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El sol se había ocultado tras las montañas, dejando el cielo teñido de tonos morados y naranjas que parecían bailar en la distancia. Sin embargo, no había belleza en ese atardecer para mí. Solo había una profunda y desgarradora tristeza que me envolvía como una manta de plomo.

Me encontraba en la sala de la casa de Catalina, rodeado por su familia y amigos que intentaban darme consuelo. Pero sus palabras caían en mis oídos como eco lejano, incapaces de penetrar en la tormenta que era mi mente.

—Charles, lo siento tanto. Catalina era un ser querido por todos nosotros-, dijo la madre de Catalina, con los ojos húmedos de lágrimas que habían caído durante todo el día.

Asentí, pero no pude articular palabra alguna. ¿Qué podía decir? ¿Qué consuelo podía ofrecer cuando el único consuelo que necesitaba estaba seis pies bajo tierra?

—Debes ser fuerte, hijo-, me instó el padre de Catalina, apoyando su mano en mi hombro con ternura. -Catalina te amaba mucho. Sé que ella querría que siguieras adelante, que encontraras paz-

Abracé mis rodillas con fuerza, sintiendo el nudo en mi garganta amenazando con ahogarme. 

-¿Cómo puedo seguir adelante sin ella? Ella era mi mundo entero-, murmuré con voz quebrada.

El hermano de Catalina se sentó a mi lado, su mirada llena de compasión. 

-Lo sé, Charles. Pero debes recordar los buenos momentos. Las risas, los abrazos, todo lo que compartieron juntos. Eso nunca desaparecerá-

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras recordaba cada momento que pasé junto a Catalina. Su risa melodiosa, su toque suave, su amor incondicional. Todo parecía tan lejano ahora, como si fuera un sueño del que temía despertar.

—Charles, te prometemos que estaremos aquí para ti en cada paso del camino-, dijo la hermana de Catalina, sujetando mi mano con ternura. -No estás solo en esto-

Pero, ¿cómo podía creer en esas palabras cuando me sentía tan completamente solo en mi dolor? No había consuelo en el mundo que pudiera llenar el vacío que Catalina había dejado en mi corazón.

2 AÑOS DESPUES 

Dos años habían pasado desde aquel fatídico día en que Catalina se había ido, pero el dolor seguía siendo tan agudo como el primer día. Ahora me encontraba en el circuito, en el box de Ferrari, preparándome para una carrera que parecía más una tortura que una competencia.

Desde mi posición, podía ver a los padres de Catalina en las gradas, como habían prometido estar siempre para mí. Pero la vista de su madre, con su cabello plateado ondeando con la brisa, y su padre, con sus ojos llenos de tristeza, solo avivaba el fuego de mi dolor.

Y entonces, lo vi. Una figura que parecía surgir de las sombras, con el mismo cabello oscuro y los ojos brillantes que recordaba con tanta claridad. Catalina. O al menos, eso creía.

Mi corazón se detuvo en mi pecho, y por un momento, el mundo pareció girar a cámara lenta mientras mis ojos se encontraban con los suyos. ¿Cómo podía ser posible? ¿Cómo podía estar allí, de pie ante mí, cuando sabía que ella estaba perdida para siempre?

—Charles, ¿estás bien?- preguntó mi ingeniero, sacándome de mi trance.

Tragué saliva con dificultad, forzando una sonrisa en mi rostro. 

-Sí, estoy bien-, mentí, aunque sabía que era evidente que no lo estaba.

Annia. Ese era su nombre. La gemela idéntica de Catalina. Mi mente lo sabía, pero mi corazón se negaba a aceptarlo. ¿Cómo podía ser tan cruel el destino de traerme una visión tan dolorosa?

Immortal She - CHARLES LECLERC -+18Where stories live. Discover now