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Martin abrió los ojos asustado cuando escuchó el timbre del piso sonar, no tenía ni idea de que hora era ni de cuanto tiempo había dormido. Aún seguía con miedo en el cuerpo y le dolía la cabeza después de haber estado llorando hasta que se quedó sin lágrimas, se volvió a acurrucar en la cama y se tapó con la sábana hasta la cabeza haciendo caso omiso del timbre, pues seguramente sería algún graciosillo que llamaba para molestar pues él no esperaba a nadie y ni Chiara ni Ruslana iban a venir hasta el día siguiente por la tarde noche.

Sin embargo, al cabo de unos segundos el timbre volvió a sonar, pero Martin se negó de nuevo a levantarse en vano y tras una corta pausa este volvió a sonar una y otra vez con insistencia.

—Joder, ¿quién coño será? —habló para sí mismo y mientras se forzaba a levantarse de la cama y a dirigirse hasta la entrada del piso, pues el ruido del timbre le estaba volviendo loco. Un poco más y quien quiera que fuese terminaría rompiéndoselo.

Estaba tan hasta los huevos del ruido infernal que ni si quiera comprobó con la mirilla quien era y abrió de golpe la puerta con cara de mala hostia. Una cara que no duró demasiado al ver quien se encontraba al otro lado de la puerta.

—Co ya era hora, estaba empezando a preocu...—pero no le dio tiempo a terminar la frase porque cuando se quiso dar cuenta tenía a Martin completamente aferrado a su cuerpo dándole un abrazo efusivo. —Hola Pumuki—susurró Juanjo escondido en el hueco de su cuello mientras lo estrechaba con fuerza como si tuviese miedo de que el pequeño fuese a desaparecer de su lado en cualquier momento.

—¿Qué haces aquí? ¿No estabas en Magallón? —preguntó Martin aún sin creer que Juanjo estuviese entre sus brazos. Se obligó a separarse ligeramente de él para poder mirarle a los ojos. Lo había echado tanto de menos...

—He supuesto que ni si quiera habrías cenado así que me he pasado a comprar esto en el restaurante asiático que me dijiste que querías probar—respondió el maño ofreciéndole una cálida sonrisa mientras levantaba una bolsa humeante con comida, que no cabe decir que olía especialmente bien.

—Juanjo...

—Que quieres que te diga Martin. Cogí el primer tren a Madrid cuando me dijiste que te volvías, estaba preocupado y no quería que pasases tanto tiempo tú solo. Ojalá haber podido llegar antes, pero los horarios son una mierda.

Martin volvió a colgarse de los brazos de Juanjo cuando escuchó sus palabras y este le respondió al instante como si lo natural fuese tenerlo siempre tan cerca. Juanjo sentía que sus cuerpos encajaban a la perfección como si fuesen piezas de un puzle que habían estado separadas y por fin alguien las había juntado. Le dejó un corto beso en el cuello para posteriormente posar sus manos sobre la cintura del pequeño y apartarlo lentamente para poder observarle y comprobar que se encontraba bien. Sin embargo, se encontró con un Martin con los ojos hinchados y con la nariz roja como un tomate signos de que había estado llorando un largo rato y el estómago de Juanjo se revolvió, no podía entender cómo alguien podía hacerle algo así una persona tan buena y pura como Martin. Pasó sus manos delicadamente por sus mejillas y las llevó hasta sus ojos donde secó una pequeña lágrima que estaba empezando a asomar y posteriormente acercó su nariz a la suya dándole un beso de esquimal de esos que siempre había pensado que eran estúpidos y moñas, pero le salió como un acto reflejo al estar tan cerca del rostro del vasco.

—No tenías porque venir Juanji, sé que tenías muchas ganas de ir a Magallón y total Rus y Kiki vendrán mañana—pese a sus palabras el corazón del vasco latía de ternura la ver el gesto de su amigo, nunca hubiese esperado esto de él y menos tras los acontecimientos de la última semana que lo habían dejado bastante rayado.

—Hombre que no. Vamos tú no te quedas solo hasta que lleguen, como que me llamo Juan José Bona Arrengui.

Martin no pudo esconder la sonrisa y de repente se dio cuenta de que el chico seguía en el replano de la escalera y se apartó de la puerta para dejarle pasar dentro del piso. El maño le dijo que le esperase en el sofá y se dirigió con desenvoltura a la cocina donde puso la cena que había comprado en platos y la trajo hasta donde se encontraba el del bigote esperándole.

Dale Miénteme - JuantinWhere stories live. Discover now