ocho

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[FLASHBACK]

14 de febrero del 2012.

Finalmente estaba sola en la habitación. Había un gran espejo al frente mío. Podía verme perfectamente de pies a cabeza y eso hacía que no pudiera dejar de observar.

Llevaba un hermoso vestido blanco que tapaba mis pies. A pesar de que nunca había sido una gran fan de los vestidos tipo escoba (Sí, así los llamaba ya que me daba la impresión de que al caminar conseguías que toda la suciedad del piso se pegara en él) tenía que usarlo. Era como una “tradición” en la familia de Jamie. Todas las mujeres llevaban el vestido hasta que les tapaba los pies.

Me había negado rotundamente a no usarlo. No me resultaba cómodo y tampoco tenía práctica. Jamie era el único que me apoyaba; él decía que no le importara lo que usara. Con tal de que me sintiera cómoda, él era feliz.

Y se lo agradecí.

Internamente.

Tanya, Alex y sus padres se negaron rotundamente a dejarme usar un vestido corto.

¡Era mi boda! ¡Yo tenía que ser la que eligiera lo que quisiera usar o no!

Suspiré y mis manos comenzaron a temblar. Sentía la boca seca… Necesitaba un vaso de agua urgentemente. 

El vestido no tenía tiritas, lo que lo hacía ser sexy y elegante a la vez. Poco a poco, me enamoraba del vestido a pesar de que no quería reconocerlo.

Era muy testaruda por si no se habian dado cuenta. 

Mi cabello era como una cascada de rulos con unos pinches brillantes en él.

Mis ojos estaban pintados en un estilo Smoky eyes lo que hacía resaltar el color azul de mis ojos. Mis labios había un poco de brillo transparente.

En mi cuello estaba el collar que era de la tatarabuela de Jamie. Con mis manos aún temblorosas, lo toqué con mi dedo índice y pulgar y sentí unas ganas de llorar.

Jamie llegó a dármelo en nuestro primer aniversario y desde ese momento que no había abandonado mi cuello.

En mi mano derecha estaba mi pulsera favorita. Estaba compuesta por perlas de plástico un poco grandes y contenía un candando, una llave y otras dos cosas más que nunca he sabido lo que son. Ah, sin olvidar la corona de rey. Que irónico, ¿no?. La había comprado cuando tenía dieciséis años, sin saber que años más tarde estaría con un príncipe.

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Cerré mis ojos fuertemente y una lágrima comenzó a deslizarse por mi mejilla.

Debía hacerlo.

Sabía que me iba a arrepentir después.

No sabía que era peor.

Hacer lo que estaba a punto de hacer o casarme con Jamie y seguir mintiéndole….

Escogí por la primera opción.

He estado pensando en este “plan” desde Navidad. Que fue cuando Jamie me propuso matrimonio.

Lydia, una sirvienta de Jamie con la cual había formado una linda amistad, me había ayudado.

Le tuve que contar toda la historia e increíblemente, me creyó. Se la conté con tanto miedo, miedo de que pensara de que estaba loca, de que había inventado todo eso y lo único que quería de Jamie era fama, dinero.

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