12.

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No podía verle la cara, pero sabía que estaba sonriendo. Siempre sonreía cuando estaba en clase de dibujo, aunque nadie se percatara de ello.

Es más, ella se encargaba de que nadie lo hiciera.

Observó la montaña de pelo que tenía en una coleta suelta, que luego había decidido recoger en un moño enganchado con dos pinceles viejos manchados de acrílico. Tenía la nuca al descubierto, blanca, muy blanca, y llena de pecas.

Estaba de espaldas, pero recordaba su rostro. No era atractivo, pero sí que era bonito. No era anguloso, sino redondo y suave y pálido y cubierto de pecas y lunares.

Siempre le recordaba a la luna llena y a sus cráteres.

Mientras daba su última calada, se preguntó si ser tan dulce en un mundo tan amargo resultaba una bendición o no.

Desde luego para ella no, pensó, aplastando las colillas con sus botas negras.

Pero deseó serlo también.

efímera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora