Hogar

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El viaje a la casa se hizo en un silencio mucho más cómodo del que habían tenido en los últimos días. Cómodamente sentada en el Mercedes de la morena, Emma miraba desfilar el paisaje, una muy fina sonrisa en la comisura de sus labios. Cada cierto tiempo, la morena lanzaba una mirada discreta hacia ella para estar segura de que todo iba bien y constataba con alegría no disimulada que la rubia parecía ir mejor. Tenía los ojos fijos más allá del cristal del coche y parecía estar redescubriendo el mundo.

Cuando llegaron a casa de la alcaldesa, Emma desorbitó los ojos. Regina no le había mentido: su casa era particularmente inmensa. Eso iba a cambiar considerablemente con respecto a los últimos años de su vida. Cuando la propietaria de la casa, en el porche, se disponía a abrir la puerta, escuchó a Emma resoplar un poco más fuerte, las manos sobre las caderas y la mirada asustada. Regina se acercó a ella y le agarró la mano.

-Emma, ¿todo va bien?- una presión en la mano. Se esperaba recibir una segunda, pero nada llegó. Su respiración volvía a recobrar poco a poco la normalidad, entraron en la mansión sin soltarse las manos. Era su única manera de comunicarse, lo necesitaban.

La visita a la casa les llevó algunos largos minutos durante los cuales la anfitriona hizo de todo para que su invitada se sintiera bien. En la planta superior, se encontraban las tres habitaciones, todas decoradas con gusto.

-Y esta será su habitación. Voy a dejar que se instale mientras yo voy a preparar la comida. Si necesita cualquier cosa, no dude en disponer de ello...Haga como en su casa- Emma, que pasaba sus dedos sobre la ancha y hermosa cómoda blanca, alzó la cabeza ante esa última frase. Su rostro se crispó de nuevo, pero inmediatamente se recobró, asintiendo a las palabras de la morena.

-Estaré en la cocina-

Y la rubia se encontró sola en esa enorme habitación. Para ella sola, esa estancia era diez veces mayor que el sitio en el que había dormido y vivido durante varios meses. Se sentó en la cama y constató con asombro lo cómoda que era. Ya la del hospital le parecía de lujo comparada con aquella donde había dormido antes, pero esta...Tenía la impresión de flotar.

Desembalar sus cosas fue más rápido de lo esperado, ya que no poseía sino las ropas cubiertas de sangre del primer día. Se levantó y se colocó delante de la ventana, apreciando los rayos del sol que se posaban sobre su piel. También estaba ese magnífico manzano en mitad del jardín de la alcaldesa que se le aparecía como un majestuoso árbol al que ya Emma amaba. Con los brazos cruzados sobre su pecho, la rubia aún no podía comprender por qué estaba ahí, en esa mansión y en esa habitación. Se hacía mil y una preguntas a las que no lograba encontrar respuestas satisfactorias. Era demasiado hermoso para ser verdad...

Después del infierno que había vivido, era difícil apreciar una brizna de felicidad, una sonrisa o la paz interior. Emma estaba acostumbrada a la soledad, al dolor, a la indiferencia y al sufrimiento. Ya no conocía otra cosa y ya no sabía cómo actuar en la vida real. Todo esto, le era demasiado.

Se quedó algunos minutos ahí antes de bajar silenciosamente a la cocina para unirse a la que le había salvado la vida. Sin un ruido, se apoyó en el marco de la puerta y se quedó mirando la escena que se desarrollaba ante ella. Se oía a lo lejos la melodía de una música clásica y Regina, de espaldas a ella, se afanaba inclinada sobre dos cacerolas. Y por primera vez desde hacía una eternidad, a su parecer, Emma se sintió bien.

Cuando Regina se dio cuenta, le dedicó una magnifica sonrisa diciéndole que precisamente iba a ir a buscarla, ya que la comida estaba lista. Se sentaron, y desde el primer bocado, Emma tuvo ganas de llorar. Esa comida era de lejos la mejor cosa que había comido nunca. Sus lágrimas aparecieron en sus ojos, Regina las vio inmediatamente y se preocupó.

-Emma, ¿todo bien?- preguntó de nuevo la morena

Esta vez, ellas no tuvieron la necesidad de unir sus manos, pues la rubia movió frenéticamente la cabeza de arriba abajo. Cuando acabaron de comer, Emma ayudó a la dueña de la casa a quitar la mesa y vio pegado a la nevera un pequeño bolígrafo unido a un cuadernillo. Ella lo cogió y comenzó a escribir. Cuando Regina se dio cuenta, su corazón se hinchó: Emma comenzaba a confiar en ella y, atravesaba una etapa tras otra. Parecía que escribir le costaba, poco acostumbrada a tener que hacerlo con la mano izquierda, ya que su otro brazo lo tenía escayolado.

La morena no pudo evitar adelantarse, demasiado impaciente y feliz del progreso que esas palabras podían significar. De todas maneras, con una punta de aprensión se inclinó ligeramente cuando la rubia soltó el bolígrafo, señal de que había acabado.

-Gracias, Regina...por todo- pudo leer en la pequeña hoja

-De nada, Emma...- dijo ella, consciente del progreso que las dos acababan de hacer. Le dio un ligero golpecito en el antebrazo y deslizó su mano en la de la rubia, entrelazando sus dedos y ejerciendo una ligera presión. Se miraban sin decir una palabra, sin un ruido.

Regina tenía esa paciencia y esa dulzura que era completamente extraña en la vida habitual de Emma. Había que confesar que eso le hacía mucho bien, pero en la misma medida, estaba tan poco acostumbrada a tal amabilidad que no se sentía en su lugar. Era como si no se lo mereciera. Así que, se apartó despacio del agarre de la morena, asintió de nuevo como para agradecerle una última vez y desapareció de la cocina para dirigirse a su habitación.

Por nuestra segunda oportunidadWhere stories live. Discover now