¿Diga?

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Echada sobre la espalda, con los ojos abiertos como platos en mitad de la noche, Emma no conseguía dormir. Había hablado durante un largo rato con Ingrid sobre sus inquietudes y sus dudas y su madre había sabido aconsejarla con bondad. Ella había escuchado los temblores en la voz de Ingrid cuando le había dicho que nunca se opondría a que se llevara su hijo con ella. Emma le había prometido que no iba a borrar los tres años que había pasado con él en un chasquido de dedos, sería demasiado injusto y egoísta.

Se habían quedado al teléfono más de una hora, intentando encontrar una solución a esa situación imposible para Emma y Regina, en vano.

A pesar de los consejos de Granny, la rubia no había logrado confiarle sus temores a su compañera, juzgando ridículo temer tanto su separación. Así que había fingido, había reído, había fingido participar en la conversación, fingido que apreciaba el momento, y fingido hasta quedarse dormida en sus brazos.

Por la mañana, sus enrojecidos ojos fueron la prueba de su corta noche y Regina se inquietó, tan pronto como la hubo besado para darle los buenos días.

-¿Estás bien?

-Me ha costado dormir esta noche

-Oh...¿Algo te perturba?- preguntó la morena, enfadada consigo misma por no haberlo notado y haber sido una inútil para calmar los temores de la rubia.

-Las cosas habituales- eludió ella – Creo que me quedaré aquí para descansar si no te molesta.

Regina dijo que no con la cabeza y sonrió.

-Estás en tu casa, Emma...-añadió antes de darle un dulce beso.

Ese comentario provocó lágrimas en sus ojos. Se sintió aliviada al ver que la morena se dirigía hacia el baño y no había tenido necesidad de esconderlas. Ella la amaba. Tan intensamente que casi le dolía.

-¿Estás segura de que todo va a estar bien?- preguntó Regina al volver a la habitación minutos después, y sentándose al lado de la rubia

-Sí, no te preocupes, solo voy a intentar dormir un poco. ¿Crees que podrás venir al mediodía?

-Procuraré liberarme- dijo ella con una sonrisa antes de inclinarse para besarla castamente –Descansa- añadió acariciándole los cabellos.

A penas hubo escuchado cerrarse la puerta de la entrada, se acurrucó entre las sábanas, detestándose por ser tan débil en cuando la morena estaba lejos de ella. No obstante, agotada como estaba, Emma acabó durmiéndose rápidamente, acunada por el silencio.

Dos horas más tarde, el ruido del teléfono fijo despertó de un sobresalto a la rubia. Sin saber qué actitud adoptar, dejó que sonara sin moverse de la cama. Lanzó un rápido vistazo a su propio teléfono para asegurarse de que no se trataba de Regina que estuviera intentando localizarla, pero no vio ningún mensaje. Ya eran más de la doce y se asombró por haber logrado dormir tanto.

El teléfono volvió a sonar. Intrigada, entonces se levantó y bajó hasta el salón para ver si el número de la pantalla estaba registrado en la agenda, pero vio que no era así. Irritada, dejó otra vez sin contestar la llamada.

Cuando se disponía a entrar en la cocina para preparar la comida, el teléfono sonó de nuevo. Y ella descolgó.

«Centro penitenciario de Boston, el detenido B9536 August Booth quiere contactar con usted. Gracias por permanecer a la espera si desea aceptar esta llamada»

Su corazón, seguramente, había dejado de latir, durante un largo momento. Petrificada ante ese anuncio, Emma no conseguía moverse, se sentía incapaz de realizar el más mínimo movimiento. ¿Cómo había hecho para saber dónde se encontraba? El silencio que siguió le recordó extrañamente al que escuchaba durante esos meses de cautividad. Y pronto, escuchó, al otro lado de la línea, la respiración errática del hombre que fue el demonio de su vida. Ella inspiró profundamente, en pánico, aterrada por saber que estaba tan cerca de ella.

Por nuestra segunda oportunidadWhere stories live. Discover now