25.

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No volver a ver aquellos poemas la sumió en su rutina. Un día tras otro tras otro tras otro.

Tan iguales, tan grises, en una secuencia interminable. En un bucle infinito.

Se acostumbró tanto al dolor que se volvió parte de su día a día. Como lavarse los dientes o hacer la cama.

El odio hacia sí misma era tan natural. Casi instintivo.

Al menos había dejado de escapar de los espejos. Ahora se detenía, pacientemente, con tranquilidad. Y se enumeraba uno a uno todos sus defectos y errores.
Se le escapaban los ojos cada vez que pasaba por un cristal, un espejo, una ventana, y veía su reflejo pasar borroso por ellos. Era meticulosa, incluso. Un instante era suficiente para recordar cada uno de los motivos por los que se odiaba.

Quién diría que ella, tan desastre, tan descuidada, tan natural, tomaría tanto esmero en detestarse.

efímera.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant