diecinueve

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—¡Zoe!— dijo alegremente, abriendo sus brazos esperando a que saltara a ellos. Me sentí aliviada en un segundo. Iba en camino a abrazarlo cuando justo los bajó y su rostro se transformó en una mueca de confusión o algo parecido a ello. Fruncí el ceño observando sus siguientes movimientos. —Perdón digo, ¡Antoinette!— abrió sus brazos de nuevo y reí. —¿Ese es tu nombre, verdad?— preguntó graciosamente. Asentí y finalmente lo abrazé. Sus brazos rodearon mi pequeño cuerpo y me sentí protegida y amada, tal cual como me sentía cuando Jamie me abrazaba.

Estando en sus brazos sentí como todas las preocupaciones se iban de mi cuerpo de a una. Si Samuel estaba reaccionando de esta forma conmigo, sus padres también lo harán, ¿verdad?

Pero aún no lo sabes, me recordó mi conciencia. 

Me separé y sentí como dejaba un beso en mi frente; la sonrisa no se iba de mis labios. Cerré los ojos mientras sus labios estaban pegados a mi piel. Luego procedió a abrazar a su hermano mayor mientras que yo, olvidándome de ellos, entré en la casa.

Sentí como todo daba vueltas; la fragancia del olor era tan fuerte (o eso pensaba yo) que causaba que todos mis sentidos reaccionaran a la misma vez dejandome aturdida. 

Pero todo estaba como yo lo recordaba. Los muebles en los mismos sitios, las cortinas, los cuadros de arte, todo. A lo más habían cambiado las alfombras pero eso era lo mínimo. 

—¿Señorita Antoinette?— sentí una voz femenina a mis espaldas e inmediatamente me di vuelta, encontrándome con una mujer unos centímetros más alta que yo, cabello castaño claro con algunas ondas al final pero que siempre estaba amarrado en una cola de caballo o trenzado, y con unos ojos cafés claros. Lydia se encontraba en los últimos peldaños de la escalera y nuestros cuerpos se acercaron hasta fundirse en un abrazo. Rodié su cuerpo fuertemente, reprimiendo las ganas de llorar. 

Lydia, desde que le había contado mi "vida secreta", me había llamado por mi nombre verdadero así que no le es mucho problema que me llame por otro nombre. 

Claro, siempre lo hizo cuando nos encontrábamos solas. 

—Señorita Antoinette todo ha sido tan aburrido sin usted acá...— murmuró mientras arreglaba mi cabello. El abrazo había desaparecido hacia varios segundos ya. Una sonrisa comenzó a aparecer en mis labios y pasé el dorso de mi mano por debajo de mis ojos, quitando el agua que sobraba que fácilmente se iban a convertir en lágrimas. 

La manera en que Lydia pasaba sus manos por mi cabello era tal cual como lo haría una madre, o como lo hace mi madre actualmente. Lydia muchas veces, hace tres años atrás, se comportaba como mi madre a pesar de que teníamos unos años de diferencia siendo ella la mayor. Ella ha cumplido con el rol de madre en poco tiempo; rol de madre que nunca había cumplido Tanya. 

—Lydia, ya sabes como debes llamarme.— la regañé cariñosamente. 

—Lo siento.... Antoinette.. — se tomó varios segundos en formular mi nombre y una sonrisa se apoderó de nuestros labios. Quería decirle tantas cosas a Lydia, quería ponerla a tanto de todos los asuntos, quería saber de como había estado en estos tres años, pero simplemente no podía. Ya habría tiempo para nosotras dos, ya podremos cuchichear tranquilas. 

—¿Antoinette?— sentí un suspiró a mi espalda; reconocía a cada una de las voces de estas casa a ojos cerrados y justamente aquella, era del padre de Jamie. Sintiendo como mi pecho se comprimía, me di vuelta lentamente, encontrándome con unos ojos azules en un rostro que no aparentaba la edad de la persona. Su cabello comenzaba a teñirse blanco como sucedía con todas las personas cuando llegan a cierta edad; habían a algunas que le quedaba bien y a otras no pero justamente al duque de Inglaterra, le quedaba magnificamente. 

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