Capítulo 13

104 19 3
                                    

Tiro una vez más de la correa, provocando que mi perro se eche hacia atrás y me mire con cara de pena.
Yo no inventé esto, pequeño. Sólo lo aplico.
Doblo la esquina y me paro cuando el animal lo hace.
Agacha la parte trasera de su cuerpo y sé perfectamente lo que va a hacer.

Miro hacia otro lado, evitando el contacto visual con la escena. Para darle intimidad y tal.
En unos segundos, ya se encuentra a mi lado, hablando con sus ojos.
—Ahora mi parte favorita.
—Digo, sin pizca de alegría en mi voz.
Meto la mano en la bolsa y encierro mis dedos sobre el regalo de mi schnauzer.

Le doy la vuelta a la bolsa y la ato.
Que descripción más asquerosa, Jane.
Lanzo la bolsa a una papelera y comienzo a caminar de vuelta a casa

Lo que se hace por amor a los animales.
Respiro hondo y le retiro la correa, dejando que corretee libre por el salón.
Ando escaleras arriba y directa a la ducha.
No tengo demasiado tiempo así que es algo rápido.

Lo suficiente para tener buena higiene.
Salgo envuelta en una toalla y cojo unos pantalones que acaban de salir de la secadora. Me los subo, doy un par de saltos, meneo y cierro.
Tomo una camiseta seguida por una chaqueta y un abrigo.

Agarro mi bandolera y ya estoy lista para un nuevo día.
El camino al trabajo se hace corto, voy entretenida, observando como sale vapor por mis labios, cual niña pequeña.
Pero nunca sé es demasiado mayor para eso.

Paso por un bar que me trae un recuerdo muy curioso; un motero homosexual y una peliaguda situación.
Río. Aún no termino de asimilar lo que pasó allí.
El teléfono me vibra en el bolsillo y no necesito mirar para saber de quien se trata.

Un mensaje de Drew ilumina toda la pantalla; "Buenos días, Jane. :)".
Ruedo los ojos antes de teclear; " Buenos días, de camino al trabajo. :)"
Los emoticonos siempre me han resultado de lo más interesante.
A veces ponemos una carita de risa cuando en realidad ni siquiera estamos sonriendo.

¿Por qué nos empeñamos en mentir sólo por satisfacer a los demás?
entre pensamiento y pensamiento, llego a HeladoWorld.
Abro la puerta de cristal y tomo una bocanada gigante de aire.

—Buenos días. —Saludo. Cuando llego a la cocina, sólo me encuentro con la figura de Moira.
—¿Qué hay? —Sonrío.
—Esta noche podríamos ir a algún sitio. —Planteo, encogiéndome de hombros.
Entre cierra los ojos y luego sonríe de lado.
—¿Que tal un prostíbulo? —Y la Moira con problemas sexuales hace su aparición.

—Gracias por la oferta pero todavía tengo dinero suficiente para llegar a fin de mes.
—Bromeo.
—Yo lo decía por ir a visitar a Becca... la tenemos muy abandonada últimamente.
—Largo una risa y niego.
—Habla por ti. —Guiño un ojo y observo como pone una mano en su pecho y finge estar ofendida.

Sé que va a responder algo pero un cliente cruza las puertas antes de que pueda hacerlo. Llevo mi mirada hacia la entrada del local y veo dos rostros muy conocidos para mi.
¿Desde cuando mis padres vienen aquí?
aliso el delantal y respiro hondo antes de caminar hasta ellos.

Están hablando entre sí pero se calla de inmediato cuando me ven aparecer.
—Hola hija. —Saluda el moreno. Alzo una ceja y espero que me digan algo más pero no recibo más que sonrisas.
—¿Qué tal un helado? me apetece demasiado. —Me giro hacia mi progenitora y asiento muy despacio, sin fiarme ni por un segundo.

No medio palabra. Tan sólo anoto en la libreta y pongo el boli sobre mi oreja para comenzar a caminar de vuelta.
—¿Qué hacen aquí? —Me pregunta mi compañera, curiosa.
Me encojo de hombros y ella parece cabilar una explicación.
Tal vez su mente, algo criogenizada por el helado, pueda darme alguna respuesta.

Dulce venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora