Capítulo 13: El gato y el ratón

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No puedo saber cuánto tiempo ha pasado, ni mucho menos si Emily se encontró con el asesino, solo hay silencio, terrible y escalofriante silencio. Solo estoy yo y el latir incesante de mi corazón desesperado.

Es horrible, las muñecas me duelen al igual que los tobillos. Estoy en el suelo, inmóvil, pues, mi brillante plan de romper la silla al golpearla contra el suelo fue un completo fracaso.

Me siento un inútil, no puedo dejar de pensar en lo que sucedió en la comisaría, en mi estúpida idea de confiar en que Víctor podría hacer bien su trabajo.

¿Qué obtuve? Un castigo, y lo peor de todo, es que no es para mí, bueno, no directamente, otra vez, alguien saldrá herido por mis acciones.

Y yo ya no puedo soportar más sangre en mis manos.

Cierro los ojos sin parar de moverme, quizás puedo romper estas soga, aunque mis flacuchos brazos cansados me digan lo contrario, sigo intentando.

Las lágrimas comienzan a brotar por mis ojos, no tiene sentido, no podré hacerlo, y otra persona resultará herida.

Dejo que mi cuerpo descanse un instante, la gravedad lleva mi cabeza hacia la derecha, mi pelo se ensucia con el suelo repleto de polvo y las lágrimas dejan diminutas huellas sobre él.

Un sonido ajeno a mi hace presencia unos cuantos segundos después, levanto la cabeza y la giro para intentar identificarlo, algo se está acercando a gran velocidad. Trago saliva con fuerza, si me ve intentando escapar quién sabe qué es lo que me hará, estoy volviendo a desobedecerlo, no puede verme así.

Los pasos se aproximan cada vez más, hasta el punto en que logro identificarlos del otro lado de esta habitación, cierro los ojos como si fuera un reflejo, como si aquella acción me hiciera desaparecer y estar en otro lado, como un maldito escudo protector.

La puerta que nos separa rechina al ser abierta, presiono aún más mis parpados, pase lo que pase, no le daré el placer de ver mis ojos cristalizados.

El suelo retumba junto a mis oídos, está aquí dentro, se acerca a gran velocidad, pero se oye extraño, como una estampida de ciervos desesperados.

Unas manos toman mis hombros y me reincorporan sobre la silla, lucho por mantener los ojos cerrados.

Es entonces que un dedo acaricia mi mejilla, pero esta vez no es rugoso, sino suave y cálido, por instinto levanto los parpados, encontrándome con aquellos ojos celestes.

—Max... ¿Estás bien? —Dice agitado.

—Peter...

Una sonrisa aliviada se esboza en su rostro, la palma de su mano sigue sobre mi mejilla, es difícil de explicar, pero por un momento, me siento completamente a salvo.

—Vamos a sacarte de aquí. —Pronuncia desatando las cuerdas a mi derecha.

—¿Peter qué estás haciendo-?

—¿Lo encontraste? —Una voz femenina ingresa a la habitación.

Giro mi cabeza, encontrándome con la mirada de mi mejor amiga.

—Emily...

—Date prisa. —Ella se acerca a nosotros. Deja su viejo palo de hockey en el suelo, me mira directamente a los ojos y procede a ayudar a Peter con las sogas.

Una vez liberado, me pongo de pie, sintiendo un leve mareo, Emily me ayuda a mantenerme en pie, un segundo después, ya estoy listo para caminar.

Masajeo mis muñecas enrojecidas, creo que están algo quemadas, duelen como si me hubieran tirado ácido en la piel.

El asesino de Brooklyn © [1] (NUEVA VERSIÓN YA DISPONIBLE)Where stories live. Discover now