A kilómetros

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Le costaba respirar, sus pulmones parecían incendiarse en cuando intentaba inhalar el aire a su alrededor. Emma sentía sus rodillas despellejadas por una tremenda caída en el bruto cemento del sótano. Su mano temblorosa intentó recolocar sus cabellos sucios tras su oreja, pero su falta de fuerza física convirtió ese gesto anodino en una verdadera hazaña. Su movimiento le provocó un mohín de sorpresa, tanto fue el fulgurante dolor que sintió en sus costillas. Se vio obligada a tomarse unos minutos más para calmar su caótica respiración y darle tiempo a su cuerpo a acostumbrarse al dolor. Desnuda y en el mismo suelo, la rubia estaba helada y tuvo que hacer varios intentos para lograr arrastrase al lecho que su secuestrador le había colocado, dejando caer con delicadeza la sábana sobre ella. Se concentró entonces en su silbante respiración, que la inquietaba, intentaba ralentizar también los latidos de su corazón y pensar en otra cosa que no fuera el dolor.

¿Desde cuándo soñaba ella con una vida con Regina y su hijo? ¿Desde cuándo estaba encerrada en ese sótano?

Despertarse la hacía sufrir. Más que los golpes de August. Discernir lo verdadero de lo falso le parecía imposible. Hubiera querido que David estuviera de verdad ahí, que la apretara contra él y la sacara de ese infierno.

Y la puerta de la estancia se abrió, dejando entrar una ligera fuente de luz que la cegó durante un corto momento; no tuvo tiempo de sentirse asustada, ya la cogían por el tobillo. A pesar del dolor lacerante que golpeaba sus costillas, Emma intentaba soltarse, rogando con todas sus fuerzas para que una patada mal dada fuera lo suficientemente eficaz para salvarla...Pero nada pasaba.

-¡Emma!

Ella cerró los ojos al escuchar su nombre. Quería gritar, pero ningún sonido salía de su boca. Esa tortura debía acabar.

-¡Emma...Emma!

Ella gritó

-¡Emma, soy yo! ¡Despiértate!

Asustada, completamente aterrada, la rubia abrió los ojos y se incorporó bruscamente para caer en los brazos de Ingrid que la sujetaba firmemente por los hombros. Con la respiración jadeante, tenía los ojos abiertos como platos y sus pupilas brillaban por las abundantes lágrimas.

-Chuuutttt...Se acabó

Su madre acariciaba delicadamente la parte alta de su espalda e intentaba, más mal que bien, calmar a la joven rubia que ya no sabía dónde se encontraba.

Ya habían pasado más de tres semanas desde que habían dejado Storybrooke bajo petición expresa de Emma. Tras haberse despedido discretamente de Granny y de la camarera, la rubia había deseado marcharse del pueblo sin dar más explicaciones. Ingrid, sin embargo, había podido comprender que algo había pasado entre su hija y Regina, nombre que se había convertido en tabú en el seno de esa pequeña familia. Las únicas tres veces que Henry se había atrevido a hablar de ella, Emma había levantado su tono violentamente sin poder controlarse y casi asustó al pequeño.

Tres semanas que Emma había vuelto a Nueva York, que se estaba quedando en casa de Ingrid, junto con su hijo, pero no había salido a la calle ni una vez, asustada ante la numerosa población. Y cada noche, era la misma letanía. La mayor se despertaba con los sollozos y los gritos de su hija a quien le costaba calmar. Cada noche, la sacudía para sacarla de su pesadilla. Cada noche, le acariciaba la espalda para intentar sosegarla.

Pero nunca era suficiente.

A veces, como en ese momento, escuchaba a la rubia pronunciar el nombre de Regina...Pero no tenía idea de lo que podía hacer con esa información. Alguna vez había evocado esos trastornos del sueño y el nombre que la rubia pronunciaba. Pero Emma lo negaba siempre y rechazaba comentar su debilidad.

Por nuestra segunda oportunidadTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon