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Transcurrió media hora y la central seguía sin dar respuesta.

El refugio continuaba estando tranquilo, pero la luz que entraba por las ventanas había disminuido. Me levanté y eché un vistazo hacia afuera. El cielo se había nublado, y me aterró la idea de que el sol desapareciera y todo quedara a oscuras. Había una linterna en el vehículo y otras más pequeñas en los trajes, pero hallarnos solos en aquella casa no me parecía una idea agradable.

—Esto ya es extraño —comentó Ecain, sentado contra la pared. El traje lo hacía ver mucho más grande de lo que ya era—. Tengo un mal presentimiento.

—Intenta hablar con Sora.

Él se comunicó:

—¿Grulla? ¿Cómo les va? Aquí ha empezado a nublarse, parece que va a llover.

Esperamos unos segundos y no obtuvimos respuesta, así que lo intentó nuevamente.

—¿Grulla? ¿Lobo?

Pero nadie respondió. Comencé a preocuparme. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando no se escuchó más que el pitido producido por la intensidad del silencio. Nadie respondía, ni la central, ni la unidad...

Ecain volvió a hablar, pero no se escuchó ni una voz.

De pronto el cielo rugió. Fue un sonido estruendoso y súbito e hizo que me sobresaltara y descubriera que estaba algo nerviosa.

Pero había sido un trueno, nada más.

—León a Grulla, León a Grulla —pronunciaba Ecain.

Entonces escuchamos algo. Se oyó la estática como si intentaran comunicarse, pero no pudieran hacerlo. Quise pensar que algo interfería con la señal. Quise pensar que si éramos pacientes y esperábamos, se arreglaría y oiríamos de nuevo las voces de todos.

Sí, solo debíamos esperar.

Volví a apoyarme de la pared, pero cuando estaba a punto de dejarme caer para sentarme en el suelo, el sonido de una campana nos alarmó.

Ecain se levantó de inmediato y empuñó su arma.

—Quédate detrás de mí, Drey —me ordenó.

Pero no quise quedarme detrás de él. Coloqué una mano sobre la empuñadura de mi pistola y me detuve a medio sacarla.

—Es una campana —dije—. No es nada, de seguro no es nada.

—En territorio enemigo ningún sonido nunca es nada —aseguró, mirando hacia todos lados.

El sonido cesó un instante y luego regresó, como si alguien agitara una campanilla. Miré por la ventana intentando buscar el origen del sonido afuera, pero descubrí que no venía desde allá, sino desde adentro. Giré la cabeza y fijé la vista en el oscuro pasillo.

La campana sonó de nuevo.

Provenía del segundo piso.

El tintineo se volvió intermitente, formando una rutina inquietante. ¿Qué o quién agitaba la campana? No podía ser un quién, eso era imposible, así que podía ser un qué, pero dudé ante la idea de averiguarlo. No quería subir. No quería ni siquiera pisar la oscuridad que empezaba en el inicio del pasillo y se extendía hasta los escalones que desaparecían hacia arriba.

Ecain habló a través del duif.

—León a central, ¿me escuchan? León a Grulla, ¿me escuchan?

—Algo está interfiriendo con la señal.

Ecain no bajó el arma.

—Vamos a subir —dijo—. Hay algo raro aquí, Drey, lo supe apenas llegamos.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora