10. Uniendo el rompecabezas

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El sol estaba demasiado brillante y alegre, contrario a mi ánimo, le di un sorbo a la segunda taza de café que llevaba en la mañana. Lo que me hacía ver lo más que estaba, nunca tomaba café antes. Mis ojos empezaron a divagar por la cocina de Ryan, aunque no había nada de mugre ni desorganizado, le hacía falta ese toque femenino que hacía que una casa se viera hogareña. Aunque yo nunca tuve un hogar en realidad, pero había estado mucho tiempo en la casa de Sam. Rebeca era ese tipo de madre que cualquier joven desearía. Sacudí mi cabeza como si eso evitara que pensara en ellos y lo que extrañaba a esas personas.

El hijo de Ryan entró a la cocina, con el uniforme de la escuela a medio poner. Su cabello estaba medio despeinado, pero lindo, se notaba que era intencional. En una mano sostenía su mochila y en la otra un libro, parecía un hombre pequeño. Me miró un momento y evitó acercarse.

―Buenos... ―su voz era apagada―días.

―¿Cómo estás enano? ―dejé la taza en la mesa.

―Bien.

Mientras más lo mirara, menos me parecía que un niño tan angelical y educado estuviera siendo criado por la bestia Ryan.

―¿Qué vas a desayunar? ―le pregunté.

Me miró sorprendido, suponía que esperaba que fuera tan brusca como siempre. Busqué pan en la despensa, jamón queso y lechuga en el refrigerador.

―Yo quiero un Sándwich, te prepararé uno―empecé a tararear mientras preparaba los sándwiches. Tomé otras rodajas de pan para Ryan, estaba segura que mi amabilidad matutina se debía a las raras vitaminas que me había tomado.

―¿Es que no duermes? ―Dijo Ryan con voz ronca al entrar en la cocina.

Lo miré sobre mi hombro, se notaba que acababa de tirarse de la cama, con cara de haber dormido poco y el cansancio acumulado se le notaba en sus ojeras y en la sombra de barba que empezaba a asomarse en su cara. Iba vestido únicamente con unos pantalones de chándal color gris, cayendo sobre la parte más baja de sus caderas y su cabello alborotado. Si no hubiese sido por sus ojos empequeñecidos y las ojeras debajo, parecería recién sacado de un comercial para ropa interior de hombres. Desvié la mirada de inmediato y seguí concentrada en poner el jamón sobre el pan.

―¡Papá, te gané! ―dijo Alex emocionado.

―Bien hecho campeón―. Ryan bostezó muy fuerte―¿Qué vas a desayunar hoy?

―Ella está preparando mi desayuno―dijo el niño como si aún no lo creyera. Al parecer él pensaba que era una bruja malvada convirtiéndose en buena, la idea casi me hacía sonreír. ―Papá te ves feo.

―Tener que leer cuatrocientas páginas de un libro en la madrugada, no hace lucir bien a nadie.

―¿Qué loco lee todo eso en la madrugada? ―pregunté. Quizás Sam, pensé.

―Yo, de eso vivo y lo disfruto.

―No luces como si te gustaran los libros―señalé con mi dedo su escasez de ropa.

―¿Esperabas un chico de anteojos, tímido y sin vida social? ―Ryan soltó un bufido―Ese es un estereotipo, en realidad, puedo ser lector y estar bueno al mismo tiempo.

Rodé los ojos y decidí ignorarlo. Coloqué los sándwiches en la mesa, y saqué un cartón de jugo de naranja. Alex me miró hasta que le hice seña para que empezara a desayunar.

―Recuerda que nos reuniremos con Muller a las diez―me recordó Ryan antes de salir de la cocina.

Una sensación de ahogo invadió mi pecho cuando pensé en el juicio de mañana, Ryan tenía razón, sola no iba a conseguir nada. No sabía ni por donde comenzar, sentía que en cualquier momento iba a ser devorada por todo esto. El apetito se fue tan rápido como llegó. Tomé mi sándwich, lo coloqué en una bolsa plástica y lo eché en la mochila de Alex.

La locura de JulietaWhere stories live. Discover now