15.

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Enzo se encontraba sobre una pequeña estructura de madera con los brazos extendidos, llevaba ya un buen rato ahí, como un muñequito. Solo veía a Lía dar vueltas a su al rededor, y sacar medidas de cosas que ni siquiera sabía que se podían medir.

Desde ahí arriba, aburrido, se dio cuenta lo pequeña que Lía era, o tal vez él era muy alto, pues una vez estuvo sobre la plataforma, la chica quedó por debajo de su pecho.

Veía atento lo que se le dificultaba llegar a sus hombros, y a veces ayudaba inclinándose un poco, pero era regañado cada que lo hacía, ella era ágil a pesar de lo alto, y una vez estuvo concentrada, no se detuvo.

—Tienes que estar derecho. —indica—. Sino te podéis pinchar.

Pfff... Estoy ayudando nomás. —se queja poniéndose firme de nuevo.

Para suerte de ambos, si lograron concentrarse en lo que hacían. Y por un rato, tuvieron la boca cerrada, y la guerra de preguntas extrañas que empezaron desde que Enzo llegó, estuvo en pausa.

—Bien. —Enzo la vio hacer un apunte en una libretita, y después empezó a quitarle los alfileres del cuerpo.

Lía se incorporó en sobre pies de nuevo, e hizo círculos con su cuello para descansarlo, estuvo mirando hacia arriba durante mucho tiempo.

—... No, no no. —dice deteniéndolo de bajarse al suelo—. Falta medir tu cintura, después podemos tomar un descanso.

Enzo no dice nada, notoriamente abrumado de solo estar parado, regresa a como estaba. Lía se inclina a dejar su libreta sobre un sofá, y cuando regresa, ve a Enzo. Mejor dicho, ve su abdomen descubierto justo frente su rostro. La tomó por sorpresa, impresionante como de un segundo a otro ya tenía los botones desabrochados.

Tragó duro, y por más que lo intenta, no puede ver a otro lado.

¿No tenía vergüenza?, ¿Era un descarado?, ¿O simplemente disfrutaba ponerla nerviosa?

Probablemente todas.

El abdomen frente a ella es imposible de ignorar para cualquier, estaba en forma, trabajado, marcado, muy marcado. Si subía la vista para ver lo firme que es su pecho, era igual de glorioso que bajarla, y ver las venas que se notaban levemente en su pelvis, y se perdían en el cinturón de cuero que llevaba.

Dios mío, ¿Esto es una prueba?

Enzo sonrió, parecía una risa hasta malvada. Siempre disfrutó su don de intimidar a los demás, sabía lo mucho que imponía, y le encantaba poner nerviosa a la gente, tímida, sin saber que hacer. Y verla mirándolo tan perdidamente, logrando desconcentrarla de algo que hacía tan entregada, le gustó.

—¿Qué pasa, no estás trabajando? —le pregunta burlón, haciéndola reaccionar.

Que vergüenza, maldita sea.

Suspira muy a penada, y ni siquiera voltea a verlo, supone que debe estarse burlando de ella, pero ahora agradecía que su rostro quedara tan lejos, así no lo miraba ni de reojo.

Con las manos casi temblando, toma la cinta métrica que llevaba sobre el hombro, y rodea su cintura.

Ni siquiera es necesario que tuviera la camiseta desabrochada, con tranquilidad pudo decirle que se cubriera, pero no podía formular ninguna palabra, y si es bastante sincera, ¿Quién le pediría eso a Enzo?

Sacó lo más rápido que pudo un medida, y tan rápido como la tuvo, se hizo a un lado. Sentía que el calor que el cuerpo de Enzo radiaba, le iba a quemar las mejillas, que ya estaban lo suficientemente calientes.

—Puedes... puedes bajar ya.

Enzo estaba satisfecho, completamente. Y hasta que está en el suelo, viéndola directamente a los ojos, comienza a abotonarse.

—¿Tanto calor tenés? —pregunta sentándose en un sofá frente a ella— ¿Por qué no te quitás eso de encima?

Era evidente, Enzo buscaba algo más.

Pero la realidad era que ni siquiera él sabía porque lo hacía, siempre fue alguien coqueto, y le era fácil, y casi necesario soltar comentarios así ante cualquier chica linda con la que convivía.

Pero, ¿Por qué no podía evitarlo ahora?

Así como podía ver chicas lindas, e interesarse en ellas, también tenía toda la capacidad de controlarse. Y Lía no era cualquier chica, dejando de lado, que literalmente su reacción era la única diferente a todas las que tenían las demás. A Matías le gustaba, y Enzo debía empezar a controlar su boca.

O lo intentaba.

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JOB | Enzo Vogrincic, Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora