dieciseis

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»» j a m i e s p o v 

 —Fue un gusto haberte conocido finalmente Jamie; espero volver a verte.— susurró su madre en mi oído mientras me abrazaba. La noche ya había caído hace unas horas, deberían de ser las diez y media y nosotros recién estábamos despidiéndonos. Habíamos estado toda la tarde allí, en el cálido ambiente de la casa Lindström. 

Una vez que habíamos vuelto de la habitación, todos nos preguntaron donde habíamos estado. Su padre me observaba con los ojos entrecerrados mientras que su madre y Elizabeth, nos observaban con una mueca pícara; como si tuviesen una idea de lo que sea que haya pasado. León estaba concentrado jugando con su hija mientras que Marcus no me daba ni la hora. Estaba completamente absorto en su télefono móvil. Y Stella nos observaba de una manera extraña, no pude decifrar. Era como si quisiera que con sus ojos azules pudiera ver a través de nosotros. Era extraño.

Y desde que Antoinette me había contado que ella sentía algo por mí, me sentía aún más incómodo con tan solo estar en la misma habitación que ella.

Sí, era uno de los chicos que se dejaba incómodar fácilmente cuando una chica sentía algo por él y no era mutuo. Lo sé, es extraño.

Sigo pensando, en mi vida pasada debí de haber sido una chica. No puede haber otra explicación.

Mi novia nos salvo, diciendo que mis padres querían hablar con ella y enterrando su codo en mi torso disimuladamente, le seguí el cuento.

Gracias a Dios mordieron el anzuelo rápidamente.

La tarde pasó volando; en el transcurso de las horas había podio hablar con León. Me había contado que era un reconocido Ingeniero Civil de la ciudad, que trabajaba con varias empresas importantes de Suecia. De hecho, me había ayudado a poder comunicarme con su hija. La pequeña le preguntó a su padre que era lo que yo hacía, si era un oficio como el de él y cuando le contó que yo era un príncipe, sus ojos se iluminaron de una forma tan tierna, que me dieron ganas de estrangularla a abrazos. Comenzó a saltar y a gritar; todos la observaban como si estuviera loca y yo reía junto a León. La locura le duró durante toda la tarde. Podía sentir su mirada fija en mí y observaba cada movimiento que hacía. Luego me preguntó que era lo que sentía ser un príncipe y que si ella podía ser mi princesa, y le contesté que sí, que iba a esperar a que tuviera una edad mayor para que fuera mi princesa. Rodeó mi cuello con sus brazos pequeños y comenzó a dejar besos en mis mejillas.

Había congeniado bien con todos, excepto con Marcus. Había intentado entablar una coversación con él pero no hubo caso. Respondía con monólogos (lo cual me irritaba bastante), pero cuando conversaba con Elizabeth o con Stella (lo cual fue demasiado incómodo) podía sentir su mirada fija en mi. Y cuando miraba en su dirección, él rápidamente miraba hacia otro lado, haciéndose el loco.

Quizás . . . Tan sólo quizás Marcus sabía sobre lo que Stella sentía por mí. Pero aún no podía creerlo.

Ella tenía un novio, que estaba aquí, en ésta habitación. No es posible que ella sienta algo por mí. Quizás era algo platónico y ya.

—El gusto es mío, Sra. Lidström. Su comida estuvo exquisita. Gracias por la invitación.— le sonreí y la dama dejó escapar una risita nerviosa. 

—Jamie, ya te he dicho, dime Linnea, no Sra. Lidnström.— asentí, sonriendo. 

Nos encontrábamos en el marco de la puerta; ya me había despedido de los demás. Elizabeth, de igual forma que su madre, me había dado un abrazo y me había dado las gracias, por hacer feliz a su hermana pequeña a pesar de todas las circunstancias. Y le respondí que no tenía nada que agradecer, que a Antoinette la amaba como nunca antes había amado a alguien. Lo cual era cierto. 

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