2. Muriendo.

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Si la mala suerte tuviera un nombre, ese sería el mío.

Si las cosas malas fueran una persona, esa sería yo.

Si el dolor necesitara donde vivir, elegiría mi corazón.

Porque yo era un imán para las desdichas, una fuente de tormento y angustia. Era como si cada cosa que tocara se destruyera. La vida era tan cruel que me daba una razón para sonreír, y luego me la arrebataba.

Decían que nada era para siempre, pero mi dolor no parecía terminar.

Cuando sentí mi cuerpo aterrizar en las cálidas sábanas quise llorar, pero por el momento se me habían agotado las lágrimas. Tampoco quería seguir llorando porque significaba que él iba a querer consolarme. Sentí como la cama se hundía bajo su peso, y pasé de la tristeza a la rabia.

No quería que él estuviera ahí, no quería que me siguiera viendo con la pena pintada en sus ojos.

—Vete—susurré—, por favor.

Ni siquiera se movió. Su cercanía me hacía daño porque no era a Ryan que quería a mi lado. Tocaba mi cabello con suavidad haciendo que me estremeciera al tratar de ahogar el llanto.

―Llora todo lo que quieras, vamos saca todo―dijo con calma.

Mi cuerpo se estaba helando, mi ropa mojada se adhería a mi piel y mi corazón empezaba a acelerarse de manera extraña. Llevé la mano a mi pecho porque sentía que en cualquier momento el corazón iba a saltar de mi pecho. Mi garganta se secó y no podía decirle a Ryan que me ayudara. Apreté los ojos luchando por respirar.

Ryan se levantó de la cama y en un momento alguien más entró a la habitación.

―Julieta, cariño―dijo una voz de mujer―, no estás sola. Necesito que vengas aquí conmigo y que trates de respirar.

Su voz se escuchaba lejana.

―Estás teniendo otro ataque, ―siguió―Ryan siéntala.

Como una muñeca de trapo desbaratada me sentó, sujetándome con sus brazos.

―Ábre los ojos. ―me ordenó ella.

Lentamente lo hice, tratando de controlar la desesperación que se alojaba en mí.

―Estás segura aquí, nadie te hará daño―continuó la enfermera―. Voy a contar hasta tres y tú absorberás todo el aire que puedas.

Ella contaba y yo trataba de respirar. Fue el mismo proceso una y otra vez hasta que mi respiración y mi pulso se estabilizaron. Como un cuerpo mecánico hacía cada cosa sin sentirla en realidad, la enfermera me ayudó a cambiar la ropa mojada. Me negué a que Ryan volviera a entrar a la habitación, ella se quedó conmigo sin hacer preguntas incómodas.

Alcancé a ver el libro de Sam arrojado sobre el sillón, me levanté y lo tomé. Fui hasta mi cama donde lo abrí y empecé a introducirme en el mundo de Harry Potter.

***

Abrí los ojos sintiendo mis párpados muy pesados, me estiré como un gato sobre las sábanas. La habitación estaba vacía para mi gran alivio, no quería luchar con las preguntas de que si estaba bien, que si quería desahogarme, que si extrañaba a mi hermano... juraba que la cabeza me iba a explotar si me preguntaban eso una vez más.

Me fijé en la ropa que llevaba puesta, con la tenue luz que se colaba en la habitación pude ver que llevaba un suéter de color opaco y unos pantalones de chandal, la ropa colgaba sobre mi cuerpo todo flaco y pálido.

La locura de JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora