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Con el corazón en un puño, salí corriendo detrás de Jules, cuyos pequeños pies lo llevaban hacia George con una urgencia que reflejaba su confusión y angustia.

-Cariño, espera-, llamé, mi voz temblorosa reflejaba mi propia ansiedad por lo que estaba a punto de revelarse.

George, con una expresión de sorpresa y preocupación, se inclinó hacia Jules. 

-¿Qué pasa, pequeño? ¿Por qué corres?- preguntó con ternura, pero su voz se llenó de desconcierto cuando Jules habló.

-Mamá dice que el señor de Ferrari es mi papá, ¿verdad que no? ¿Verdad que mamá está mintiendo?- La inocencia y la vulnerabilidad en la voz de Jules me destrozaron por dentro, y me quedé sin palabras, incapaz de mirar a ninguno de los dos en los ojos.

George miró hacia mí, buscando una respuesta en mi mirada, pero antes de que pudiera decir algo, Jules estalló en lágrimas y gritos. 

-No quiero estar aquí, me iré al motorhome-, dijo entre sollozos, su voz temblaba de angustia y confusión.

Una asistente que había estado observando la escena se acercó con calma. 

-Tranquilos, yo lo llevo-, ofreció con suavidad, extendiendo la mano hacia Jules. Con un último vistazo a mi hijo, asentí con la cabeza, confiando en que estaría en buenas manos.

Mientras observaba cómo Jules se alejaba con la asistente, una oleada de dolor y culpa me invadió. Sabía que esta verdad había causado un profundo daño a mi hijo, y me sentí impotente ante la devastación que había desatado.

George miró fijamente hacia mí, una mezcla de confusión y molestia dibujada en su rostro. Sus ojos buscaban respuestas que yo no podía dar en ese momento, y su expresión me hizo sentir aún más culpable por la situación en la que nos encontrábamos.

-¿Qué está pasando, Annia?-, preguntó, su tono teñido de frustración. -¿Por qué le dijiste eso a Jules? -

Mis manos temblaban ligeramente mientras buscaba las palabras adecuadas para explicarle, pero me sentía atrapada en un torbellino de emociones. 

-George, lo siento-, comencé, mi voz apenas un susurro cargado de angustia. -Fue un error. No supe cómo decirle la verdad, y pensé que...-

George me interrumpió, su mirada intensa y penetrante. 

-¿Pensaste qué, Annia? ¿Que sería más fácil así? ¿Que podrías simplemente borrar nuestra historia juntos?-

Las palabras de George cortaron profundamente, y me sentí como si estuviera siendo arrastrada por una marea de arrepentimiento y culpa. 

-No fue eso, George, lo juro-, respondí con desesperación. -Solo... No sé qué hacer. No quiero lastimar a Jules, pero tampoco puedo seguir ocultándole la verdad.-

George suspiró, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración. 

-Lo entiendo, Annia, pero no puedes jugar con los sentimientos de Jules de esta manera. Esto solo lo confundirá más.-

Asentí con la cabeza, sintiendo el peso abrumador de mis decisiones sobre mis hombros. 

-Lo sé, George. Lo siento mucho-, murmuré, las lágrimas amenazando con emerger en mis ojos.

George me miró con compasión, su expresión suavizándose un poco. 

-Lo resolveremos, Annia-, dijo con voz tranquila. -Pero debemos hacerlo juntos, y de la manera correcta. Jules merece la verdad, incluso si es difícil para todos nosotros.-

El rugido de los motores llenaba el aire mientras la carrera llegaba a su clímax, pero mi atención estaba dividida entre la pista y el molesto reportero que no parecía entender el significado de la palabra "privacidad". Sus preguntas repetitivas y su insistencia comenzaban a minar mi paciencia, y finalmente, no pude contenerme más.

-¡Por favor, déjame en paz!-, exclamé, con una nota de irritación en mi voz mientras me volvía hacia él. -¡No estoy aquí para una entrevista!-

Apenas había terminado de hablar cuando mis ojos se posaron en la pista una vez más, justo a tiempo para presenciar la última vuelta de la carrera. Y entonces, ocurrió. Vi a George cruzar la línea de meta en la posición número uno, reclamando la victoria con una maestría impecable.

Un grito de júbilo escapó de mis labios, y el alivio y la emoción se entrelazaron en mi pecho mientras observaba a George celebrar su triunfo con el equipo. Pero, para mi sorpresa, no se detuvo allí.

En medio de la algarabía y la euforia, George se abrió paso entre la multitud hasta llegar a donde yo estaba, y en un gesto impulsivo, me tomó en sus brazos y me besó con una pasión arrolladora

El beso de George aún estaba fresco en mis labios cuando, de repente, un golpe resonó en el aire. Un escalofrío recorrió mi espalda al darme cuenta de lo que había sucedido. Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, vi a Charles parado frente a nosotros, con una expresión de furia grabada en su rostro.

-¡No te atrevas a tocarla de nuevo!- rugió Charles, con los puños apretados y los ojos centelleantes de ira. Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de una intensidad palpable que dejó a todos los presentes en estado de shock.

George se tambaleó ligeramente por el golpe, sorprendido por la repentina agresión. Miré con espanto la escena que se desarrollaba frente a mí, sin poder articular palabra. La tensión en el ambiente era casi palpable, y me sentí atrapada en medio de una confrontación que nunca había visto venir.

-Charles, detente- logré decir finalmente, con la voz temblorosa por la sorpresa y la angustia. Pero mi llamado pareció caer en oídos sordos, ya que Charles, cegado por la ira, estaba completamente fuera de control.

El caos reinaba a nuestro alrededor mientras los demás miembros del equipo intentaban contener a Charles y separarlo de George. 

Los reporteros, ávidos de noticias sensacionales, se abalanzaron sobre Nosotros con sus cámaras y micrófonos listos para captar cualquier palabra que saliera de sus bocas.

-Annia, ¿cómo te sientes siendo la amante de dos pilotos de Fórmula 1?-, preguntó uno de los reporteros con una sonrisa burlona en el rostro.

-¿Es cierto que tu hijo no sabe quién es su verdadero padre? ¡Eso es un escándalo!-, agregó otro, intentando provocar una reacción.

-¿Qué le dirías a todas las personas que te ven como una oportunista que solo busca fama?-, arremetió otro reportero, con una mirada despectiva.

Las preguntas seguían llegando, crueles e hirientes, perforando el espacio privado que Annia y George intentaban preservar. La furia creció en los ojos de George mientras luchaba por mantener la compostura frente a la invasión de la privacidad de su familia.

-¡Ya basta!-, rugió George, con voz firme y autoritaria. -¿Acaso no entienden lo que significa el respeto a la intimidad? ¡Déjennos en paz, maldita sea!-

Immortal She - CHARLES LECLERC -+18Where stories live. Discover now