Luna de Miel

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Rita estaba impresionada conforme miraba por la ventanilla al ir acercándose. La casa era realmente grande, aunque no es que fuese una persona muy difícil de impresionar. Muchos de sus amigos y familiares, creían que con sus veinte años era bastante joven todavía para haberse casado. Con el pasar de los años, algo que nunca dejó atrás fue esa capacidad de asombro que muchos calificarían de infantil, aunque a su esposo le resultaba adorable. Lynn acababa de estacionar a un lado del que sería su nuevo hogar a partir de ahora.

El hombre estaba nervioso. Tenía veinticinco años. No dudó en proponerle matrimonio a Rita tan pronto terminó la carrera. Habían salido desde hace dos años, lo que le había ocasionado algunos problemas con la familia de ella; siendo apenas mayor de edad cuando empezaron, nunca estuvo exento de ellos. Todos sus amigos, incluso su padre, le habían tratado de persuadir sobre sus planes, al considerar que iba demasiado rápido, recomendándole que se diese tiempo en su vida laboral antes de dar el gran paso. Además la situación económica de Rita en su casa, había truncado cualquier expectativa de continuar su carrera de odontología, por ello había terminado como guardia de cruceros. Lynn confiaba en sus planes. Se mantuvo firme, sólo la negativa de su novia a su propuesta le haría desistir. Enamorada, ella no dudó en aceptarlo. Aunque sus respectivas familias arrugaron el ceño, no les quedó otra que apoyar a la pareja cuando estos comenzaron a organizar su boda.

Apresurado, Lynn con su esmoquin salió del viejo y destartalado coche Tsuru para abrirle la puerta a su "esposa", término que le costaba trabajo aceptar aún. Ella salió con dificultad, pues el vestido de novia abultaba bastante entorpeciéndole salir, tuvo que necesitar la ayuda de su esposo para lograrlo, al final lo consiguió manchando el vestido un poco con la gravilla del pórtico.

—Hemos llegado, "cariño".

—Gracias "cielo".

Entre sí, ambos reconocieron el nerviosismo del otro y eso los relajó ligeramente. Ahí estaban. La casa era pequeña: De una planta con dos dormitorios, sala comedor y cocina. Sencilla pero funcional para los dos. Quién sabe, incluso Rita se mantuvo optimista pensando que el dormitorio que no ocuparan tal vez lo usarían dentro de algunos años más, cuando decidiesen tener un hijo. Demasiado pronto para pensar en ello. Se guardaría eso para sí misma, no quería asustar a Lynn tan pronto.

—¡Espera ahí!

Tras darle la indicación, el hombre corrió a la entrada, abrió la puerta y con prisa regresó con su esposa cargándola en brazos. Ella sonrió enternecida por el gesto. Lo había recordado. Era ligera, pero con cierta dificultad Lynn se movió cargándola hasta la entrada, pensando que tal vez el estar casado, no significaba que no debería hacer un poco más de ejercicio para ponerse en forma.

—Bienvenida a tu nuevo hogar, Rita.

Le anunció orgulloso de sí mismo, más al entrar por la puerta, accidentalmente Rita se golpeó con el marco de la entrada en la cabeza. Apenado, su esposo estaba por bajarla repitiendo "lo siento" varias veces, pero ella le puso un dedo en la boca para silenciarlo, asegurándole que estaba bien e instándole a continuar. El hombre un poco preocupado, continuó andando por la casa, sintiendo en más de una ocasión que iba a tropezarse con el vestido de novia el cuál arrastraba, pero al final logró su objetivo, depositando con mucho cuidado y cariño a su esposa sobre la cama del dormitorio.

Rita dejó escapar un gemido y besó con pasión a su esposo sintiéndose muy nerviosa. Lynn estaba quitándose el saco sin dejar de besarla, cuando de pronto se separó de ella alarmado.

—¡Espera!

Con prisa salió de la habitación. Mientras Rita lo escuchaba cerrar la puerta y tratar de estacionar el coche en el frente, seguramente con nerviosismo porque había hecho saltar la alarma durante unos segundos, reflexionó donde estaba. No conocía esa habitación, ni esa cama, conocía a Lynn pero nunca antes en la intimidad. Pese a lo ocurrente, en ocasiones tachando a lo bufonesco de su actitud, su entonces novio siempre se comportó con bastante formalidad. Su intimidad hasta esa noche nunca había pasado más allá de besos y caricias. Estaba tensándose. No era ninguna niña, sino una adulta, sabía lo que iba a suceder esa noche. Se repetía a sí misma que estaba preparada para lo que iba a ocurrir, pero eso no aminoraba sus nervios. ¿Era el bote de basura lo que se escuchó allá afuera? Tal vez le pegó con el auto. La alarma volvió a saltar por un momento.

Aniversarios (The Loud House)Where stories live. Discover now