PADRE

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Padre...

Es el ser que no debe fallarle nunca a su amada niña. Después de todo es el primer hombre en su vida, posteriormente vendrían los tíos, los abuelos y hombres con los que tendría amistad y amorío. Rossa Merry no era consciente de esto, no supo quién era su padre, al menos que haya sido por fotos. Cuando miró al hombre ante la cual la pusieron no hizo más que quedarse callada, con la esperanza de que le explicaran el porqué estaba allí.

A simple vista parecía una niña muy adorable, un ser incapaz de hacer algún tipo de daño. Pero era totalmente lo contrario, cuando a Rossa Merry no le gustaba algo solo bastaba con que la hicieran enojar y tenerla en esa situación, alejada de su madre y fuera del alcance de sus amigos. Quedó mirando a su padre con cierto recelo. Porque era recelo lo que sentía. Ella estaba molesta, indignada, quería irse a casa y eso no era lo único. Tenía hambre de alguna cosa salada y una taza caliente de chocolate.

-Y bien, ¿Cómo es que te llamas, señorita? –preguntó Chao. Le acarició la mejilla en señal de amabilidad y total comprensión pero la niña no dijo nada- ¿El gato te comió la lengua?

-¿Es posible que eso vaya a suceder en una ocasión como esta? –dijo María Cassanova comiendo un trozo de dona.

-No creo que hable si estás en este lugar, lo más seguro es que se sienta más cómoda estando sola conmigo...-Rossa quedó mirándolo a ambos y se bajó de su silla para pararse en un rincón.

-Solo es una niña mimada que quiere tomar tu atención...-dijo María observando a Rossa Merry.

-Es una niña mimada que por ahora tiene más derechos que tú, te sugeriría que salgas antes de que me moleste...-dijo Joel Chao. María lo quedó mirando y a regaña dientes hizo caso a lo que dijo el moreno.

Cuando se quedaron solos Rossa se acercó a él. Caminó rodeándolo. Inspeccionando su figura, primero intentaba recordar donde la había visto. Pero no lograba hacer memoria puesto que no era una cosa relevante, si tan solo recordara quien fue la persona que le enseñó algo sobre este tipo estaría más confiada de que él no le haría nada.

-Aún no logras reconocerme, tesoro...-la voz gruesa de aquel hombre la hicieron que se detuviera, a sus cortos seis años comenzó a sentir lo que era. La sangre llama a la sangre y eso era el comienzo de lo que alguien a quien desconoces comienza a sentirse tan familiar, tan tuyo, tan parte de uno a pesar de no haberlo visto jamás.

-¿Quién eres? –la voz de Rossa se escuchó prácticamente en susurro. Joel la quedó mirando algo sorprendido. Pensó que lloraría cuando escuchara esas palabras tan familiares. Recuerda haberla dejado nacida cuando fingió su muerte. Apenas era una bola de carne morena con gran futuro. ¿Pero que era aquello que hace que un padre se vaya de casa?

-Soy tu padre...-Pues eso era sencillo. Nadie que fuera padre expondría a su hija y a la mujer que una vez amó a una muerte segura. Si bien ahora estaba librado de uno de los matones más grandes desde hace cuatro años. No iba a darse el lujo de regresar como si nada ante Fiorella y pedirle perdón por irse como si nada haciéndola pasar las de mil.

-Mi padre está muerto. Voy todos los fines de mes a ponerle flores al cementerio de Inglaterra... -Afirmó ella mientras miraba sus pequeñas manos. Estaba confundida. Ahora recordaba donde lo había puesto, en el portarretrato de la sala. La foto de su madre embarazada con este tipo.

-Estoy vivo, solo tuve que esconderme de los tipos malos...-pero ella era más astuta. Si había fingido su muerte, tenía una lápida y todas esas cosas era porque él había hecho cosas malas. Era como unas historias de los libros de Félix. Un hombre que huye de la policía e intenta volver a su vida normal con otra identidad. Él intentaba sustituir a su padre y era por eso que la tenía encerrada, lo haría hasta que ella creyera que era su padre, le tenía que hacer sentir que ella creía en él para poder seguir viva.

The Best Friends ||Adrianette||Where stories live. Discover now