Capítulo 3: Empezando de cero.

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La veía dormir. A ella, a mi mujer.

Esa mujer tan hermosa y tierna a la que le había hecho algo imperdonable sin ella merecerlo.

Caminé hasta esa cama de hospital y me senté en una silla. Tomé su mano y acaricié su vientre.

Si ella no me perdonaba, por lo menos tendría a mi bebé.

-Hola, campeón- me incliné y besé la barriga de Jane. Mi hijo no correspondió como siempre. Es más, no se movió.

Quizás el también me odiaba. Había leído en varios libros, antes de embarazar a Jane, que el oído se iba desarrollando a finales del tercer mes de gestación.

-No me odies por favor, no puedo perderte- lloré. Había sido un desgraciado.

Había lastimado demasiado a Jane.

Ella no creo que quiera perdonarme.

Jane y mi hijo son lo más importante, no podía estar sin ellos.

Rogaba que ella no recordara. En realidad eso quería.

No es que sea un hombre devoto y que ore, pero era lo que necesitaba.

Me había equivocado y la había lastimado, pero así era yo.

Nunca había sido diferente con Jane. Siempre me equivocaba y la lastimaba, pero me negaba a dejar que me abandonara por la sencilla razón de que ella no se mandaba sola.

Yo no era un buen hombre. No lo soy.

Soy un maldito bastardo que está perdida y estúpidamente enamorado de una mujer maravillosa.

Hay muchas cosas que ella no sabe de mi o que no sabe que yo he hecho. Me odiaría si se enterara de algunas.

Acaricié su vientre y la miré.

-¿Con quién te viniste a casar, Jane?- le pregunté secando las lágrimas de mis ojos.

Yo le mentí a Jane, diciéndole que estaba enamorado de ella desde hace más de diez años. En realidad, nunca la había visto. Sólo sabía lo que se escuchaba en las fiestas y no era para nada agradable. Es decir, los pensamientos de lujuria eran demasiado exagerados.

Para ser exactos, yo me enamoré o me di cuenta de lo que sentía, cuando me dijo que estaba embarazada.

Recordando bien, me empezó a gustar Jane cuando la vi el día de nuestra boda. En el momento en el que huyó.

Era la primera mujer que huía de mi después de esa perra...

Quise tener sexo con ella ese mismo día, pero ella era una niña apenas y... aún no era el momento.

La vigilé desde la distancia y me excitaba el simple hecho de imaginar que era a ella a quien le hacía el amor.

Cuando ella me sacó de la cárcel, y pude besarla y sentir sus manos sobre mi, no quise esperar. Necesitaba hacerla mía.

Permití que me internara con ese doctor amigo de su abuela. El muy canalla sabía que yo no tenía satiriasis, que mi problema era algo muy intrínseco. 

No por tener una erección por pensar en una mujer que te vuelve loco y tengas sexo con otras mujeres tratando de bajarte las ganas, quiere decir que sufras de satiriasis.

Yo no la sufría ni la sufro, sólo tengo un cuadro de "obsesión amorosa" como la llamaba el médico.

Hasta me enteré de que se lo advirtió a mi mujer.

En verdad preferí que Jane siguiera pensando que tenía satiriasis para así encubrir lo que de verdad padecía, algo que no tenía cura y con lo que tendría que lidiar el resto de mi vida.

Serie Inocente #2: Pervertida Inocencia©Where stories live. Discover now