Capitulo 20

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Cuando terminé el colegio, mi padre ya se había bebido y gastado los ahorros familiares y lo acababan de echar de su tercer trabajo en un año, por lo que pensar en estudiar cualquier cosa era imposible. Fue así que casi de inmediato me tuve que poner a trabajar, pero teniendo en mente no precisamente ayudar en casa sino más bien salir de ella apenas pudiera mantenerme por mi misma. Sin embargo, el proceso de abandono del núcleo familiar, se vio acelerado tras un "gran encontronazo" con mi padre, el cual me llevó a destrozar literalmente mi habitación. El, el gran maestro de todos mis defectos, decidió en ese momento echarme de casa. 

A partir de ahí se sucedieron un sin número de trabajos infames, con una paga tan paupérrima que me obligaron a vivir al día, en sitios realmente miserables. Hasta que por fin la suerte me sonrió y encontré un trabajo medianamente bueno en una librería del centro, el cual me permitió alquilar un cuartito más o menos decente. Ese trabajo significó también el primer contacto serio con los libros y las historias de ficción, ya que durante mis años de estudiante, jamás pude leer nada, pues bastaba que fuera algo impuesto para que a mi se me quitara el interés. 

Es así como en mis horas de comer, durante las cuales la tienda se cerraba, solía meterme al depósito de la librería y me leía a escondidas cuanto libro pillaba de las cajas recién llegadas. Recuerdo que hacía esfuerzos por leer con mucho cuidado para no marcar las contratapas, aunque muchas veces, la historia me atrapaba de tal manera que se me olvidaba de cuidar el libro y a veces hasta de abrir la tienda. Mi mundo de fantasías se había ampliado de pronto y casi sin darme cuenta, había pasado de imaginar historias en mi cabeza como forma de huir a mi realidad, a leer y descubrir todo es mundo de ficción que me rodeaba. Fue en ese depósito oscuro y con fuerte olor a humedad que supe que quería escribir. 

Posteriormente, tras ser pillada por mi jefe en varias ocasiones, terminé siendo despedida. Nuevamente se sucedieron meses y meses de incertidumbre, haciendo trabajillos por algunos billetes hasta que logré encontrar un trabajo como ayudante en la cafetería de un instituto de ciencias de la comunicación. 

Después de trabajar en la cafetería cerca de un año y colarme a todas las clases que pude, finalmente logré una beca de 3 meses para hacer un curso de verano sobre historias de ficción y otro sobre cine. Luego el instituto cerró por problemas financieros y yo volví a quedarme pateando latas, pero ese pequeño diplomita del cursillo de 3 meses me sirvió para conseguir trabajo proyectando películas en diferentes cines de la ciudad. Fue en ese tiempo que decidí seguir investigando por mi cuenta, me volví autodidacta, comprando libros usados de cine, guión, etc en la avenida Grau, comprando películas clásicas en blanco y negro, desde cine mudo que logré encontrar después de meses de búsqueda hasta las versiones completas del "El padrino", las joyas de Kubrick y los sueños de Akira Kurosawa.
Luego el ponerme a escribir y enviar mis historias, fue algo, llegados a este punto, bastante natural. 

Por ese entonces se vino la remodelación masiva de los cines en toda la capital, con proyectores más modernos, computadoras, etc y por supuesto, yo volví a la calle. Así fue como llegué al Premiere, donde la ola del modernismo no tenía cabida por falta de fondos y yo me sentía como pez en el agua entre esos viejos equipos. Finalmente, había encontrado cierto equilibrio, donde no faltaba un plato de frijoles, una cama donde dormir, un espacio donde escribir y exorcizar mis demonios a través de mis historias y por sobretodo, un espacio donde ser yo misma. Qué más podía pedir? 

Han pasado 3 años desde entonces, he escrito cerca de 10 historias, entre guiones y novelas cortas y todos han sido rechazados. Siempre había pensado que era lógico, que era un campo muy difícil y por lo tanto complicado entrar, pero si seguía intentándolo, con dedicación y perseverancia, un día me llegaría ese ansiado sobre amarillo y mi trabajo por fin sería reconocido. Debo admitir ahora que esa postura naif de genia incomprendida me gustaba pues en cierto modo, teñía mi vida, según yo, de leyenda, algo que de por si, la hacía diferente a las de los demás. 

En todo ese tiempo, nunca se me había ocurrido cuestionar mi talento, hasta que ella, tal vez sin darse cuenta, me bajó de mi nube, directo, sin escalas y sin ningún tipo de anestesia.

El cuento de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora