Fingimientos

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Los minutos desfilaron a una rapidez vertiginosa, Emma mantenía sus ojos fijos en su hijo que se había acercado a su tío David y a su mujer. Ella se sorprendía sonriendo cuando lo veía reír con una broma y le entraban ganas de escuchar ese sonido a cada momento de su vida. Ingrid se había acercado a su hija y de nuevo la había estrechado entre sus brazos, muy feliz por volver a tener ese contacto físico que pensaba nunca más volver a experimentar. Habían pasado años desde la última vez que había podido hacerlo y las lágrimas que habían terminado por secarse en sus mejillas testimoniaban su alegría. Emma estaba de vuelta.

Su hija había cambiado, se había convertido en una verdadera mujer con heridas aún visibles sobre su cuerpo. Las huellas de algunos golpes costaban que desaparecieran e Ingrid se culpaba por no haber podido hacer nada por detener ese infierno. Se sentía culpable, ella también, de las desgracias que había sufrido su niñita rubia y habría dado todo por tomar ella su lugar. No habían hablado de verdad de lo que le había sucedido, Emma evitaba cuidadosamente describir la abominación que había vivido. La curiosidad malsana, pero totalmente humana que habitaba en el corazón de Ingrid, hacía que deseara saber más...Como si eso le permitiera sentirse más culpable. Sin embargo, la rubia no decía nada y ponía buena cara, contentándose con hablar de su hijo...Una y otra vez.

Regina no se había movido y se conformaba con estarse sentada cerca del mostrador, sin resistirse de vez en cuando a lanzar algunas miradas a su antigua compañera. Necesitaba asegurarse, saber que ella estaba bien...Y el corazón de la alcaldesa parecía latir a toda velocidad cada vez que veía una sonrisa dibujarse en el rostro de aquella a la que se había atrevido a amar durante un breve instante, durante una única noche que había terminado en una mañana de pesadilla.

-¿Cómo estás tú?- preguntó la propietaria del establecimiento acercándose a la morena tras haber servido a sus privilegiados invitados del día.

-En realidad no lo sé...- respondió Regina con naturalidad, casi sorprendida por su propia honestidad.

-Ella parece ir mejor, ¿no?- dijo Granny acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza en dirección a Emma, que justamente acababa de sonreír durante la conversación que mantenía con su madre.

-Lo único que le faltaba en su vida era su hijo. Aunque el camino de la sanación será largo, ahora que lo ha reencontrado, pienso que será más sencillo...

-¿Y tú?- se atrevió a preguntar la anciana

-¿Yo qué?

Regina desvió su mirada de la rubia para agradecerle con un movimiento de cabeza a su interlocutora que acababa de ponerle delante de ella una gran taza de café.

-¿Qué piensas tú de todo esto?

La alcaldesa pareció pensar durante un breve momento, mientras hacía círculos lentos con la cucharilla en el brebaje al que acababa de añadirle el azúcar.

-Estoy feliz por ella. Me gusta verla sonreír...

-¿Sabes?...- comenzó Granny permitiéndose tomar entre sus manos el brazo de Regina, que estaba posado sobre el mostrador –Ella te necesita.

La morena suspiró. Emma le había repetido esa frase numerosas veces. Ella, que no se sentía a la altura de nada, no lograba concebir que fuera tan importante para la rubia.

-Pero tú también la necesitas a ella, Regina...

La susodicha alzó la cabeza, que había bajado, cruzándose con la brillante mirada de esa mujer que en otro tiempo había sido su amiga. Granny la conocía mejor que nadie en ese pueblo y había sido la única que se había molestado en preocuparse por ella tras la marcha de Emma. La sonrisa de la propietaria, reconfortante y alentadora, desconcertó terriblemente a la alcaldesa.

Por nuestra segunda oportunidadWhere stories live. Discover now