31. Olas, vino, besos

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Julieta

Estaba tendida en la hierba en la parte trasera de la mansión de Bennett, los brazos debajo de mi cabeza y mis pies descalzos. Todo estaba en completa calma. La brisa susurraba entre los árboles, empezaba a hacer frío en señal de que la lluvia casi caería.

Hacía tanto tiempo que no me sentía en paz, que no podía cerrar los ojos sin sentir que cuando los abriera iba a suceder algo malo. Tanto tiempo desde que no disfrutaba un momento sin preocuparme por lo próximo que pasaría. Estaba tan cansada.

Cerré mis ojos, imaginé una pequeña casa acogedora con fotografías familiares colgando de la pared, muebles de madera y una gran alfombra peluda en el centro, juguetes de un niño sobre la mesa y un rico aroma saliendo de la cocina a chocolate caliente. Me imaginé entrando a la cocina, Ryan estaba de espalda, al sentir mi presencia se giró. Su mirada intimidante se transformó en amable. Entonces abrió sus brazos y yo me envolví en ellos.

Se sentía bien, se sentía como estar en casa...

Abrí los ojos de golpe, aquella imagen era tan cursi y ridícula que no parecía haber sido creada por mi. Sabía que tenía sentimientos por Ryan, pero no estaba segura si el formaría parte de mi vida permanentemente. Él mismo lo dejó claro, todo lo que tenía para ofrecerme era su presente, y todo lo que yo estaba dispuesta a ofrecerle era mí presente. No podía justo ahora convertirme en la chica ilusa, que soñaba con tener un final feliz o a alguien que la esperara con los brazos abiertos.

Y lo que me causó más amargura, saber que mis ilusiones estaban muy alejadas de mi realidad. Ni siquiera sabía si sobreviviría a esto.

Me puse de pie y tomé mis zapatos, caminé a la casa, Margaret estaba ahí. Quizás la psicóloga me ayudaría a deshacerme del nudo que se había formado en mi estómago. Entré por la puerta del servicio, me ahorré el fingir que soy cortés e ignoré a los empleados al pasar. Llegué hasta el despacho de Bennet y empujé la puerta sin tocar. Margaret estaba concentrada en unos papeles, ni siquiera levantó la vista cuando entré.

─Estoy algo ocupada─dijo sin más.

─Necesito que me des algún medicamento que restaure mis neuronas.

Margaret retiró su atención de los papeles y me miró. Adoptó esa expresión de comprensión que utilizaba cuando me obligaban a ir a terapia. Esa Margaret comprensible y amable no combinaba con su otra parte, esa donde era líder de un clan y mandaba a asesinar personas.

─Cuéntame qué sucede.

Respiré hondo y le conté lo que imaginé, pensé que se burlaría de mi idiotez pero no lo hizo. Su rostro se tornó preocupado y eso me hizo sentir más ansiosa.

─Estuve enamorada Braden, lo sabes, por unos meses todo fue perfecto─Margaret se levantó del asiento, caminó hasta la puerta y la cerró─, vivía con la fantasía de que eso sería para siempre, en el fondo sabía que terminaría. Pero soñar me permitía salir de la cruel realidad. Permítete soñar.

Me reí con sorna. ─Podía haber imaginado que estaba en un hotel de lujo o en Disneyland, pero no, en todo lo que pensó mi mente fue en estar en sus brazos.

Margaret no pudo evitar reírse. ─Esa casa tranquila representa lo que más quieres en este momento, abandonar este estilo de vida pero hay algo que quieres que sea parte de tu vida estable o más bien alguien.

─Tonterías mías.

─ Y sé que es lo que más quiere él.

─Por el momento ─le aclaré.

La locura de JulietaWhere stories live. Discover now