diez

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Ha pasado ya casi una semana desde que Jamie irrumpió en mi hogar. Estos seis días han sido... maravillosos. Sé que sonará cliché pero es la verdad. No me había dado cuenta de cuanto necesita a Jamie a mi lado hasta que reapareció en mi vida. Iluminó mi vida tal y como lo hace una vela después de un apagón. 

En estos seis días nos habíamos puesto al corriente de todas las cosas. Él me contaba todos los asuntos que tenía que hacer como príncipe {cosas como respaldar a su padre cuando éste se encontraba enfermo, ir a tal y tal evento; cosas que hacía todo el tiempo cuando estaba junto a él}, y yo le contaba las cosas que hacia en mi vida diaria. 

Aún recuerdo la mueca de asombro que puso al terminar de escuchar que llevaba tres años en la universidad. Y de inmediato me bombardeó de preguntas. "¿Son amables contigo?" "¿Qué tal tus profesores?" y cosas por el estilo. Pero creo que lo que más le sorprendió fue que estuviera estudiando Tecnología Médica. Ya saben, esa carrera que es una rama de la medicina en donde tienes que tener conocimientos de los fundamentos biológicos, bioquímicos y biofísicos para luego poder trabajar en un banco de sangre, hematología o laboratorio clínico. También se puede trabajar con la oftalmología y otorrinolaringología. Una carrera fuera de lo común. Pero era lo que más me gustaba. 

Siempre me había interesado muchísimo la biología y química pero las únicas carreras que conocía eran Medicina y Odontología, además de Enfermería, ser Matrona, etc. Pero yo no quería atender a pacientes. No quería entablar conversación con las personas. Así que Tecnología Médica fue mi única opción.

Pero bueno, dejemos el tema de la universidad allí. 

Pareciera que con la llegada de Jamie.... mi estado de ánimo había cambiado. Me encontraba mucho más feliz. Al levantarme cada mañana, no lo hacia con la flojera de todos los días, en especial el primer día en que Jamie se quedó en mi casa.

Debían de haber sido las dos, o tres de la madrugada y nosotros aún nos encontrábamos despiertos, con nuestra ropa aún puesta. Estabamos en mi habitación, él sentado y yo acostada boca abajo escuchando sus historias y de vez en cuando aportando unas mías. Poco a poco Morfeo comenzaba a rodear mi cuerpo con sus brazos y a medida que pasaban los minutos, más bostezos salían de mi boca. Jamie se dio cuenta de esto y se levantó de la cama, abandonando mi habitación. Me costó más de un minuto en ir detrás de él. Ahora estaba acostado en el sillón que nos habíamos sentado horas antes o el día anterior, como quieran verlo. 

Apoyé mi hombro derecho en la pared cruzando mis brazos sobre mi pecho y lo observé, levantando una ceja. Estaba con sus ojos cerrados, ambas de sus manos detrás de su cabeza y luego de unos minutos, abrió sus ojos y me observó. Me encontraba en la misma posición.

—¿Qué?, ¿tengo cara de payaso? —preguntó, arrugando su cara de forma que logró hacer una mueca graciosa. Una risilla se escapó de mis labios. 

—¿Qué crees que haces ahí, Campbell? —pregunté, sin moverme ni un centímetro de mi posición.

—Voy a dormir aquí... —dijo, pero sonó más a una pregunta de lo que él habria querido. 

La ceja que había bajado segundos antes, volvió a subir. 

—¿En el sillon?, ¿De verdad crees que voy a dejar que duermas allí? —apunté el mueble con mi dedo índice. 

—Bueno, ya que no has dejado que me hospede en un hotel. Encuentro que aquí estará bien. Y además, es blandito. Mira —al momento de terminar la oración, se sentó y comenzó a mover su cuerpo de arriba hacia abajo, como si estuviera saltando con su trasero. 

Reí. 

—Estás loco, Campbell. 

—¿Asi que ahora me llamas por mi apellido, Lindström? —aún  me sorprendía con la fácilidad en que Jamie se había acostumbrado a llamarme por mi nombre verdadero, olvidándose completamente de que me llame Zoe Winkler por doce años. Después de reunirme con mi familia, obtuve de vuelta mi nombre verdadero. 

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