Diez días

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Durante los diez días que siguieron, Regina y Emma se habían acercado y parecían haber encontrado una nueva rutina. La rubia finalmente había devuelto su habitación en Granny's tras haber explicado a sus dos amigas que todo estaba mejor, que se quedaría en casa de la alcaldesa durante un tiempo. La anciana había sonreído al ver a Emma al día siguiente y parecía verdaderamente feliz al ver que todo se había arreglado. Ruby, por su parte, comprendía un poco menos el verdadero lazo que unía a las dos mujeres, seguramente porque no estaba al corriente de toda la historia.

Los días desfilaban igual: Emma salía de casa a la vez que Regina para ir a trabajar. Comenzaba de verdad a apreciar cocinar al lado de Granny que cada día le enseñaba algo. Y cuando la alcaldesa terminaba su jornada, se pasaba por el restaurante para recoger a la rubia y se iban las dos a casa de la morena, contándose sus días respectivos en el camino de regreso. Habían llegado al acuerdo de que cada día se turnarían para hacer la cena, ya que Emma no quería para nada ser servida.

Ya por la noche, Emma se juntaba a Regina en su habitación, en donde ella había encontrado su sitio. Charlaban un poco hasta acabar durmiéndose la una al lado de la otra, cansadas por las horas de sueño que les faltaban. Las pesadillas, tanto de una como de la otra, siempre acababan por invadir sus noches. Así que ellas se apoyaban, charlaban un poco más, a veces bajaban para sentarse en su banco fetiche en el jardín, después volvían a subir a acostarse, juntando sus manos hasta por la mañana.

Pero esa mañana, la rutina corría el riesgo de ser cambiada. Regina Mills cerraba algunos expedientes, ya había logrado ponerse al día del retraso tras la tormenta, cuando alguien llamó a la puerta de su despacho.

-Adelante- dijo con su habitual voz seca y desprovista de sentimiento

-Buenos días, señora alcaldesa.

-Graham...¿qué puede hacer por usted? ¿Me trae finalmente los informes que le pedí?

-Sí. Están todos hechos- dijo él dejando algunas carpetas sobre la esquina de la mesa de la morena –Pero también he venido por su desconocida, señora alcaldesa. Hoy hace un mes que se la llevó del hospital, no puedo esperar más tiempo para tomar su declaración por sus heridas. Sé que usted responde por ella, pero...

-No está lista- dijo Regina con seguridad ligeramente vacilante

-Ya me dijo eso hace dos semanas...¿Le ha hablado a ella al menos? ¿O evocado el tema?

-Yo...realmente no hemos tenido tiempo. Emma está recuperándose de sus heridas, no quiero importunarla. Es comprensible, ¿no?- había terminado con esa pregunta que no esperaba respuesta, dado su tono seco y determinado

-Ella confía en usted, será más fácil si viene de usted. Pero si no lo hace, voy a tener que encargarme yo mismo. ¿Es lo que quiere?

-¡No!- respondió ella con algo más de fuerza y de precipitación de lo que hubiera querido.

-Entonces, háblele esta noche...La espero mañana en la comisaria.

-¿Y si no está lista?

-No estoy seguro que aprecie la segunda opción: las fotos difundidas por todos lados, los medios de comunicación puestos al corriente para encontrar su identidad...

-Ok, ok, entiendo. La convenceré

El sheriff se despidió con un movimiento educado de cabeza, y a continuación salió del despacho. Regina, por su parte, hundió su rostro entre sus manos en cuando la puerta estuvo de nuevo cerrada. Sabía que esa declaración lo iba a cambiar todo y no tenía la menor gana de ello. La morena había encontrado algo que se parecía al equilibrio desde que Emma estaba a su lado y sabía muy bien que la rutina de las dos iba a ser rota. En su interior, Regina sabía que Emma estaba lista y tenía suficiente fuerza para afrontar las preguntas de Graham, pero ella, por el contrario, no tenía ganas de volver al tormento. ¿Y si lograban averiguar la identidad de Emma y encontrar a la gente que tenía antes en su vida? Era justo que se volvieran a encontrar, seguro que estaban muertos de preocupación. Y ella volvería a encontrarse sola. Una vez más...

Por nuestra segunda oportunidadWhere stories live. Discover now