Día 6.

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Decir que los días sábados son iguales a flojera extrema, es poco decir. Ni siquiera me levanto a desayunar. Esa hora es reemplazada automáticamente por el almuerzo, sino la once. Pero claro, como no era mi semana, me tuve que levantar e ir de compras con mi hermana. Seguro se puede perder en esta gigante ciudad, inserten un cartel luminoso de sarcasmo aquí por favor. Soy tan brillante, que para quedarme en la cama cinco minutos más, decido ir en pijama al súper. Bueno, en realidad no alcanzo ni a decidir, cuando mi cuerpo está fuera de la cama y es arrastrado hacia la puerta. Sólo alcanzo a ponerme mis botas y salir, abrochándomelas fuera.
La micro se detiene, me subo y me siento, esperando que mi hermana pague. La gente me mira como si viniese de otra parte del mundo. ¿Qué? ¿Nunca han visto a una adolescente en pijama por la mañana a las dos de la tarde? ¿Tan subnormal les parece?

Me siento toda digna y miro por la ventana, saludando a los perritos que veo.
Llegamos, nos adentramos al supermercado y procedemos a llenar el carrito.
Decido ir en busca de una leche chocolatada, mi debilidad desde que nací. Queda la última, la tomo pero alguien tiene mi misma idea. Levanto mi cabeza enfurecida y decidida a quedarme con la caja. Mis ojos se abren sorprendidos, y estoy segura que mi rostro está tan carmesí como mi pijama. ¿Adivinaron? Exacto. El chico del autobús está justo frente a mi.

P es de Platónico.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora