anexo ; dos

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| jamie's pov |

—¡Lydia! —la reprochó inmediatamente mi madre. —¿¡Cómo te atreves a decir una cosa como tal!? Son sus padres, no tendrían ellos por que ser los culpables de lo que sucedió.

Nunca había escuchado a hablar a mi madre en ese tono, ni siquiera cuando Samuel y yo hacíamos alguna travesura cuando éramos pequeños. Definitivamente estaba enojada.

Rodee los barrotes de la escalera con ambas de mis manos. No podía entrometerme en la situación por más que quisiera.

Pero si ahora lo pensábamos, Lydia nunca decía alguna mentira. Ella era la persona más bondadosa que he conocido en mis veinticinco años. Y además, era muy cerca de Zoe… Ella sabía algo que obviamente yo no.

Mis puños comenzaron a ponerse blanco de la fuerza con que empecé a agarrar los barrotes.

—Si me perdona señorita Ana; la señorita Zoe me contó muchas cosas mientras estuvo aquí y una de esas fue el por qué se escapó —lentamente podía observar como Lydia bajaba su vista hasta el suelo. Contuve la respiración esperando a que alguien más hablara.

—¿De qué… —Tanya fue interrumpida por su esposo, Alec, que rápidamente se acerco a Lydia y puso una de sus manos alrededor del cuello de la chica y la arrastró hacia la pared. Todos estaban atónitos. ¡La estaba estrangulando y nadie hacia nada! La pobre chica poco a poco se colocaba morada. Solté los barrotes y casi corrí hacia donde estaban ellos y empujé al hombre haciendo que casi se cayera al suelo. No me importaba.

—¿¡No te han enseñado que no se les debe maltratar a las mujeres hombre!? —gruñí enfurecido. Lo que más me molestaba era el maltrato. Hacia cualquier cosa; animal, mujeres, niños, e incluso a los hombres por que sí, ellos también son maltratados.

Lydia en el momento en que la soltaron se tiró al suelo sobre sus rodillas mientras se agarraba la garganta con una de sus manos. Nuevamente casi volví a correr para ir en busca de un vaso con agua.

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Después de unos diez minutos el ambiente estaba bastante tenso que hasta podías tocarlo. El único sonido que se escuchaba era la tos de la chica. Ponía toda mi voluntad en poder ayudarla. Ella me había ayudado muchísimo cuando Zoe se fue. Me había llevado comida a la habitación cuando me negaba en salir y me dejaba pañuelos afuera de mi habitación.

Lo sé, en esos momentos parecía una chica. No, lo era. 

Ponía toda mi voluntad en ayudar a Lydia para no ir donde Alec a molerle la cara a puñetazos.

Pero mientras ayudaba a que se recuperara, mi mente estaba en otro lugar.

Hace un año atrás.

 Me desperté en mitad de la noche y no había nadie al lado mío. Zoe no estaba. Me senté bruscamente en la cama y busqué el reloj que tenía en la mesita de la noche.

—Tres de la mañana con diez minutos... —susurré. Salí de la cama en busca de ella. No estaba en ninguna parte. Empezaba a desesperarme. Mi última parada era la cocina; aunque pocas veces ella iba ahí para servirse una taza de té verde a mitad de la noche.

Mis manos estaban apoyadas en la mesa, miraba hacia el suelo. De vez en cuando cerraba los ojos tratando de poder encontrarla en una casa tan grande. ¿¡Por qué teníamos que vivir en una casa tan grande!? La desesperación dominaba mi cuerpo poco a poco. A pasitos de caracol.

Y ahí fue cuando escuché unos sollozos y el ventanal se cerraba. Caminé rápidamente y pude ver a mi pequeña.

—Zoe…—la llamé, ya que ella estaba pendiente en cerrar bien el ventanal. En cuanto escuchó mi voz, se volteó rápidamente y se limpió las lágrimas que se habían escapado de sus labios.

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