Capítulo 14: El gato de Schrödinger

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—Uno, dos, ¡tres! —Exclama Chad al mismo tiempo que todos hacemos fuerza con ayuda del palo de Hockey de Emily.

Mis dedos están enterrados entre las dos puertas del ascensor, todo el cuerpo me tiembla, pero no dejo de tirar.

Un crujido metálico retumba en toda la habitación, la puerta derecha finalmente cede, Em y yo nos apuramos y la abrimos por completo, Chad lanza el palo hacia un lado y con ayuda de Peter empujan la izquierda.

Lo logramos.

—No puedo creerlo. —Musita Emily completamente agitada.

—Les dije que funcionaria. —Presume el rubio, luego choca puños con Peter.

—Iré por la soga. —Anuncia el pelirrojo.

Emily toma su palo y cruza el umbral.

—Te ayudo a atarla. —Agrega.

Los miro alejarse y entrar a la gran sala, después deposito mi vista en Chad, está observando el hueco del ascensor con las manos posadas sobre su cadera, parece un padre orgulloso de un trabajo bien hecho.

Me acerco con cierta timidez y poso mi mano sobre su hombro, él voltea con el ceño fruncido. Respiro profundo y me animo decir algo.

—Gracias por estar aquí. —Pronuncio.

Chad me sonríe completamente y procede a encogerse de hombros.

—Un amigo de Peter es un amigo mío también. Estabas en problemas, teníamos que ayudarte.

Y aquella frase golpea mi pecho como un camión a máxima velocidad. No logro decir nada más, Chad ríe para sí mismo y sigue su camino hasta el lobby mientas yo me quedo un segundo en mi lugar para recobrar fuerzas.

Lo escucho preguntarle a los demás cómo está la situación, inconscientemente sonrío, no puedo creerlo, una vez más, mi percepción sobre ellos fue errónea.

No tengo mucho más tiempo para procesarlo, pues, instantes después, Peter aparece frente a mí con su rostro lleno de pecas.

No soy capaz de decir nada, Emily, Chad y él sostienen la gruesa soga.

Sus ojos azules se clavan en los míos.

—¿Listo?

Asiento.

Mientras Chad y Peter acomodan la soga y se aseguran que aguante el peso, yo me paro junto a Emily, está presionando su palo como si fuera lo último a lo que pudiera aferrarse.

—¿Estás bien? —Le pregunto, aunque sé la respuesta, necesito oírla de ella.

—¿Tú crees que Francis...?

—Prefiero no pensar en ello. —Suspiro. —Es como el dilema ese del gato... ¿Cómo se llamaba?

—¿El Gato de Schrödinger?

—Ese. —Digo con cierto entusiasmo, carraspeo incómodo y continúo. —Quiero decir, hasta no verlo con nuestros propios ojos, no sabemos si está vivo...

—O muerto. —Desvío la mirada.

—Estará bien Em, te lo prometo. —Ella sonríe, de repente suelta el palo, dejándolo caer al suelo y me abraza con fuerza.

Correspondo acurrucando su cabeza en pi pecho, intento mantenerme fuerte ante ella, pero siendo sincero, no creo que Francis esté bien.

—Muy bien, está listo. —Comenta Chad a nuestras espaldas.

—Los flashes de nuestros teléfonos no llegan hasta el fondo, pero si todos los pisos están iguales tenemos que pensar en que las puertas de los ascensores también están cerradas. —Explica Peter. —Tendremos que bajar hasta la planta principal y luego volver por las escaleras para buscar a Francis.

El asesino de Brooklyn © [1] (NUEVA VERSIÓN YA DISPONIBLE)Where stories live. Discover now