El primer despertar

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La noche había sido larga para Regina Mills. Se había quedado allí, en una vulgar e incómoda silla de la sala de espera del hospital de Storybrooke, esperando a que le dieran noticias de esa desconocida que se había encontrado en la playa. Y sin embargo, al límite de sus fuerzas, había acabado por cerrar sus ojos, asaltada por muchas preguntas.

El alba había llegado y los primeros rayos de sol golpearon las blancas paredes del hospital. Un hombre en bata blanca avanzó hasta la morena y la despertó dulcemente.

«¿Señora alcaldesa?» dijo, posando su mano en su brazo. Regina abrió con dificultad sus ojos, teniendo esa espantosa sensación de no haber cerrado los ojos sino algunos segundos solamente. Se incorporó en la silla maldiciendo ya el dolor de espalda que iba a tener y recobró su prestancia habitual.

«¿Cómo está ella?»

«Su estado es estable. Hemos tenido que operar de urgencia porque ella...» él se detuvo un momento. También él parecía agotado por haber estado despierto toda la noche.

«Escuche, no sé lo que le ha sucedido a esa mujer, pero todo lo que le puedo decir es que ha sido muy grave. Ha sido apuñalada varias veces...»

«¿Apuñalada?» repitió la morena en un suspiro, estupefacta ante esa revelación

«Todo su cuerpo está lleno de moratones, de cicatrices recientes y otras más antiguas, su muñeca derecha está fracturada, su tobillo izquierdo torcido...Ni sé cómo ha podido caminar y mantenerse en pie...»

Había terminado su frase en un murmullo. Regina, por su parte, tenía lágrimas en sus ojos sin comprender realmente por qué: la fatiga la volvía emotiva, la noche había sido larga. Habría querido comprender lo que le había sucedido a esa joven rubia, habría querido saber por qué el destino la había elegido a ella para cruzarse en su camino.

«No se trata ni más ni menos que de tortura»

«De tor...» esa vez fue incapaz de pronunciar la palabra que murió en su garganta. Se estremeció ante esa confesión. ¿Cómo se puede sufrir eso y continuar luchando por vivir?

«¿Puedo verla?»

«Por supuesto...Sígame»

Se levantaron los dos con un mismo suspiro y atravesaron dos pasillos antes de llegar frente a la puerta 411. En un silencio que Regina encontró de repente mórbido, entraron sin hacer ruido en la habitación de esa Jane Doe. Ella dormía, casi apaciblemente. Sus llagas habían sido limpiadas y sus cabellos lavados. Tres apósitos de un tamaño considerable decoraban su rostro pálido y un cuarto comenzaba en el hueco de su cuello y parecía terminar bajo el camisón que le habían puesto. Mientras miraba a la desconocida, un detalle le saltó a los ojos.

«¿Por qué está atada?»

«Después de la operación, estábamos comprobando todo su cuerpo y se despertó. Fue difícil controlarla, ella...gritó y se negaba categóricamente a que la tocaran. Hemos tenido que administrarle calmantes para que se durmiera y para poder continuar curándola»

«Suéltela» dijo ella sencillamente, con una autoridad en su voz que no dejaba duda alguna

«Por su seguridad y la de mi personal, es preferible que se mantenga atada de momento»

«Doctor Whale...¡Suéltela inmediatamente! Si lo que me ha dicho usted es verdad, dudo que ella soporte...todo esto» dijo señalando con un movimiento los amarres que tenía en las dos muñecas, incluso encima de la escayola blanca que tenía en su muñeca derecha. Sin embargo el hombre no se movió.

«¡Muy bien, me encargaré yo misma entonces, y será mía cualquier responsabilidad!» se acercó ella entonces a la rubia.

«Señora Alcaldesa, podría ser peligroso...»

«¡Su razonamiento es estúpido, Doctor!»

«Ni siquiera la conoce. No la ha visto esta noche cuando se ha despertado...ella...»

Pero antes de que el doctor pudiera continuar, un ligero carraspeo se escuchó. Regina se giró inmediatamente hacia la joven que parecía, poco a poco, volver en sí. Se acercó entonces a ella y posó su mano en su brazo. La rubia hizo un movimiento de retroceso que hizo recular a la alcaldesa. Los ojos verdes de la desconocida se posaron inmediatamente sobre sus muñecas ligadas que intentó desanudar con fuerza. Ella jadeaba, se enervaba, se golpeaba el cráneo contra el cabecero, intentando desesperadamente liberarse de sus cadenas.

«¡Está viendo que hay que soltarla!» casi gritó Regina al doctor que ya hurgaba en sus bolsillos buscando con qué calmar a su paciente a golpe de medicamento. Ante esa actitud que le pareció estúpida, la morena recobró su contención y avanzó despacio hacia la rubia que continuaba agitándose violentamente.

«Hey, hey...Cálmese, se lo ruego. La voy a ayudar, le voy a retirar sus amarres. Míreme...Hey...Míreme...» Regina había plantado su mirada en la de la rubia, esperando desesperadamente que se calmara.

«Míreme» repitió de nuevo con una voz mucho más dulce al ver que la rubia se calmaba poco a poco, y volvía a tener una respiración normal.

Muy dulcemente, ella se acercó y entonces tomó cuidado al quitarle la correo de su muñeca izquierda, evitando lo mejor que pudo tocar su piel. Cuando estuvo hecho, se inclinó sobre la cama para quitarle la de la muñeca derecha. Siempre manteniendo la calma y muy despacio, retrocedió un paso. El tiempo parecía haberse suspendido.

«Ya está. Todo está bien...Se acabó»

Los ojos de la rubia comenzaron a brillar, las lágrimas amenazaban con deslizarse por sus mejillas. Continuó mirando a Regina con una mirada tan penetrante que a la morena casi se le cortó la respiración. Estaban hablando, en silencio. Al cabo de largos segundos, fueron interrumpidas por el busca del doctor que empezó a funcionar.

«Tengo que dejarla...Si hay el menor problema, no dude en llamar a una enfermera. Volveré a pasar a auscultarla más tarde y hablaremos de su situación. De momento, descanse» y salió de la estancia casi inmediatamente.

Regina estaba perdida y no sabía qué hacer. Extrañamente, tenía la impresión de estar exactamente donde debía estar, pero, al mismo tiempo, se sentía de más.

«La voy a dejar descansar...Si necesita cualquier cosa, yo...»

Acompañando una vez más sus palabras con sus gestos, sacó de uno de sus bolsillos, una pequeña tarjeta blanca con su nombre, su profesión y su número. Cuando se disponía a dejarla sobre la mesa, al lado de la rubia, esta agarró el brazo de la alcaldesa con un gesto brutal. Una lágrima, finalmente, se había escapado de los ojos de la desconocida que, una vez más, la miró con desespero. Pero siguió sin pronunciar palabra.

«O bien...puedo quedarme un poco si quiere...»

Y por primera vez desde su encuentro, la joven asintió despacio con la cabeza dando su consentimiento, sin desviar sus ojos de los de su interlocutora. Ella le había respondido. Más delicadamente esta vez, soltó el brazo de la alcaldesa que le sonrió cálidamente.

«Entonces, creo que me quedaré un poco...»


Por nuestra segunda oportunidadWhere stories live. Discover now