Magic night

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Desperté enmarañada entre las sabanas. Abrí el ojo derecho; el sol entraba sutilmente a través de los espacios entre las cortinas de mi recamara.
¡Por dios, hoy me gradúo! Pensé. Después de todo eso era lo que los adolescentes anhelaban desde su primer día de clase.
Mientras me ponía las pantuflas mi madre me tomó completamente desprevenida, entrando sin tocar.
Mamá: ¡Buenos días cariño! -exclamó mientras me abrazaba-
Yo: ¡Mamá! Podrías haber tocado -le dije algo exasperada-
Mamá: Lo siento hija, por favor no te enojes, hoy tienes que estar contenta. ¡Es el día tan esperado, será la mejor noche de tu vida! -contestó excesivamente entusiasmada-
Yo: Bueno, mami, tampoco exageres -me reí-
Ella frunció el ceño, presumiéndome algo que no logré entender.
Mamá: Si yo te digo que será la mejor noche de tu vida, es porque lo será. No te imaginas todo lo que ocurrirá.
Y otra vez pasó; volví a encontrarle doble sentido a sus palabras. Estaba totalmente segura de que me estaba escondiendo algo.
Yo: ¡Ya dime que sabes que yo no sé! -dije cruzándome de brazos, haciendo un puchero-
Mamá: No se de que estas hablando -dijo algo burlona-
Yo: Pero...
Mamá: Pero nada, querida. Toma el desayuno que hoy es tu último día de clases, no querrás llegar tarde
-besó mi frente-
Yo: Como digas, mamá.
Me senté sobre la cama y rápidamente acabé el rico desayuno que la señora que acababa de darme un beso en la frente, había preparado. Luego me vestí a velocidad de la luz, y salí con Edward en camino al Instituto.
Extrañamente la tarde se fue volando. ¡Maldición! Todos los días de clase siempre me parecían largos y aburridos, y justo el último tuvo que ser precipitado.
Las chicas no se detuvieron ni un segundo, permanecieron toda la jornada hablando del baile. Qué ropa llevarían, con quién bailarían, hasta charlaron acerca de los posibles "reyes".
El timbre final sonó. Todos corrimos a abrazarnos y cantamos un par de canciones juntos, fue hermoso, a pesar de que tomaríamos caminos separados, planeábamos seguir viéndonos; aunque sea algunas veces.
Rebasé la puerta de casa y en un soplo mi madre se encontraba abrazándome. Sin decir ni una palabra, volteó, recogió una caja dorada grande, y me la entregó.
Suspiré con aire imprudente y comencé a abrirla. Pasé mis manos sobre el contenido, si no me equivocaba, era un vestido.
Mamá: ¿Te acuerdas de aquel vestido que alguna vez te mostré, el que usé la primera vez que vi a tu padre? -susurró-
¿Cómo olvidarlo? Mi memoria lo guardaba a la perfección. Era sencillamente fascinante, cuando lo había visto me había quedado sin respiración. Rojo, delicado, fino y soñado.
Yo: ¡Gracias mamá! -me abalancé sobre ella y la ahogué en un abrazo-
Subí en menos de tres saltos las escaleras y vino mi tía a ayudarme con el arreglo y el maquillaje.
Cuando estuve lista bajé las escaleras con cuidado.
Papá: Estás hermosa -lo sentí suspirar y lagrimear-
Mamá: Alguien se quedará sin respiración... -balbució casi inaudible, pero la oí-
Yo: ¿Quién?
Mamá: Eh...nadie hija, nadie -respondió nerviosa- Vamos a sacarnos una foto.
Nos tomamos aproximadamente trescientas millones de fotos, o quizá bastantes menos; la cuestión fue que demoramos una eternidad.
El chofer me llevó hacia el lugar.
Había chicos videntes y no videntes. Hablé un montón con todos mis compañeros de curso y con algunos viejos amigos.
Bailé hasta que me dolieron los pies. Pero no tenía en mente parar hasta el segundo final.
Ser ciega no significaba que tenía que dejar de hacer todo lo que las demás personas podían, en mi ocasión, me sentía como una persona normal y sin dificultad para hacer nada. Bailaba, corría, cantaba y saltaba como si tuviera vista, obviamente que a veces me caía, pero nada más que eso.
En un momento una canción lenta invadió la pista. No sabía que demonios hacer, no tenía con quién bailar, así que me quedé quieta como una piedra.
Entonces sentí como todo mi mundo, mi esfuerzo y mi aliento se venían abajo conmigo, él tomó mi cintura.
Mi corazón latió con una fuerza devastadora y luego colapsó de repente de forma teatral.
Después de tanto tiempo volví a sentir su piel, su aroma, su todo. A pesar de que no podía verlo, no había estado nunca tan segura de algo, estaba convencida, era él. No dijo nada, solamente nos quedamos conectados -como tantas veces- hasta que sentí que la cabeza comenzó a darme vueltas. Había creído que me había olvidado, que ya no le importaba. Pero estaba de vuelta, más listo que nunca para confundirme con su poder; porque solo él, lograba hacerme sentir de esa manera.
El seguía tomándome de la cintura y lentamente las lágrimas comenzaron a desbordarse por mi rostro.
Como solía hacerlo (huir de mis problemas) me di vuelta y caminé derecho hasta llegar al hermoso jardín. Suspiré el aire fresco y escuché sus pasos.
¡Dios mío! Las piernas y todo mi organismo temblaban, mis manos sudaban, mi cabeza daba vueltas, pero mi cuerpo gritaba su nombre.
Me armé de coraje, teniendo en cuenta lo peligroso que sería para mis sentidos volver a escuchar su voz, y le hablé.
Yo: ¿Qué haces aquí?

Seras Solo MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora