Mi Pequeña

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Ella era el vivo rostro de Alicia. Sus ojos eran muy abiertos, sus labios eran gruesos, su nariz era perfecta y su piel era blanca como la de Alicia. Era preciosa. No podía creerlo, mi pequeña Alicia estaba frente a mí jugando con sus manos y moviendo sus pies.

-¿Puedo cargarla? -Pregunté.

La señora asintió.

Su olor era delicioso, sé que todos los bebés recién nacidos huelen bien, pero su olor era peculiar. Único. Su pequeño cuerpo estaba entre mis brazos. Tenía lo que Alicia había dejado para mí, nuestra hija. Entonces, por primera vez en los últimos días después de aquella mañana en la que no recibí un mensaje de Alicia y un policía imbécil estaba parado en mi puerta, Sonreí. Sonreí realmente. Sonreía de felicidad, alegría, paz. Tener a mi pequeña en los brazos me hacía sentir tranquilo, como la vez que lloraba con Alicia al recordar a mi padre y ella acariciaba mi cabello y me decía que todo estaría bien y eso realmente me hacía encontrar la calma, eso mismo sentía en ese instante. Después de tantas lágrimas y las veces incontables que deseé morir, ahora sentía que mi vida había recobrado sentido.

Podía llorar, pero no pude porque una felicidad indescriptible e incomparable me inundaba el alma. Alicia seguía conmigo.

-Quiero llevarla a casa. -Dije.

-Creo que eso llevará un largo proceso, señor. -Dijo la señora.

-No importa. Haré lo que sea necesario. Quiero a mi hija conmigo.

Paterson

Después de que Florek me dejara fuera del caso de Alicia Collins, estuve alejado del vecindario. Atendía los pequeños asuntos que acontecían diariamente como asaltos o robos a propiedades. Había llevado anteriormente algunos homicidios en los cuales había desempeñado con excelencia mi trabajo. Pero jamás había estado en algo como esto.

21 de septiembre de 1998

-¡Paterson! Tienes una llamada. -Gritó Fernández desde la oficina.

-Pasala a la línea dos. -Grité de vuelta y tomé la llamada. -Oficial Paterson.

-Buenas noches oficial, necesito su ayuda. -Era la voz de una mujer joven, no sonaba angustiada o e apuros.

-¿Cuál es el problema y cuál es su nombre?

-Soy Rita Miller, es algo muy privado y muy importante.

-¿Se trata de una emergencia?

-Así es. Estoy en el café a dos cuadras de la comisaría...

-¡Señorita! Esta llamada está siendo grabada. -Dije.

-Lo sé, oficial Paterson. Verifique la seguridad de las llamadas, ha dejado de funcionar por cinco minutos. -De inmediato lo hice, y en efecto, el programa no estaba grabando esa llamada. -Lo espero. Tengo una sudadera roja.

La chica colgó la llamada y sinceramente me entró mucha curiosidad en saber de quien se trataba. Así que fui.

Hacía mucho frío y pasaban de las ocho de la noche. Tomé mi chaqueta, registré mi salida y me dirigí al café en el que la joven me citaba. No paraba de temblar, en realidad estaba helado. En el café habían unas cuantas personas, y no lograba visualizar a la chica con la supuesta sudadera roja.

─Buenas noches oficial. ─Dijo una voz muy delicada detrás de mí.

De inmediato volteé la mirada, era una joven preciosa, tenía aproximadamente dieciocho o diecinueve años, sus ojos eran intensos, azules y muy abiertos, su cabellera era lacia y negra, sus labios eran gruesos y ella era muy delgada.

La Carta Suicida de AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora