22.

4.6K 428 55
                                    

—Son las nueve de la mañana Lía. —una voz que había estado martillándole la cabeza desde que llegó, la llama abriendo la puerta.

Entre lo acelerada que la chica estaba, gira deprisa aún con las manos trabajando en la bastilla del pantalón de vestir de Matías, y asiente.

—... Lo que te pedí. Es para hoy.

Su cabeza iba a explotar, y eso que a penas es el primer día. Ya se estaba empezando a imaginar lo que sería el trabajo cuando la imagen de los chicos tuviera que ser más producida, o cuando tuvieran que empezar a viajar para hacer diferentes tomas. 

Se alza suspirando, y no sabe que acabar primero. Desde lejos analiza el pantalón del chico, aún faltaba bordar un tanto más, y da varios pasos torpemente en busca de su maletín para acabar antes de hacer lo que su compañera le había pedido.

—Lía, Lía. —Matías baja de la vitrina, y se apresura para detenerla por los hombros—. No te preocupes, solo quiere joder, ¿Por qué no lo hace ella?

—Me lo pidió hace una hora. —habla tomando un respiro.

—Mandala a la mierda, ella puede hacerlo también. —niega repetidas veces con la cabeza.

Tenía razón, Matías sabía ya lo que es trabajar en un proyecto con diferentes compañeros, sabe lo inevitable que son los roces, pero en su inexperiencia, Lía no sabía diferenciar ciertas actitudes aún. Y la forma en que ella hablaba y la llenaba de favores insignificantes, hacen que el chico se de cuenta que lo hace únicamente por molestar.

—No quiero tener que escuchar algún regaño. —dice soltando una risita.

—No, no tienen por qué, estamos acá trabajando. No te estás haciendo las uñas. —le explica haciéndola sentirse más aliviada—. Y por cierto, lindas uñas.

Matías era irreal, literalmente.

—¿Te gustan? —pregunta emocionada. Si hubiera sido cualquier otro chico, seguro ni cuenta se daba que había cambiado su diseño. Pero Matías la veía con interés, y prestaba atención a cada pequeño detalle.

—Son lindas. Ahora yo bajo lo que te piden, encima es re pesado. —le habla con esa voz tan dulce que usa siempre con ella—. Vos buscá el hilo, yo vuelvo ahora.

Luego de eso, cualquiera tendría todo el ánimo del mundo para hacer lo que fuera, como Lía. Que se quedó viéndolo irse con una cara de boba, y el corazón revoloteando en su pecho de una forma muy bonita. Era diferente, y la hacía sentir muy bien.

Y en cuanto salió, impresionantemente feliz y sonriente, siguió con lo suyo. Le dejó de importar que sus compañeros de área tuvieran esos delirios de grandeza.

 Como Matías fue quien lo pidió, con todo el gusto del mundo buscó el hilo.

—Son unos pelotudos, mal por vos que tenés que trabajar con ellos. —se queja el chico evidentemente molesto entrando al camerino—. Están todos comiendo mientras vos hacés el trabajo de cinco.

Lía lo sospechaba, pero no iba a quejarse mucho, porque al final no era tanto sacrificio hacerle el maquillaje, y todo lo demás a Matías, que además de ser gracioso como un payaso, se preocupaba por facilitarle el trabajo tanto como pudiera.

—No importa, ya casi acabamos. —dice sin más, alzando los hombros para despreocupar a el chico.

—Cuando Juan venga acá, si vas a tener que pedir ayuda, eh. —advierte entre risas. 

Sí, muy molesto que la hayan dejado sola durante toda la mañana, pero en fondo a él también le agradó compartir un rato sin nadie de por medio, charlando de lo que quisieran, y riendo tanto como siempre lo hacían. Normalmente cuando había más gente al rededor, Lía solo escuchaba, o se limitaba a decir unas cuantas palabras, a pesar de sentirse cómoda, nunca fue de opinar. Así que Matías prefería ser solo ellos, pues cuando era así, las cosas fluían... Y para ambos era una sensación de que las cosas estaban funcionando.

—... Si llegan a romper más las bolas decime, o decile a Juan. —avisa viéndose en el espejo.

La chica no le puede prestar mucha atención, lucía tan tierno con ese vestuario de los 80's, que solo lo mira con atención, sin decir nada.

—... Sin pena, Lía.

—Ah, sí. —asiente a sabe Dios que cosa.

—Y no estés tan nerviosa, que se te nota hasta en la voz cuando alguien viene a decirte algo. —ríe acercándose para empezar a despedirse.

Ella solo asiente a penada, ¿Cómo podría explicar que era el único con quién se sentía realmente cómoda? Y entre el estrés, y el mal trato que recibía por sus compañeros, ya no sabía ni como actuar con otros miembros del staff.

Y repito, era el primer día.

—Pero por suerte estás tú. —le confiesa acercándose también, hasta tenerse frente a frente.

—¿Ah, sí?, ¿Por qué por suerte? —pregunta alzando las cejas. Matías sabía el porqué, pero necesitaba escucharlo de su boca.

—Pues claro, eres mi compañero también, ¿No?

—¿Tu compañero? —entre el tono lento y sarcástico al que sus voces habían cambiado, él lleva sus manos hasta la cintura de Lía, para ponerla contra su cuerpo.

Iban solo a despedirse, nada más. Pero lo sorprende verla tomarlo por los hombros, justo como una noche anterior, cuando bailaron. Seguro por eso tuvo la confianza de hacerlo de nuevo.

—Sí, y nos llevamos muy bien. —responde deslizando las manos hasta su nuca.

Matías tiene una sonrisa amplia en la cara, y deja de escucharla cuando ve sus labios tan cerca,  y siente tocarlo de esa forma tan sueva. Es como si automáticamente se hipnotizara, y no le responde más.

La chica siente la mirada, y sonríe más cuando Matías los acerca bastante. El silencio de afuera, las voces, el tiempo contado, todo se vuelve hasta borroso, y los dos saben que se mueren de ganas por que ese momento llegue ya.  No importaba si estaban en el camerino, si Matías se sentía ridículo con ese cabello, o si tenían que salir a seguir trabajando en cinco minutos.

Estaba empezando a ser hora, y sus cuerpos estaban precisamente fluyendo para hacer que fuera el momento correcto... Iban a hacerlo, estaban decididos, y nerviosos.

Fue solo un segundo antes, de que tuvieran el impulso de acercarse. Cuando Juan abrió la puerta tomándolos por sorpresa.

¡Nooooo! —exclama a penas los ve soltarse deprisa—. Noooo, la puta madre, perdónenme.

Se lamenta exageradamente cerrando la puerta, y gritando desde afuera.

—... Por favor, ¡Bésense! O me voy a sentir culpable siempre.

Los dos se voltean a ver apenados al ser descubiertos, entre comillas. Y por ese primer intento fallido, Lía tiene las mejillas tan coloradas, que el chico se preocupa, y le pellizca con suavidad para relajar las cosas.

—Tranqui... te prometo que no se va a quedar así. —le dice caminando a la puerta, con toda la intención de golpear a su amigo.

JOB | Enzo Vogrincic, Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora