Capítulo 19

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—Justo, me has contagiado el resfriado. —Tom tose y aclara su garganta.
Llamaré a alguien para que ayude a Moira y y yo mejoremos, ¿vale? cuídate, cariño.
—Lo mismo para ti, jefe.
—Cuelgo el teléfono y lo dejo de nuevo sobre la mesilla.
Arrastro las cobijas hasta adentrar mi cabeza en ellas y respirar hondo.

No voy a salir de aquí. No pienso salir de aquí en todo el día.
El móvil vuelve a sonar pero lo ignoro, mi cabeza sólo desea perderse en el mundo de los sueños y olvidarlo todo.
Hoy es un día mucho más gris que ayer y no me hace falta verlo para comprobarlo.
Hoy las nubes lo cubren todo y no dejan que el sol se avive.

Suspiro. La presión de mi pecho no quiere desaparecer y sé que no lo hará en todo el día.
El insiste sonido del aparato,  provoca que, tire de las mantas y lo coja con enfado y asco.
—¿Qué? —Respondo con brusquedad.
Hola a ti también, nena.
—Ruedo los ojos.
—Hoy no, Becca. Hoy no. —Es lo único que digo antes de pulsar el botón rojo y dejar el teléfono sobre la mesilla de nuevo.

Intento cerrar los ojos y caer en un sueño profundo, necesito hacerlo. Olvidar la fecha del calendario, olvidarlo todo.
Me sumerjo en un dolor punzante que no para de aplastar mi caja torácica.
Mierda, Jane. Morirás hoy.
Sería irónico que muriera justo hoy porque debí hacerlo hace mucho.

Muerdo mi labio inferior con rudeza. Tal vez el dolor físico pueda sustituir al dolor emocional.
Los minutos pasan y he perdido la cuenta de la hora que es.
No conseguiré nada atrincherándome pero estar aquí es lo más parecido a alivio que voy a conseguir.

Tomo una bocanada del caliente aire que hay bajo las mantas y, de un golpe de muñeca, me deshago de las cobijas.
Me levanto en un gesto rápido y siento un pequeño mareo que me hace detenerme. Odio cuando me pasa esto.
Mis movimientos se resienten cansados y lúgubres, caminando a duras penas hasta encontrarme a mí misma bajo el agua.

Nada calma el dolor. Salgo de la ducha y no me molesto en vestirme. Me pongo un camisón blanco que me llega a los muslos. Cojo mis pantuflas y camino arrastrando ambos pies hasta la primera planta de mi casa.
Me dejo caer de lleno al sofá y, en unos segundos, siento un peso extra a mi lado.

Me dejo caer hacia el lado opuesto y me pongo en posición fetal. El animal camina por mis piernas y llega hasta mi lado.
Lo tomo entre mis brazos y nos hacemos compañía mutuamente.
Suspiro.
Siento como la lluvia se estrella contra los cristales en su camino al suelo y como el viento azota los árboles de la zona.

El frío temporal nos ha abandonado pero ni la lluvia ni el frío cesan.
El fijo de casa comienza a sonar y mi primer instinto es poner los ojos en blanco.
Me levanto, muy a mi pesar, y contesto.
—¿Qué pasa contigo? —Bufo.
—¿Qué parte de "hoy, no" es la que no has entendido? —Suelto con rudeza, sin dejar ni un resquicio de amabilidad al aire.

Jane... ¿qué pasa? —Trago saliva.
—Hoy no. —Repito. Y mi voz se agrieta en cuestión de segundos.
Devuelvo el teléfono a su sitio original y suspiro.
Las preguntas comienzan a agolparse en mi cerebro. La mayoría de ellas es sobre como sería todo si las cosas fueran diferentes.

Pero hay una que se cuela entre ellas; ¿qué hubiera pasado si Drew no fuera Drew?
Es el prototipo de persona que, en condiciones normales, encontraría rápido amigos y novia.
Menudo lío te has hecho por no decir que es interesante, Jane.

Dulce venganzaWhere stories live. Discover now