1. Sálvame

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—¿Cómo va tu vida?

Me siento terrible. No puedo dormir en las noches porque todo lo que hago es pensar, deambular por la habitación y volver a la cama a llorar. Siento que estoy muriendo, aunque los latidos de mi corazón digan que estoy viva. Tengo miedo de no superar el dolor, de no volver a reír, de terminar de perderme a mí misma.

—Todo normal, ya sabe, mis padres muerto, mi hermano en coma, yo estoy obligada a estar aquí hablando tonterías con usted, la policía me tiene en custodia, un asesino que quiere vengarse—me encogí de hombros—¿Y usted cómo se siente?

Margaret era mi psicóloga asignada por el hospital. Llevaba dos días obligándome a hablar sobre los malditos sentimientos, quería que le dijera que me sentía como la mierda. Pero ella no me conocía todavía, su cara de piedad y palabras de motivación no iban a lograr que dejara caer mis defensas ante una extraña.

—Al igual que ayer, estás evadiendo el tema y así nunca podré ayudarte.

Acomodó una pila de papeles que había en su escritorio, luego se puso de pie y caminó hacia uno de sus libreros. Deslizó sus dedos largos hasta detenerse en un libro azul, lo miró y luego lo extendió hacia mí.

—¿Es un libro de Coelho? —me burlé.

—Es una agenda, quiero que la uses como un diario.

—¿Cree que tengo diez años?

—Necesitamos que enfrentes tus problemas, para eso tienes que sacar todo lo negativo de ti—se sentó en el borde del escritorio—. Te niegas a hablar, ni siquiera lo haces con tu amigo...

—¿Zack le dio información sobre mí? —fruncí el ceño—, voy a matarlo.

—... Quiero que escribas todo lo que sientes, no tienes que mostrárselo a nadie. Será nuestro primer ejercicio de terapia.

Me levanté del sillón y me paré frente a su ventanal. El cielo estaba color gris, veía como los árboles se movían con la brisa y las personas en la calle caminaban de prisa para no ser atrapados por la lluvia.

—Julieta—me llamó Margaret—. Has pasado por una situación difícil, traumática, de la cuál otras personas no tendrían deseo ni de salir de la cama.

—Pero yo soy fuerte—dije con dureza.

—No, tú finges muy bien.

—Usted finge mejor que yo, haciendo creer que le interesa mi vida.

Me crucé de brazos y seguí mirando por la ventana.

—Mientras más te niegues a cooperar, más tardarás en salir de aquí—la escuché suspirar.

La miré por encima del hombro, la vi garabatear muy deprisa en su libreta. Sabía que analizaba cada movimiento, cada palabra y cualquier gesto que viniera de mí. Poco me importaba.

—Estoy bien.

—El primer día que estuviste aquí, creíste ver en la ventana al hombre que asesinó a tu familia.

Mi corazón se hundió, sentí que mi respiración se cortó y me asusté. La sola mención de Maximiliano me causaba terror, pensar en la muerte de mis padres y la caída de JJ me hacía sentir que caía en un vacío.

—Pero ese hombre murió...—continuó ella—¿Crees que ver a alguien muerto es normal?

Tenía un nudo en la garganta, no podía hablar.

—Las enfermeras te han escuchado llorar en las madrugadas. Te despiertas gritando el nombre de tu hermano.

Mi pecho se incendiaba, mi corazón latía con furia, mis manos temblaban...

La locura de JulietaWhere stories live. Discover now