Décimo año

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Los señores Loud sólo tenían un plan para comenzar ese día, era el dormir hasta tarde. Consideraban que se lo merecían. Habían terminado una pesada semana laboral, era domingo y principalmente, se trataba de su décimo aniversario. Quizá otras parejas considerarían aprovechar el día llenándose de caprichos rindiendo cada minuto entre los dos, pero con una familia tan numerosa como la suya, el dormir hasta tarde era un auténtico lujo.

—¡Buenos días papá y mamá! ¡Feliz aniversario!

Ambos se incorporaron asustados de la cama. Su puerta había sido abierta repentinamente para dar paso a los gritos entusiastas de su hija de nueve años, que llevaba entre sus manos una pequeña y pegajosa tarta con diez velas, la cual era más betún que pan. Su hermanita de ocho años, también rubia a su lado, silbando con un ruidoso espantasuegras tampoco había sido un aliciente precisamente.

—Lori, Leni —rumió la madre sobándose la cabeza—. ¿Si saben que es domingo, ¿verdad?

—Por supuesto que lo saben, pero no lo comprenden —respondió fastidiada una jovencita de siete años muy elegante, de largo cabello castaño sujeto con una diadema. Parecía estar de mal humor, más lograba mantener el recato para disimularlo cuidando de mantener su falso y formal acento británico—. Intenté advertirles que sería una grosería despertarlos con semejante escándalo, pero no me hicieron caso.

—Vamos, no seas tan aguafiestas, Luna —le reprochó entre risas su hermana menor de seis años, llevando su mano cubierta con un muñeco de trapo fabricado con un calcetín—. ¿Qué dices, señor cocoa? —se lo acerca casi a la cara para su fastidio agravando su voz—. Luna, lo que deberías "estirar" es tu sentido del humor, ¿entendiste?

—Tú ya deberías de entender que no me gusta que me llames estirada. Además, te vi mover los labios y la voz que hiciste no tuvo cambios, Luan.

—¿Ya podemos pasar?

Las chicas se hicieron a un lado para dejar entrar a la pequeña de cinco años cargando una rígida tarjeta de felicitaciones con la ayuda de su hermanito de tres años. La tarjeta era tan grande como un periódico abierto

—¡Feliz cumplaños, papi y mami! —canturreó el pequeño.

—Que es su aniversario, Lincoln —lo reprendió su hermana.

—Pedón, Lynn.

Lori buscó con la mirada un lugar donde poner la tarta, Leni hizo lo mismo por los vasos con leche que llevaba, pero el tocador de su madre estaba lleno de sus enseres de belleza. Rita resignada estaba por levantarse para darles una mano, cuando Lincoln puso la tarjeta sobre sus regazos y le ayudó a sus hermanas mayores con indicaciones, para que usaran la tarjeta como una bandeja. Eso terminó por mejorar el humor de ambos padres, quienes se permitieron consentir por sus hijos.

—Es muy amable de su parte traernos el desayuno —aunque ya con treinta y cinco años, de pronto a Lynn Sr. le preocupó el nivel de azúcar que esa tarta tenía. Junto con su esposa se animó a darle un bocado. No estaba tan mal pese a lo empalagosa que les quedó—. Esta muy buena, gracias.

—¿Quieren que les demos sus regalos ahora? —Lynn dio saltitos entusiasmada y orgullosa pasando su mano sobre el hombro de su hermanito—. Lincoln ya hizo su propio regalo con mi ayuda.

—Más tarde pueden darnos las tazas, cielo —contestó Rita con un trozo de pastel en la boca. Realmente le había encantado—. Vamos a terminar de desayunar primero.

—¿Cómo supieron que los regalos son tazas? —les preguntó Leni contrariada—. ¿Estuvieron espiándonos?

—Por supuesto que no, cariño. Fue una corazonada.

Aniversarios (The Loud House)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora