Capítulo 25. "Nadie se puede comparar contigo"

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La boca de Jason se abrió de par en par al ver a la mismísima Dawn Myracle en la puerta del hotel en donde se estaba hospedando.

«¿Qué hace ella aquí?», fue lo primero que se preguntó.

No es como si no le alegrara verla, por supuesto que sí. Pero le sorprendía que ella fuera quien lo buscara después de aquella acalorada discusión que tuvieron hacía unos días.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con un tono suave y bajo.

Ella lo miró escéptica.

—He venido a hablar seriamente contigo —carraspeó suavemente su garganta—, si no estás ocupado, por supuesto.

Se le quedó mirando por un rato, medio embobado.

Lucía tan bonita...

—No, no estoy ocupado —se hizo a un lado para dejarla entrar—. Siéntate donde quieras, ponte cómoda.

Asintió y tomó asiento en el pequeño pero cómodo sillón.

—¿Quieres algo de tomar? —alzó una ceja—. ¿Agua? ¿Jugo? ¿Refresco? Pide lo que quieras.

—Esto no es una visita de cortesía, Jason —reprimió las ganas de rodar los ojos—, y estoy bien. Gracias.

—Sólo intentaba ser amable, eso es todo —murmuró con la garganta seca.

¿Por qué tenía que ser tan fría y cortante?

—Pensé también que querrías un cigarrillo, no sé.

Vaciló antes de asentir de mala gana con la cabeza.

Un maldito cigarrillo podría calmarla.

—Bien, déjame buscarlos. Tengo de tus favoritos.

Cuando él estuvo de regreso, ella se encontraba más pensativa que antes y eso asustó un poco a Jason. Intentó ignorarlo y le tendió el cigarrillo que le había ofrecido anteriormente. Lo encendió y tomó unas largas caladas, expulsando el humo por la boca.

Ahora estaba más relajada.

—Okay... —musitó tomando asiento frente a ella—. Dime de qué quieres hablar.

—Quiero hablar sobre nosotros.

—Te escucho.

Dawn lo miró fijamente a los ojos por unos minutos. Tal vez tres o cinco minutos que le parecieron una eternidad. El ojimiel jugaba nerviosamente con los anillos en sus dedos.

—Fui un poco grosera al gritarte, discúlpame. Cuando te vi, me alteré demasiado y digamos que me puse un poco loca —hizo una mueca—. Pero ya estoy más calmada, lo prometo.

—No tienes que pedir disculpas, lo tenía merecido —se encogió de hombros, restándole importancia.

—He estado pensando en ti —soltó sin morderse la lengua. Los ojos del castaño se iluminaron y cualquier rastro de tristeza desapareció—. No te ilusiones, McCann. Es todo lo contrario a lo que te estás imaginando. Las cosas no son tan fáciles como crees.

El rostro de Jason perdió todo brillo que había adquirido y ahora una mueca adornaba sus labios.

—Lo sé —suspiró—. Continúa, por favor.

—Como ves, nuestra relación se fue a la mierda.

—Sí, por mi culpa, lo sé.

—Regresaste después de meses. Nunca llamaste ni dejaste un mensaje.

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