la chimenea, me armé de mi celular y me encerré en mi recámara con llave. No estaba muy segura de qué hacer y el terror estaba nublando mi juicio. ¿Cuál sería mi siguiente paso? Como una idiota me había encerrado convirtiéndome en una víctima fácil, aun así, salir corriendo a la intemperie me hubiese dejado incluso más vulnerable. Por lo menos dentro de mi cuarto estaba armada con un atizador... el cual no sabía siquiera cómo demonios usar. Mierda, estaba jodida.

Segundos después sentí como si una luz se encendiera dentro de la oscuridad de mi psiquis. Era tenue y débil, pero poco a poco iba cobrando fuerza. Sentí como la lluvia volvía a desatarse golpeando varias veces el techo arriba de mi cabeza, pero no me refrené y marqué el número que estaba impreso en el papel.

—¿Megan, eres tú? —inquirió el sheriff sorprendiéndome.

—Sí. Lamento llamarte a esta hora, Austin, pero pasó algo raro y me encuentro encerrada en mi habitación... armada con un atizador y aterrada.

—¿Qué ha pasado? —Su voz sonó alarmada, como si estuviese listo para saltar de su cama y venirse a mi cabaña si se lo pedía.

—Llegué a casa y había una carta esperándome, una advertencia diciéndome que no todo es lo que parece. No termino de leerla que alguien llama al teléfono fijo de la cabaña, que ni siquiera yo sé el número, y solo se escucha estática, luego cortaron. Estoy aterrada.

—Estoy en camino, estaba haciendo una recorrida y no estoy lejos. Te volveré a llamar para que me abras la puerta. —Su voz se escuchó baja pero tranquilizadora y una calma instantánea me inundó.

Recostada contra la fría pared noté que algunas lágrimas se habían dado a la fuga por mis mejillas y el cuerpo me había comenzado a doler por la tensión en que habían estado mis músculos hasta que escuché esa voz tan consoladora. Si bien la calma me había hecho su víctima, abrí mis ojos saliendo de aquel estupor de manera repentina... ¿cómo demonios supo Austin que yo era la que le llamaba?


A la esquina del fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora