Día 8.

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Lunes. De no desayunos y llegar tarde a Gramática. Aunque ahora que lo pienso, SIEMPRE llego tarde a esa clase. Me aprovecho de la infinita bondad de mi profesor.
Está decidido, tomaré desayuno cuando llegue. Pasaré a comprar un café de vainilla y un muffin de frambuesa a la cafetería. ¡Rayos! Ni siquiera alcanzo a peinarme.
Sabía que era una mala idea quedarme viendo "The Vampires Diares" hasta las tres de la madrugada, por más guapo que sea Damon.
Tomo rápidamente mi mochila (ni siquiera estoy segura si cambié los cuadernos) y mis llaves, además de un gorro para disimular que mi cabello es indomable.
Salgo, cierro el portón y se me va una micro. Perfecto, tengo que esperar otros diez minutos. Peor día no podía comenzar a tener. Solo falta que comience a llover, porque no traje abrigo. En los minutos de espera, aprovecho de acomodarme los audífonos por dentro del polerón y encender el reproductor de música de mi celular.
Observo detenidamente mis pies y me doy cuenta que uno es más grande que el otro. O tal vez son los zapatos.
Un motor me alerta, viene doblando la micro que me sirve en la esquina. Saco mi pase escolar y el dinero justo para el pasaje. Alzo una mano para alertar de mi presencia al conductor. Subo, pago y camino por el pasillo. La misma rutina. Un chófer con cara de aburrido y que parece querer golpear a los estudiantes, acelerando con la esperanza que un día alguien se caiga de cara y se rompa la nariz. Ni siquiera observo a los pasajeros como me había acostumbrado a hacer la última semana, solo me siento en la primera fila, al lado de una anciana tan arrugada y gris como su canoso cabello y su suéter blanco anacarado. Mi corazón no palpita, señal que el ser que quiero ver, no va en los asientos posteriores. Respiro profundo y le subo el volumen a la música.

P es de Platónico.Where stories live. Discover now