Capítulo 4: La charla

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Jamás había sentido tanta incomodidad en mi vida. El aire de la habitación parece haberse vuelto espeso, como una espuma, y eso dificulta mi respiración.

Hay demasiado silencio, puede sonar algo extremista, pero podría jurar que estoy escuchando mi corazón latir, y mierda, suena como si estuviera corriendo un maratón a toda velocidad.

—¿Disculpa? —La voz del hombre finalmente hace presencia.

Lo observo, su rostro tiene una expresión extraña, es una mezcla de confusión con enojo, o al menos eso parece. Sus cejas están levantadas y las líneas expresivas de su frente se marcan por completo.

—Quiero hablar sobre el asesinato de su hija. —Repito levantando la voz, sus puños se cierran y un segundo después, gruñe.

—No entiendo. —Musita, provocando que esta vez sea yo el de la expresión confusa.

—¿Habló con la policía señor Dikerson? —Cuestiono un momento antes de que se me quiebre la voz, mierda, este hombre, sin hacer absolutamente nada, es más intimidante que el profesor Black.

—Por supuesto. —Responde seguro. —Solo que no entiendo qué tiene que ver...

—En la escena del crimen había un mensaje.

—¿Qué...?

—Un mensaje que el asesino dejó antes de marcharse y... —Me pongo de pie con valentía. —Que le ordenaba decir la verdad.

—No sé de qué hablas. —Él también se pone de pie.

—Hablo de que el culpable tenía un motivo para hacer lo que hizo y tiene que ver con su familia.

—Mira chico, no sé quién diablos te crees para venir a mi casa y hablarme así, pero no voy a permitir que...

—Tiene razón. —Lo interrumpo, sintiendo un calor en mis mejillas. —No soy nadie para venir aquí, pero tengo una razón, y si no me escucha, algo malo volverá a pasar.

El hombre se mantiene callado por al menos treinta segundos, y ahora que lo tengo frente a frente y de pie, puedo notar que su camisa beige está manchada con lo que parecen gotas de vino y le falta el primer botón. Su rostro, ahora mostrando una expresión tranquila, está tapado en gran parte por una barba gris demasiado descuidada.

Finalmente suspira, y aquel aire caliente despedido por su boca llega a mis fosas nasales. Huele a alcohol y a cigarrillos.

—Te escucho... —Pronuncia volviendo a sentarse.

—Mi amiga y yo estuvimos en la escena del crimen aquella tarde, esperábamos poder ayudar a Sam pero fue inútil. —Respiro profundo. —Cuando llegamos vimos en la pared lo que parecían ser garabatos...

—La policía no dijo nada de eso. —Comenta, aunque sinceramente, no le creo.

—Solo que no eran garabatos. —Añado.

—Era un mensaje. —Descifra.

Asiento de forma seria.

—El mensaje estaba escrito en un idioma extraño, mi amiga logró traducirlo y decía algo de que usted... —Toso. —De que su familia, estaba escondiendo algo, que debían confesar o... —Me detengo.

—¿O qué? —Su ceja se arquea.

—O sus hijos pagarían.

—No puede ser. —Susurra para sí mismo, su mirada se desvía hacia un cajón, él lo abre y retira un habano de una caja de hierro plateada, luego, toma un encendedor y lo enciende.

—Muchas gracias Max. —Dice quitando el cigarrillo de su boca.

Él se pone de pie e inclina su cuerpo hacia adelante para darme la mano, yo acepto el saludo, solo que no entiendo qué hace.

El asesino de Brooklyn © [1] (NUEVA VERSIÓN YA DISPONIBLE)Where stories live. Discover now