20 - Segunda parte

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Carter presionó el botón del cronómetro y me indicó que podía comenzar.

Tomé aire y miré el circuito de entrenamiento que se extendía frente a mí. El objetivo era llegar hasta el final mientras esquivaba a los enemigos improvisados que estaban dispuestos a lo largo del salón. Al mismo tiempo debía sostener una pistola semiautomática de forma correcta y disparar a la cabeza.

Me impulsé hacia adelante e inicié el recorrido. Tenía que mantenerme de cuclillas tal y como Carter lo había pedido, pero aquella posición hacía que mis músculos agotados se tensaran y me dolieran aún más. Mis piernas flaquearon en cierto momento, pero intenté sostenerme. Esquivé y apunté al primer enemigo con éxito, pero cuando lo intenté con el segundo perdí el equilibrio y caí de frente con las rodillas, las palmas y el arma contra el suelo.

Los muslos me pesaron y me ardieron por el dolor.

—¿Qué coño pasa contigo? —protestó Carter desde su lugar.

Jadeé y me incorporé tan rápido que eso me provocó un leve mareo.

Quería negarme a pensar que había perdido mis capacidades solo por haberme desconectado de Pantera, así que estaba dispuesta a intentarlo de nuevo.

—Nada, lo volveré a hacer, fue un descuido.

Traté otra vez. Con esfuerzo logré llegar al final, pero cuando le disparé al blanco, el retroceso del arma impulsó mis manos hacia atrás y la pistola golpeó contra mi nariz.

Si había algo igual de poderoso que un golpe a la cabeza con la culata de la pistola, era el retroceso si no se tenía la fuerza para aguantarlo.

Sentí un intenso dolor en el tabique que se expandió como un latigazo hasta mi frente. Me llevé las manos al rostro, contrayendo todo músculo de la cara, y sentí la calidez de la sangre manchar mis palmas.

—¡Maldi...! —rugí mientras me inclinaba hacia abajo, incapaz de completar el quejido.

Cerré los ojos con fuerza esperando que el dolor disminuyera, pero el ardor se extendió incluso hasta mis mejillas. Escuché los pasos de Carter acercarse, sin prisa, y era en esos momentos en lo que daba más miedo. Alejé las manos manchadas de la sangre que me brotaba por la nariz y miré con vergüenza al especialista.

Estaba molesto. No, estaba conteniendo una furia colosal.

—No la sostuve bien...

Carter se acercó aún más con las cejas hundidas.

—¿Te estás oyendo? ¿Oyes lo patética que suenas? —pronunció con lentitud y esa nota hiriente que tanto le caracterizaba, hasta que estalló en un grito—: ¡Eres un soldado! ¡Un soldado nunca sostiene mal un arma! ¡Eso es lo más ridículo que he oído en toda mi vida!

—Lo volveré a hacer, lo haré bien —aseguré, pero Carter alzó una mano para hacerme callar y cerré la boca de golpe.

Se frotó la cara como si estuviera a punto de perder la paciencia y me ordenó con fastidio:

—Ve a donde Julian para que te cure, y apenas salgas regresas aquí. No creas que por un simple golpe te vas a salvar del entrenamiento.

Obedecí sin chistar y corrí a los laboratorios. El doctor Julian me indicó que tenía una fractura y que necesitaba analgésicos para bajar la inflamación. Me introdujo unos pequeños algodones para detener la hemorragia y me recomendó no hacer ninguna actividad física durante ese día, pero por supuesto me negué y volví al entrenamiento con Carter tan rápido como pude.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora