Capítulo especial

132 17 9
                                    

Abro los ojos despacio, justo unos segundos antes de que la alarma suene, la apago con un toque y carraspeo.
Noto la garganta seca y todo el cuerpo adormilado y cansado.
—Muévete, no quiero llegar tarde. —Mamá abre la puerta y me dice.

Su pelo castaño está algo más corto desde su última visita a la peluquería, ahora tengo casi más pelo que ella.
—Ya voy, mamá. —Prometo.
Voy a duras penas a la ducha y respiro hondo.
Hoy tenemos examen de filosofía y no quiero retrasarme ni un minuto.

Abro el grifo y espero sentir el agua en mi cabello pero no sucede, nada sucede.
Miro hacia arriba y observo que, aunque el grifo está abierto, el agua no cae. Salgo con una toalla y miro de reojo al reloj.
Voy con la hora justa, tengo cuatro minutos para una ducha y sólo tres para vestirme.

—¡Mamá, no hay agua!
—Vocifero desde la puerta de mi habitación.
—¡Lo siento, cariño! hay una avería y tardarán un rato en repararlo, llamaré a tu instituto.
Bufo.
Me siento en el borde de la cama y espero con paciencia los minutos que transcurren como horas.

Entre que estoy adormecido y aburrido, mi mente se zambulle en un subconsciente que sólo es interrumpido, nuevamente, por la voz de mi progenitora.
—¡Ya puedes ducharte! —Entro corriendo al baño y hago caso a sus palabras.
Me visto deprisa y salgo disparado escaleras abajo.

Bebo un zumo y tomo una manzana.
Miro hacia el reloj y casi sonrío.
—Si nos damos prisa, aún llegamos. —Prometo.
Ella me mira y resopla.
—Cariño, da igual. Les he dicho que lo harás por la tarde.
—Frunzo el ceño y hago un pequeño puchero.

—Mamá, no. Quiero hacerlo ahora. —Asiento, tratando de convencerla.
Salimos de casa y nos metemos en el coche, cojo el teléfono y miro la bandeja de mensajes.
Tío, ¿vas a venir?
Zac x”
ruedo los ojos.

Sí, voy de camino. Dame diez minutos.”
Le respuesta no se hace esperar.
Seguro que sigues en la cama, te escaqueas siempre.
Me acusa, bufo.

Abro la cámara delantera del teléfono y miro a mi madre.
—Mamá, vamos a hacernos una foto. —Ella niega.
—Amor, estoy conduciendo.
—Chasqueo la lengua pero sonrío cuando el coche frena al encontrar un semáforo.

—¿Ahora sí? —Pone los ojos en blanco y sonríe.
—Dí "examen" —Deja salir una risa y mira a la cámara.
—Examen. —Decimos al unísono. Reviso la foto y presiono "enviar".
—Eres implacable, Drew.
—Reconoce la castaña y me hace carcajear.

Torcemos la calle y frunzo al ceño al observar un coche parado.
No puedo ver el interior de este pero no hay problema, nos detendremos. Aunque supondrá otro minuto perdido.
—Mamá, frena. —Le recuerdo y entonces ella presiona el pedal.

Pero el coche no frena. El vehículo acelera. Oh, no.
—¡Mierda! —Grita al notar su error.
Pero ya no hay tiempo, mi corazón se acelera y la garganta se me seca justo antes de que nuestro coche embista al suyo.

Gritos, es lo último que oigo. Una chica, una niña, mi madre e incluso yo.
Noto un dolor agudo en la frente y el estruendo creado por el metal.
Abro los ojos, no sé cuanto tiempo después.
Tengo un pinchazo en la cabeza, toco la zona con la yema de mis dedos y la sangre tiñe estos.

Mamá. Es lo siguiente en lo que pienso, la observo, no se mueve y todo su cuerpo está empapado por la sangre que su cabeza emana.
La saco arrastras del vehículo y la dejo ahí.
Los cristales con la sangre están esparcidos por todas partes y me paralizo en el lugar.

Oigo a alguien, miro de reojo y veo una chica que mira con espanto todo.
Era una de las personas que iban en el otro vehículo, su pelo es algo oscuro y bastante largo. Parece algo más pequeña que yo, todo ha sido culpa suya.
—¡Por qué tu coche estaba en el medio! —No sé de donde sale mi voz pero lo hace.
Nuestros ojos se cruzan por un instante.

—Ha sido culpa tuya... —Me parece que susurra antes de adentrarse en su vehículo.
La policía llega y yo sigo sin poder reaccionar.

Han pasado más de ocho horas, estoy sentado en una de las camillas del hospital.
Veo a mi padre a lo lejos y se acerca a mi.
—Drew, hijo. —Pone sus manos en mis hombros y asiento.
—Mamá... —Susurra.
—No han podido hacer nada.
—Suelta de golpe, respirando hondo después.

Y mi mundo, mi vida se paraliza.
—En el otro coche había tres chicas. La más pequeña, no ha sobrevivido. —Trago saliva.

Ajusto el nudo en mi corbata y tomo aire.
Sigo caminando por el pasillo, de camino a la sala donde tendré que declarar.
—¿Has visto el caso de la mujer que ha embestido el coche de una familia? la niña no ha sobrevivido.
¡Sólo tenía 7 años!

—Lo sé, menuda zorra. Podría haberse detenido. —Hago de mis manos puños y me giro sobre mis talones, dispuesto a responderle.
Mi madre fué una mujer increíble que cometió un error. No merece algo así y no lo permitiré.

Me adentro en la sala y me siento. Mi abogado está a un lado y hay un hombre trajeado que me mira.
—¿Quién conducía el vehículo? —Me interroga. Trago saliva pero no me es necesario pensarlo mucho.

—Yo. —Suelto sin más. Frunce el ceño y pestañea dos veces seguidas.
—¿Usted? —Me pongo más erguido.
—Sí, yo.
—Tiene 14 años... ¿cierto? —Asiento.
—Mi madre no se sentía bien. Al principio se negó en rotundo a dejarme conducir pero ella no podía hacerlo y acabó por acceder. —Asiente.

—¿Cómo sucedió? —Tomo aire.
—Ví el coche de... esas chicas y...—No logro recordar el nombre.
—La familia Master. —Me corta y corrige. Asiento.
—Traté de frenar pero estaba muy nervioso y... no pude. No pude.
Noto el comezón en los ojos, seguido por las lágrimas y paso saliva.
—Bien, gracias señor Stype.
—Carraspeo.

—Perdone... —Susurro. El hombre trajeado se da la vuelta y me enfoca con una mezcla de pena y enfado.
—¿Cómo se llamaba la niña?
—Suspira.
—Shelby, se llamaba Shelby.
—Articulo un "gracias."

Shelby... jamás olvidaré ese nombre.

Salgo de la sala y mi padre, camina enfadado hacia mi.
—¡Pero como se te ocurre decir eso! —Me toma por los hombros. Respiro hondo y le miro con desafío.
—No dejaré que mamá cargue con la culpa. No me importa lo que pienses, lo haré con tu ayuda o sin ella pero no dejaré que la recuerden como a una asesina.

Suelto frío y decidido.

8 años después
La muñeca me cruje y la muevo de un lado a otro. Miro la hora de la cita en el papel y me adentro en el hospital.
Espero con paciencia a que llegue la hora de mi cita, me hacen una radiografía y vuelvo a salir.

A lo lejos, veo a una chica que corre hacia la sala, abraza desesperada a un hombre y comienzan a hablar.
No me fijo demasiado en ella y miro al reloj.
Se sienta frente a mí y entonces la observo.
No es demasiado alta, su pelo es de un color castaño y sus ojos parecen oscuros.

Es guapa y está muy distraída. Sigo mirándola pero entonces se da la vuelta y nuestras orbes se conectan. Pasan unos largos segundos hasta que aparta mi mirada de la suya, vuelve a mirarme y luego, de repente, sale corriendo de allí.

Al día siguiente tengo que regresar al hospital pues debo repetir la radiografía.
La chica de ayer está allí y sonrío.
Se acerca a la máquina de snacks que hay a mi lado y la miro.
Pasan unos segundos y oigo como golpea la máquina.
—¡Maldita máquina del demonio! —Vocifera y suelto una carcajada.
Me pongo de pie.

—Estos cachivaches suelen fallar. —Le digo. Se gira y me observa. Es bastante más baja que yo y eso me resulta tierno. Aunque eso sólo significa que es de altura media.
—No llevo ni diez minutos aquí y ya quiero irme. —Suelta en modo de queja.

—Es la magia de los hospitales; en cuanto los ves, quieres desaparecer. —Trato de ser divertido pero me golpeo mentalmente. Ella ríe.
—Por suerte para mí, me voy hoy mismo. —Reconoce y sonrío.
—Yo también. —Su chocolatina cae y suelta un "¡ah!" antes de aplaudir.

—Soy Jane, por cierto. —Estira su mano y la estrecho con la mía.
—Yo soy Drew.
—Ha sido un placer. —Admite mientras se aleja.
Aparto los ojos y sonrío.
—Espero volver a verte, Jane.

Dulce venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora