Capítulo 21

82 16 7
                                    

—¿Quién es un jodido genio?
—Pongo los ojos en blanco y le lanzo una zapatilla a la cabeza.
—Sólo a ti se te ocurre ir a una piscina climatizada en el último día del otoño. —Becca asiente con orgullo y Moira termina de ajustar su bikini rojo.
—¿No deberíamos llevar algo más de ropa? por si pasa algo.

Miro de arriba a abajo a las chicas y sus escasas prendas y luego miro hacia mis piernas desnudas.
Becca chasquea la lengua y niega. La rubia agarra sus cosas y nos ponemos en marcha.
—Vamos y volvemos en coche. Allí hay aire acondicionado, ¿qué puede salir mal?

—Anormal. —Digo yo.
—Espermatozoide amorfo.
—Añade Moira.
—Pedazo de subnormal.
—Continúo.
—Lo siento, ¿vale? ¿qué iba a saber yo que cerraban ayer?
—Froto mis brazos para conseguir algo de calor pero no funciona.
—Eres una m-
Tengo que detenerme cuando siento un picor en mi nariz al que prosigue un estornudo.

Después otro y otro.
Llegamos corriendo hasta el coche, muriendo del frío y sintiendo como todo mi interior se revuelve.
Las tres acabamos en mi casa, acurrucadas en el sofá y lloriqueando por un poco de calor y una aspirina.
—Jane te toca ir a buscar los pañuelos. —Refunfuño en voz baja.
—Le toca a Becca. —La ojimiel me lanza un pañuelo usado que retiro con asco.
—Muévete, yo fuí la penúltima vez.

Me levanto a duras penas y ando arrastrando los pies hasta la cocina. El timbre suena y clamo al cielo porque sea mi madre.
Muevo las piernas como puedo y tiro del pomo hacia atrás.
—Quita del medio, engendro. Que me contagias. —Mi rubia progenitora lleva dos bolsas y una mascarilla azul que tapa parte de su rostro.

Sonrío aunque sienta que mis órganos internos se están deshaciendo y vuelvo al sofá.
—Nota mental; no volver a hacer caso a Becca. —Susurro con la voz algo más grave de lo normal.
Los minutos pasan y siento como mi cuerpo se hiela más y más. 
Mi madre aparece con una olla y varios platos encima.

No puedo evitar fijarme en su vestuario. Ella acostumbra a usar pantalones ajustados y camisetas pegadas pero hoy lleva una camisa muy ancha y unos pantalones holgados.
Cabeceo con fuerza para librarme de mis estúpidas teorías y me centro en el olor de la sopa que ella ha cocinado.

—Tomad esto y estaréis mucho mejor. —Augura. —Si me necesitas, sabes donde encontrarme. Y no montéis orgías en mi ausencia.
Las chicas ríen y yo palmeo mi frente. Que vergüenza de madre.
La rubia me da un beso en la frente sobre su mascarilla y nos abandona.

—Quiero una madre como la tuya. —Moira hace un puchero y carcajeo.
—Te la regalo. —Suelto en tono divertido.
—Ya veréis el remedio de la familia Wilson, si consigo levantarme de aquí. —Becca apoya ambas manos en el sofá y se impulsa hacia adelante.
Falla a los pocos segundos y cae.

Vuelve a intentar pero sigue sin funcionar.
Moira, desde su parte, la ve volver a intentarlo y la empuja con todas sus fuerzas.
Pero Becca no es capaz de frenar a tiempo.
Ni Moira de controlar su fuerza.
Así que la pelinegra se estampa de boca contra el suelo.

—Me cago en... tu puta madre.
—Sisa entre dientes y sus palabras salen amortiguadas por el suelo.
Intento no reír, de verdad lo intento. Pero fallo estrepitosamente en menos de una milésima.
La morena se levanta y bufa, pasea con dificultad hasta conseguir lo que sea que quiera conseguir.

Vuelve con una botella de licor entre las manos y pongo los ojos en blanco. Becca no es Becca si no se emborracha.
—¿Y los vasos? —Cuestiona la ojiverde antes de sonar su nariz en el pañuelo.
—No me hacen falta. —Se deja caer al sofá, creando un desagradable sonido.
Siento algo caliente y extremadamente agradable en mi regazo. Bajo mi vista hasta encontrar a mi pequeño perro haciéndome mimos y jugando.

Dulce venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora